‘El eco del bambú’. Autor: Francisco Alemán. Editorial: Berenice. Córdoba, 2018.

En la portada de la nueva obra de Francisco Alemán, El eco del bambú, puede leerse que se trata de «un poemario tan insólito como fascinante». Sea quien sea el que haya tenido la idea de acotar con estas palabras, autor y título conoce perfectamente la personalidad poética de nuestro escritor canario afincado en Córdoba hace mucho, lo que no me priva de recordar con precisión cuándo y cómo se presentaba en la sede de la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía aquel original Trazos del aire (Córdoba, Anna Livia, 2003) ni la pasión de aquel profesor titular de Derecho, hoy catedrático acreditado, al revelarnos todo el universo poético que fluía en sus venas tan particular e indómito.

Siempre me he referido a la concepción poética de Alemán como el territorio de la polipoesía, proclive a Polimnia, de la que podría declararse amador y siervo; un estado de realidades latentes donde todo es posible, desde la acritud más descarnada por el mundo hasta la más surrealista sublimación del intelecto.

Porque Francisco Alemán no conoce límites o, conociéndolos, renuncia a ellos deliberadamente. Prosa, verso, caligramas, dígitos, fotografía, declamación, música quedan supeditados a su imaginación desbordante, a su deseo desmesurado de participar al mundo una obsesión humana de libertad, encuentro y rompimiento de fronteras.

Todo para quebrar la rutina, el tedio que engendra agnosias y náuseas. Y esta deliberación reflexiva, que produce en el lector incluso vértigo, nos obliga a sentir intelectivamente, a pensar sensorialmente, subvirtiendo el código aristotélico de que nada está en el intelecto que no haya pasado antes por los sentidos. Pero para llegar a esta virtualidad de la materia, a esta condonación de la palabra, es necesario haber seguido senderos oxidados, interpretado claves poco inteligibles, imaginado espacios peregrinos, interiorizado el dolor o el amor que supone vivir siempre al borde del abismo.

No es fácil adecuar palabra y pensamiento. Significa acrisolar lo anecdótico para dejar fluir solo lo sincrético, eludir el reiterado tópico, reinventar el proverbio, crear sobre lo recreado como si nunca hubiera existido. Leemos tantas obviedades, tanto eco estéril, tanta voz manida que finalmente el poema acaba por desautorizar la poesía.

Pero lo peor de esto es que preferimos escuchar a quien nos refrenda sin aportarnos nada, al que no provoca desazón o aspereza, a aquel que no nos obliga a realizar un proceloso proceso de indagación o exégesis. Sin embargo, olvídense los posibles lectores de que van a encontrarse en Francisco Alemán a un creador de este estilo. Nada más lejano a la realidad porque nuestro escritor viene pleno y pergeñado de conocimiento mítico, de ardor caballeresco, de visiones humorales, de retos lexicográficos («palabras nunca nombradas»), de historias proteicas e imposibles.

Porque además en su palabra vibra la ascendencia telúrica, el cincel de una tierra nacida del fuego que forja los sueños y bruñe las emociones; un exacerbado primitivismo que nos devuelve la fertilidad y la ingenuidad sin engañarnos con los alardes rusonianos de la bondad humana; un aroma, no sé si estuoso o álgido, donde, bajo el árbol Garoé, se concitan maguadas, endechas, guañamenes, alquimia, conjuras, foles, guayottas, magades, pócimas y savias seculares.

Hombre árbol, hombre bosque, Francisco Alemán se aleja de toda idea premeditada para sumergirnos en su sensorial universo, catártico, mágico, inaudito, deconstruido más que construido, ensoñado sobre lo soñado y no por ello menos doloroso o gozoso..., ¿quién sabe? Si se atreven a averiguar lo que plantea este antónimo interrogante, prepárense para el reencuentro al cabo de los años.