La nada que parpadea nos remite a un Apocalipsis. Apocalipsis laberíntico, con su trama central y otras tramas secundarias, imbricadas, que recuerdan textos sagrados por su tono sentencioso y alegórico. Su lectura puede hacerse a distintos niveles, siendo la primera la narración de la mujer-profeta, «la hija de la ciudad», cuya visión/misión ha de comunicar a los habitantes de su pueblo, la ciudad/planeta, para que puedan salvarse. Pero el camino, como la ciudad, es un laberinto, y así también se ha organizado el poemario.

Un poemario, por una parte vanguardista, por otra clásico. Y tan narrativo como dramático: por su estructura, que en la letra negrita evoca el coro del teatro griego. Son tres clases de letra: la normal, que contiene el hilo de la narración; la cursiva, la voz de la profeta, la «vocera» de la contraportada; y la negrita, que resume y adelanta el contenido de cada capítulo.

Texto complejo, ambicioso, que requiere reflexión para llegar a una segunda o tercera lecturas más profundas. Pero no sobra nada, pues el lenguaje está tan sobria como exquisitamente usado: cifrado. Cuando Góngora escribió las Soledades o la Fábula de Polifemo y Galatea, la primera reacción del público fue denostar al autor. Tuvo que pasar el tiempo para que fuese reconocida su contribución a la poesía y al barroco. Este libro a mí me ha recordado tantas veces, aunque suene extraño, a Góngora, empezando por sus hipérbatos: «Hasta los manantiales concéntricos, / la gravedad la concordia afila». Y también por la presencia de la mitología: en su laberinto, en los dioses, en la naturaleza. Pero el texto, siendo gongorino, es también profético, de evocaciones bíblicas o de otros libros sagrados, por metafórico, por apocalíptico. Con sentencias re-creadas como «Temed y multiplicaos» o sintagmas que evocan otros de procedencia bíblica, como «El árbol de la vida».

Aunque el poemario, como toda poesía, contenga una parte de automatismo o escritura automática, el argumento/laberinto incluye la certificación de un mundo trastornado por el progreso y las máquinas, de ahí que la vocera-profeta requiera y acepte ser la voz que alerte de los males que vienen al pueblo.

La humanidad se encuentra ante un precipicio, la llegada de todas las catástrofes del fin del mundo, representadas por la mentira y, lo peor, por el sacrificio de los inocentes: «En la Era Industrial el hambre llegó en carros negros del diablo y reverbera en los ojos». Hay una «costa de los dedos entrelazados», de «dedos que raspan minas», de un «adoquinado de huesecillos». Y, en el más cruel ahondamiento, se da cuenta de «Occidentales libando/ en los pezones minúsculos».

Los hitos de la narración se dan en tres frecuencias: en el laberinto, la voz de la profeta, su acción y su discurso; en los metales y su transformación; en la naturaleza y el universo. Parece existir una lucha entre cosmos-naturaleza-cuerpo-vida natural contra artificio, técnica-máquinas-comercio-vida artificial. Y quizá el tiempo cronológico en que se desarrolla la acción es el futuro, un futuro más o menos inminente.

En el recorrido que la profeta realiza existe un ascenso o viaje a través del jaguarzo (la jara), la erica arbórea (brezo), el tomillo y la scrophalaria calliantha (flor en peligro de extinción, de la flora canaria), 4 especies de matorral que crecen en el bosque mediterráneo, por lo cual también el locus de la narración se conecta con el Sur y con la antigua Medina Azahara, pues «Sobre su cabeza, atauriques penden», e igualmente el mercurio puede recordar el estanque de mercurio que existía en el salón maravilloso del palacio de Medina Azahara, y que tanto encandiló a sus visitantes.

Los instrumentos que ayudarán en esa redención y a los que se acoge la profeta son, ante todo, «el intelecto del corazón», la medida racional que se rige no por la ideología del pensamiento sino por las razones de los sentimientos y sus valores, similar al principio educativo de «la inteligencia emocional»: «ama / y aprende / del intelecto del corazón». Y la creencia en el jenabe, el nombre botánico de la mostaza, el bíblico «grano de mostaza» que pervive en el centro del laberinto: «el hilo / en su centro es libre; // granito / de mostaza”.

Por otra parte, el texto está también emparentado con los principios de la física quántica y los de la alquimia. Con la física quántica desde su título, La nada que parpadea y por esa semilla de mostaza, situada en el centro del hilo, del laberinto. Y con la alquimia porque la salvación llegará de mano de lo vegetal, pero también del mercurio, dios y mineral, que es lo diverso y lo uno.

Apocalíptico, laberíntico, alquímico, mitológico... y también cabalístico, pues hay cifras que se repiten intencionadamente, especialmente los número uno y once: once vueltas, las once vías, once rutas, once veces curvado: «(Todo quedó escrito en el mercurio/ once veces curvado)».

Aquí todo está interconectado, y el lenguaje poético aligera una epopeya asentada en su propia economía de recursos y medios. Y todo puede ser contradictorio y dual, dependiendo del uso, que incluye también la reflexión metapoética, pues en la narración se inscribe la reflexión sobre el lenguaje, que acabará transformado en materia: «Y sumergida en el mercurio, la palabra recupera su brillo original». Y, existe, cómo no, la visión ecológica: «La primera casa con huerto de mar / a los pies; los surcos / como ondas». El agua inunda, pero descubre, lava, purifica y salva, igual que la palabra: «Vendrá lo nuevo /después del agua/ el mundo obedecerá // (Larva será entonces/ todo lo dicho»). Para afirmar «Ahora sois hijos del mar, antes / pesarosos frutos del progreso».

Enredado con la catástrofe, «el intelecto del corazón» asoma y se revela pues «el cosmos cabía entre los pétalos». Y «la piedra líquida es Ella; / dúctil sustento,/ agua». Se trata de la deidad o principio femenino manifestado en la «Ella» que acompaña en la travesía. «Era tierna y dulce / de leche el semillero / de azogue en la garganta». Un libro que inaugura una nueva poesía social, pero escrita en un lenguaje culto y asentada en un tono de referencias clásicas, mitológicas y bíblicas. «De Ella os quiero cantar,/ de la ternura».

‘La nada que parpadea’’. Autora: Yaiza Martínez. Editorial: La Palma.

Madrid, 2016