‘La balada del café triste’ y ‘Reflejos en un ojo dorado’. Autora: Carson McCullers. Editorial: Seix-Barral. Barcelona, 2016.

La obra literaria de Carson McCullers, junto con Eudora Welty, Truman Capote, William Faulkner o Cormac McCarthy, no solo explora el Sur estadounidense, sino que inaugura un sentimiento trágico de la vida, y muestra ese sentido extremo de la realidad. Una mezcla de ambiente gótico o fantástico, absurdo y, conscientemente, ficticio son algunos de los elementos que descubrimos en estos libros, publicados entre los años 50 y 60. McCullers crearía, desde su pequeña ciudad a orillas del río Chattahoochee, un mundo propio que, una vez entramos en él, se muestra tan hermoso como irreal, nos persuade de su autenticidad, incluso añade y ensancha al nuestro propio.

En estos días celebramos el centenario de su nacimiento, y el cincuentenario de su muerte, ocasión para revisar la literatura de esta maestra de la ficción que venció ese vigoroso sentimiento del mal y del dolor humano. La editorial Seix-Barral reedita su obra completa, una edición conmemorativa que inicia la colección de cuentos La balada del café triste, con un prólogo de Paulina Flores que le imprime a su texto un valor feminista y, paralelamente, la novela Reflejos en un ojo dorado, con prólogo de Cristina García Morales y epílogo de Tennesse Williams. Siguen este mes Reloj sin manecillas, con prólogo de Jesús Carrasco, y El aliento del cielo -que comprende la totalidad de sus cuentos y sus tres novelas cortas, Reflejos en un ojo dorado, La balada del café triste y Frankie y la boda-, en edición de Rodrigo Fresán, que escribe un revelador retrato sobre la vida y obra de McCullers; en junio, la autobiografía Iluminación y fulgor nocturno; su primera novela, El corazón es un cazador solitario, con prólogo de Elvira Lindo, y El mudo y otros textos, una colección de ensayos sobre sus procesos de escritura, su temprana vocación, su pasión lectora o los pensamientos literarios, con prólogo de Rodrigo Fresán.

Las ediciones

En esta colección de cuentos, La balada del café triste, McCullers nos ofrece retazos de su biografía y la visión de las cosas a su alrededor se traducen en una auténtica iluminación; descubrimos a Miss Amelia o el jorobadito, que la narradora mezcla con su propia vida y proyecta hacia un mundo lírico donde la melancolía aparece, una y otra vez; la magia de su prosa crea un universo ambiguo y la narradora concede a sus cuentos un ritmo narrativo lento, a modo de balada: describe, presenta a sus personajes, les da la voz, y nos recuerda que existió un pasado nostálgico aunque con evidentes signos de futuro para envolvernos en ese universo nostálgico que nunca nos decepciona. Son narraciones repletas de sensibilidad, rememoran la adolescencia y la infancia, sus criaturas rozan lo grotesco, lo inquietante y lo estigmatizado. En La balada del café triste las voces se mezclan, son auténticas tragedias en el mundo adulto, o rememoran esa inocencia engañada, pero sobre todo lugares donde la soledad se acentúa.

Reflejos en un ojo dorado explora la mirada hacia el otro, un lugar donde los personajes no encuentran su correspondencia, aunque evidencia que la cruzan: el capitán Penderton y el soldado Williams. Y en esa mirada encontramos la semilla de unas pasiones nunca resueltas, de una fascinación primaria e inexplicable, que se quedan en el umbral del deseo. El capitán Penderton persigue en el soldado Williams la sombra de su anhelo, antiguo y tormentoso, jamás revelado, y el soldado Williams con Leonora, la esposa del capitán, su fascinación por el sexo femenino. En el fondo, existe en ambas miradas la misma fijación por lo desconocido, despunta una sexualidad amenazada en un contexto rígido y severo como el ejército, donde se niegan las pasiones y se convierten en germen de una violencia que, finalmente, se produce. Una novela punzante porque subyace en las relaciones de sus personajes un sustrato de odios e impulsos reprimidos, llamados a emerger de manera inevitable. Su atmósfera apunta a lo incierto, a lo inquietante, coloca al lector en una posición de espera ante el desencadenamiento de unos hechos que prevé terribles.

