Difícilmente podríamos haber reparado en los Enseres domésticos a los que hace referencia el autor, Vicente Verdú, desde una posición tan desinhibida, de no ser porque en el fondo, se advierte, nos advierte, que con su óptica las cosas dejan de estar enfocadas, pasan a desenfocarse, y cuando vuelven a estar enfocadas de nuevo, ya no son lo que eran. Vicente Verdú habla de las cosas cotidianas de la casa; los vecinos, las sabanas, el amante, la ropa interior, el tresillo, el correo... Todos las vemos a diario, las palpamos a diario, llevamos la ropa a diario, nos sentamos en nuestros sofás a diario... Pero nunca haremos las reflexiones que él hace. Nuestra casa la dibuja como un laboratorio, "una cámara de descompresión", dice, donde disfrutamos, reímos, lloramos, gritamos, amamos, comemos, bebemos, maldecimos, olemos, dormimos, y de nuevo al levantarnos, disfrutamos, reímos... Pero de ahí a que nos juguemos la vida a cada momento en la casa, media un trecho, y bastante largo. "Siempre he dicho que lo más importante que me ha pasado en la vida ha sido aprender a leer". La frase, querido lector, no es mía, qué más quisiera que firmarla, es el comienzo del prólogo de El escritor en su paraíso , maravillosa entrega de Angel Esteban, y pertenece al Nobel Mario Vargas Llosa. No es mía pero la suscribo palabra por palabra, desde que, cuando tenía siete años, descubrí esos maravillosos templos llamados bibliotecas. Y de eso trata precisamente El escritor en su paraíso , de aquellos autores que en "algún momento de sus vidas fueron bibliotecarios". ¿Cuál fue el motivo que llevó, por ejemplo, a Lewis Carroll, George Perec, Jorge Luis Borges, Rubén Darío o Marcel Proust, por ejemplo, a dedicarse a tan noble oficio? Musil afirmaba que sus diarios fueron concebidos en la biblioteca donde ejercía su labor profesional y Robert Burton, que se hizo bibliotecario bajo la excusa de leer cuanto caía en sus manos. De la contemplación seductora del arte y la literatura de Casanova saldrían sus mejores novelas y relatos y el creador del OuLipo fue bibliotecario de 1961 a 1978. Por eso, ¿no debería llamarse el libro "el lector en su paraíso"? Porque de eso trata, de lectores voraces que un buen día decidieron ser escritores. Dos autoras, relativamente coetáneas, fueron durante finales de los años setenta y principios de los ochenta del pasado siglo referente literario obligado de la intelectualidad progresista: Anaïs Nin, y Djuna Barnes. Estadounidenses ambas (aunque nacida francesa Anaïs de origen cubano) su literatura transgredía los cánones establecidos en una época rígida como pocas pero con deseos aperturistas merced a los vientos provenientes de Paris. Estamos en plena efervescencia literaria, Joyce ya había publicado Ulises cuando Barnes hizo lo propio con El bosque de la noche , y Henry Miller, amante de Anaïs Nin, se convertirá en pieza clave para entender el devenir literario de su musa. Pero centrándonos en Anaïs, su vida literaria, tan apasionante como los Diarios que Siruela presenta hoy, la lleva además a relacionarse con Lawrence Durrel, autor del Cuarteto de Alejandría . Estos Diarios amorosos , hablan de amor, incesto, locura, pasión, soledad, prejuicios, inocencia, confusión, autocrítica, emoción y sobre todo, de literatura, mucha literatura.