Cuando llegue el ya próximo 1 de agosto se cumplirán exactamente cien años del nacimiento en Bujalance (lugar también de su muerte en 2003) de uno de los poetas más esencialmente cordobeses y representativos, por tal razón, del mundo andaluz en lo que toca a su vivencia popular y a su experiencia ensimismada en el entorno. Mario López es antes que nada un poeta del pueblo, término ambivalente por querer representar por un lado a un paisaje particular y único, que es el de Bujalance («Por Sierra Morena,/brisas/y por Bujalance,/torres/custodias»), y por otro a una espiritualidad anclada en los sentimientos de lo que el común de la gente compartimos al valorar nuestras costumbres, nuestro paisaje y nuestra querencia inconfundiblemente andaluces: «Y el universo girando./Mundo/Andalucía./Pueblo». De lo general, a lo particular; de la extensión, a la intensión; de la amplitud, al detalle. Así es como normalmente procede la selección poética de Mario López.

Nada tiene de extraño que el primer libro de Mario, su estreno en el mundo de la lírica, lo represente el título Garganta y corazón del sur, tan explícito ya de sus afanes emotivos y desde luego el que lo vinculó definitivamente a partir de entonces al denominado Grupo Cántico, ya que fue en la colección de poesía de su famosa revista donde se le publicó en 1951. Fue Mario, de puño y letra, quien lo dedicaba a Ricardo Molina con estas sencillas palabras: «A Ricardo Molina, poeta de Córdoba y Amigo, esta Garganta y Corazón míos -de nuestro Sur-, en fervoroso homenaje a su Poesía.//Muy cordialmente//Mario López// (Córdoba, bajo las lluvias de Noviembre, en 1951)». A los poetas de Cántico se sumó con su amistad y su compenetración lírica, uniéndose a ellos en numerosas vivencias que dejan el rastro de momentos compartidos y de recuerdos, tal sucede en estos versos que evocan una comida que Ricardo Molina -tan imprescindible en Cántico- ofreció en el Alcázar de los Reyes Cristianos al poeta Vicente Aleixandre en 1943, versos que rezuman flamenco y simbología nítidamente cordobesa: «...Porque su voz dejaba despierto en la garganta/sabor a flor mordida de azahar o de labios/amargos o salobres o escritos por el aire/tal la impronta de un zéjel con pétalos de vino». Ese sentimiento ancestral por el flamenco y sus intérpretes inconfundibles que son Antonio Mairena y Fosforito lo relacionan directamente una vez más con Ricardo, e igual que este Mario homenajea al cantaor de Puente Genil en estos versos alusivos a la «debla»: «Desnuda/bajo la noche./Sola/en el grito./Garganta...».

TRAYECTORIA POÉTICA

Siendo el citado de 1951 el primer título poético, su autor le fue añadiendo otros que llegarían a la decena cuando publicara, ya en 1992, su íntimo poemario a la que siempre fue compañera inseparable y admirada imagen de dicha suprema: Versos a María del Valle, esposa que se merece colmado amor y relato de constante felicidad: «Agua o marfil o fuego... Ciertamente ella era/dulce para mis labios y la nombraba mucho./Gustaba de nombrarla porque sí, a cada instante/de mi amor. La llamaba siempre... María del Valle». La fecha de estos poemas y el del primero que se supone que editó, en febrero de 1944, ya con un título calificativo de su predilección lírica, «Baile andaluz», están separadas por 48 años que serían los que Mario hizo vibrar con su plectro de poeta inspirado y de convencido cantor de esos grandes sentimientos que se formulan con palabras sencillas ante el enorme valor de espacios y objetos no por humildes menos bellos.

Después de ese primer libro irían surgiendo los sucesivos Universo de pueblo (1960), Siete canciones (1968), Del campo y soledades (1968), Antología poética (1968), Cal muerta, cielo vivo (1969), Universo de pueblo. Poesía 1947-1979 (1979), El alarife (1981), Museo simbólico (1982), Antología poética de Bujalance (1985), Memoria de Málaga (1992) y sus Versos a María del Valle (1992).

Ha sido en un reciente texto de Manuel Gahete, «Mario López. El universo anhelante», donde hemos encontrado quintaesenciados y parcelados, en orden medido, los asuntos que el poeta abordó prendido a la pasión lírica. «Si tuviera que sintetizar -escribe Gahete- el universo temático de Mario, estos serían los temas capitales de una producción proteica marcada por la frescura, la autenticidad y la elegancia: el devenir del tiempo y el sentimiento elegíaco del ‘dónde están’ que contrasta con una poderosa exaltación de la vida; la introspección anímica, noticiable y transmisible de su toponimia rústica, entre ruda y bucólica, que lo entronca directamente con los hitos capitales de la antropología popular (el trabajo agrícola, los toros, el casino provinciano, el sentir flamenco, la Semana Santa); la fe panteísta que envuelve como el aire su universo de pueblo; y el amor de María del Valle, a quien dedica algunos de los poemas más intensos de una obra traspasada por la emoción y la verdad».

