Tener la rueca/Ahora dónde/Encontrar el hilo». Es uno de tantos poemas que surten Caligrafía de la necesidad, el último trabajo de Cecilia Quílez, y que pone el dedo en la llaga sobre la motivación que impulsa y genera la acción en este libro. El desparpajo, la aparente facilidad con la que nos llega el mensaje guarda su complejidad en la construcción, sobre todo para que comunique con cierta fluidez, impacte en el otro. Surge la necesidad de este tipo de escritura, de esta caligrafía de la no complacencia, de la capacidad para sacudir tanto desde la belleza como desde la injusticia, jugando también con todo lo que proyecta esa sombra que no es más que certezas que hieren, que no apetece oír. Una conciencia crítica que no reniega del presente ni olvida el pasado, lo actual, y que se manifiesta desde un primer poema contundente, premonitorio sobre lo que puede acontecer después. Quílez ondula el lenguaje para que desde esa reivindicación continua, no caer en lo panfletario, no alejarse del misterio de la poesía, y lo suele hacer desde un ritmo intenso, sin apenas respiro, con cierta fragmentación, trazando imágenes y versos que suscitan la atención del lector (El amor es una distracción del deseo) y contagiando esa vitalidad en la voz femenina que se hace notar desde el principio, en esa respiración lúcida e incisiva, sin temores y sin renunciar por todo ello a la ternura. La sucesión de imágenes, de esos versos firmes -pero no sentenciosos con lo que conlleva de cierre y no de apertura-, acaban por crear una atmósfera envolvente. Ser es más importante que explicar o justificar, viene a decir el sujeto poético y se lo aplica en cada línea. A pesar de la desolación y el desencanto, emitidos desde una visión particular que al instante se torna en un concepto más global del mundo, un mundo cuyos seres y elementos guardan su propia identidad (perros, polillas, cuervos, jilguero, árbol, etc.) y conexión con un todo aglutinador; hay una respuesta en el deseo de vivir, antes que nada, manifiesto desde la sugerencia del verso. No rendirse en el día a día, pese a todo, porque eso sería claudicar de veras ante la condición humana que hemos recibido, y seguir buscando el hilo -la rueca queda al descubierto-, avanzando sobre las respuestas, la historia de lo que somos o anhelamos ser.