La niña Lula

Lula Carson Smith nació en Columbus, Georgia, una pequeña ciudad del Sur. Cuando cumplió quince años dos hechos determinarán el resto de su existencia: el regalo de su padre, una máquina de escribir con la que se divertirá contando historias, y una enfermedad que anunciaba ataques que la dejarían inválida. En casa de Mary Tucker, su profesora de piano, conocerá a dos personas que determinarán el resto de su vida: Edwin Peacock, su primer amigo adulto, un gran lector que ampliará su campo de lecturas, y a James Reeves McCullers, un joven encantador que Carson describiría como el hombre más hermoso que había visto en su vida, y provocaría una seducción recíproca que les llevaría a no separarse jamás desde 1935 a 1953, año de la muerte de Reeves.

Carson es una joven débil que combate una angustiosa vida con su dedicación a la escritura, empeñada en redactar su primera novela, El corazón es un cazador solitario. En abril de 1939 concluye su texto que titula, inicialmente, El mudo, pero la editorial le pide que haga muchas correcciones; la única aceptada, el título que cambia por El corazón es un cazador solitario; la novela se pondrá a la venta el 4 de junio de 1940 y convierte a su autora en la revelación literaria del año. La crítica señala la precisión de su estilo, su conocimiento de la soledad humana, su capacidad para interpretar el mundillo de una ciudad sureña, con retratos y personajes de gran fuerza; dosifica lo trágico y lo humorístico, lo sentimental y lo político, la rebeldía y la pasión. La revista Harper’s Bazaar publicará al año siguiente su segunda novela, Reflejos en un ojo dorado -en dos entregas, los meses de octubre y noviembre-, que se convierte en su libro más provocador, más sólido, tenso y crudo, minucioso en la observación de la vida cotidiana y de la crueldad de las relaciones humanas.

En 1946 aparece la novela que más la identifica, Frankie y la boda, su obra maestra y un relato claustrofóbico donde una adolescente expresa su malestar vital y su total aislamiento. Este mismo año conoce a otra de sus amistades de por vida, Tennessee Williams, a quien Carson visita en la isla de Nantucket, en Nueva Inglaterra, tras una elogiosa carta del joven dramaturgo que había leído Frankie y la boda y ponderaba la obra de esta joven paisana del Sur. La editorial Houghton Mifflin edita en bolsillo La balada del café triste y otros relatos, que incluye un inédito, Un problema familiar, muestra incomparable del humor y la crueldad metódica de su autora.

La mañana del 19 de noviembre de 1953 Reeves se suicida con una fuerte dosis de barbitúricos. Carson intenta no pasar demasiado tiempo en casa los años siguientes, viaja constantemente; en el otoño de 1961 aparece Reloj sin manecillas, otra vez una pequeña ciudad donde se enfrentan un viejo juez sudista, su nieto, un muchacho negro que, curiosamente, tiene los ojos azules y se pregunta acerca de su eventual mestizaje, y un hombre que está a punto de morir, a los cuarenta años, de leucemia. A partir de 1964 sus días se vuelven cada vez más penosos: una neumonía en febrero la lleva de nuevo al hospital; en 1965 es operada de la cadera, incansable afirma: «Quiero ser capaz de escribir tanto en la enfermedad como en la salud pues, de hecho, mi salud depende casi completamente de mi posibilidad de escribir (...)». Aparentemente, 1967 es un año menos solitario que el anterior, pero el 15 de agosto sufre un nuevo ataque cerebral que le al-canza el costado derecho: es ingresada en el hospital de Nyack y, tras cuarenta y siete días en coma, fallece a las nueve y media de la mañana del 29 de septiembre.