LA CREACIÓN

Para un poeta que concebía su creación con la fe de un orfebre que sujeta con finas varillas de oro la más delicada joya, poetizar el mundo era aclamarlo, recrearlo y encumbrarlo desde su intrínseca fugacidad y su belleza impactante; por eso puede decirse que Mario López escribía movido «por la necesidad de expresar el mundo de los seres que nos circundan y las cosas cotidianas que están esperando ser nombradas», en este caso según constatamos en uno de los comentarios de Guillermo Carnero en su introducción al libro Mario López. Poesía que la Diputación de Córdoba editó en 2004. La naturaleza, con un fondo siempre de campo, de olivares y de recuerdos entremezclados de sus familiares, parece envolverlo todo, medirlo desde una expresividad cuajada de sencillez y al tiempo de alto metaforismo: «Y al filo de las Sierras de Cabra el arcoíris/sangra el plomizo otoño de las nubes/para que huyan los ojos deslumbrados/en el caballo antiguo de la tarde...».

Pero esa naturaleza y sus personajes está sujeta a la que será para el poeta preocupación esencial, que es el irremediable paso del tiempo. Por eso Fernando Ortiz asegura en el Catálogo Cantico 2010 que este es el motivo central de su poesía: «La angustia existencial ante el tiempo que se nos va, la melancolía y la nostalgia ante el tiempo ido. Y todo esto contemplado con un sereno estoicismo».

SU PUEBLO, SU VOZ

Mario nació en Bujalance y a él quiso vincularse con toda pasión. Excepto los años de bachillerato en Madrid, desde 1929 a 1935 -año en que sus padres, alarmados por la desequilibrada situación político-social inminente, deciden regresar al pueblo-, y los que le robó la guerra civil llevándolo por algunos puntos de Córdoba y Guadalajara, más otros pasados en acuartelamientos de Cataluña, toda su vida la pasó en su localidad natal, esa que él cantó como «Bujalance, barroca y blasonada,/fiel a su historia de relumbres llena/donde su noble independencia suena/a paz de libertad por sí ganada». Relacionado desde 1942 con los poetas de Cántico, cuya revista -concreta también Fernando Ortiz- le publica en 1943 su poema «El ángel custodio de Cañete de las Torres», a ellos se vinculará ya desde entonces de manera inseparable, aunque con respecto al grupo sea «acaso relativamente consciente del papel menos protagónico que tenía dentro de Cántico», según opinión de Luis Antonio de Villena en un libro hoy fundamental para estudiar a todos sus componentes que es el editado por Balbina Prior en el 2017 con el título de La tradición trascendida. Cántico y su época. Bujalance es para Mario realidad y sueño, conocimiento diario y memoria de otros días, continuidad y cambio constatables tras la belleza de su entorno, sus paisajes y sus cosas; y formar parte de ese bagaje geográfico, cultural y emotivo justifica sin duda la mayoría de las referencias líricas de Mario a lo largo de su creación. Bujalance es Andalucía, es tierra de campiña, y desde ella universo compartido por la emoción de muchos, que no dudarán en acoger versos tan sonoros y sensuales como estos que cantan un intenso momento primaveral «Cuando la adelfa alumbra. Cuando mayo/de oro grana en rubíes las esmeraldas./Cuando el sol y la sombra. Cuando el aire/cálidamente enturbia los sentidos».

SINGULARIDAD EXPRESIVA

Hoy disponemos de una obra aún cercana, pero tal vez difícil de encontrar excepto en las bibliotecas, que es la editada en 2004 por la Diputación de Córdoba con el título Mario López. Poesía. Pero se hace necesario buscar la forma para potenciar la figura de Mario López, su estudio y el análisis de su universo lírico, porque esa será la contribución más humana, cultural y literaria de honrarlo cuando se está celebrando el primer centenario de su nacimiento.

Es en esta citada edición donde se reproduce una carta de Vicente Aleixandre a Mario López, con fecha de 20 de febrero de 1948, donde le decía el gran poeta y maestro al que entonces estaba en sus comienzos: «Es usted uno de esos interesantes valores que de pronto Cántico nos ha revelado. Hay en sus versos un penetrante sentimiento de la naturaleza que les da temprano carácter. [...] Resulta encantador percibir el hálito de la tierra cordobesa y [...] es palpable la autenticidad de los motivos inspiradores»; a lo que Aleixandre añade dos imprescindibles comentarios. Uno: «Hay en usted riqueza, variedad de usos, y un alma penetrable, contagiable, que acierta a expresarse con indudable encanto». Otro: «Todo tiene su precio, y este es el dolor que también penetra en su vida por más anchas puertas que en los demás». Así que, en este último comentario, Vicente Aleixandre acertaba de pleno, como tantas otras veces, al señalar esa segunda orientación de Mario hacia lo nostálgico y doloroso.

Contiene la edición citada de la Diputación de Córdoba la idea de Guillermo Carnero según la cual Mario es «un consciente cantor de lo cotidiano y lo sencillo», y que él -según declaró en 1966- escribe «por la necesidad de expresar el mundo de los seres que nos circundan y las cosas cotidianas que están esperando ser nombradas». En esta línea, resultaría que su proceder y su finalidad eran en gran parte semejantes a la sentimentalidad de José Antonio Muñoz Rojas, puesto que también su libro en prosa poética Las cosas del campo -especifica Rafael Narbona en El Cultural- «se escribió por amor a los paisajes y las gentes de los campos de Antequera». Y en este sentido no podemos olvidar que igualmente Mario López escribió en prosa poética su Nostalgiario andaluz (1979), al que Carlos Clementson -en texto incluido en el libro mencionado de Balbina Prior- ve dentro de la tradición lírico-narrativa tan evocadora y consubstancialmente andaluza, vinculada [...] a la atmósfera, la vivencia y el paisaje del Sur, que inaugura, en 1914, la lírica genialidad de Juan Ramón Jiménez con Platero y yo».