El filósofo ruso y crítico teórico del lenguaje, Mijail Bajtin, propuso por primera vez un modelo «donde la estructura literaria no sólo existe, sino que es generada en relación a otra estructura». Así, el uso del lenguaje por un individuo está condicionado no sólo por el sometimiento a un código de comunicabilidad, sino por la situación espacio-temporal e histórico-social en la que se encuentra. Estos tres polos -el individual, el discursivo y el ideológico- establecen un complejo diálogo a diferentes niveles de abstracción que Bajtin denomina «heteroglosia». La tarea fundamental del escritor será traducir el material verbal en artístico por medio de procedimientos condicionados, no sólo por esa tarea artística principal sino también por la naturaleza del material dado, que es la palabra. Así se cumple la transición de la visión estética al arte.

Podríamos decir que las trece historias escritas por Alejandro Pedregosa forman parte de ese conjunto de estructuras discursivas y de pensamiento en relación a otras anteriores, a las que el autor les da un aire insólito en su creación estética, una contextualización propia, las innova para hacerlas suyas y ya completamente disímiles. La situación espacio-temporal al mismo tiempo que la discursiva y personal le permiten esta aventura de la literatura dentro de la literatura en nuevas lecturas como, por ejemplo, la Celestina, o las historias de Patronio en el Conde Lucanor, o la nueva recreación de Mambrú se fue a la guerra, Jonás, Esaú y Jacob, el ratoncito Peres, Sócrates... Se trata de un conjunto de relatos de escritura muy cuidada con los que tiene el propósito de reanimar la conciencia sobre elementos inmediatos y conocidos. La brevedad del título O lo enlaza con una larga tradición literaria y alude a la disyuntiva textual y conceptual del título de los relatos. Construidos diferentes bloques sobre la dualidad, las grandes palabras y cierto cultismo literario, O es un valioso conjunto que viene a traer una renovación, fresca pero sin desdeñar la tradición, a este género en España.

Su intención es penetrar en las historias con un nuevo perfil, deformador, innovador e ingenioso. Y en él aspira a la recreación, el desahogo y la expresión estética a través de juegos de intertextos y subtextos que son canalizados hacia un nuevo lector, en una renovada aventura literaria. En algunos casos, le permiten realizar invectivas sobre la realidad de la guerra, la monarquía, las santeras, la historia sagrada, la temática de la esclavitud, o la historia del hombre dentro de una ballena...

Pedregosa posee singular destreza para la creación novelesca y lo va demostrando desde el principio con el juego entre el herido y el niño, con su posible bonhomía, cuando en realidad confabula en lo contrario. En «Mambrú se fue a la guerra o el patriotismo» donde hace un rediseño, siendo el subtexto la conocida canción, pero la evidencia se produce en la crítica feroz: «Esos han sido mis únicos méritos. Matar hombres para luego robarles la riqueza y violar a sus mujeres, eso es la guerra, chaval, el resto… tonterías» (p. 23). En ocasiones está presente la temática del cuidado, como Jacob cuando cuida a Esaú o Sócrates junto a Critón, al que le dice: «Ve preparando mis exequias. Critón -dijo con tono templado-, y encárgate de que sean silenciosas y humildes, como corresponde a los traidores de la Patria» (p. 33). Alejandro Pedregosa es comprometido y espontáneo en su desarrollo narrativo. Acusador contra la realidad transmitida a través de los diferentes subtextos que él ahora nos concierta en un dialogismo de raíz bajtiana, con su heteroglosia personal: Esclavitud, Patriotismo o Traición como consustanciales a todos ellos, tanto como la cultura del erotismo o la ayuda. Son historias que se dirigen a nuestra conciencia y que poseen lo sublime de la deformación caricaturesca como en la vida de Gretel en un burdel, en un recorrido bastante borgeano, o la historia de «El ratoncito Peres o la Academia» que llega fulgurante: «el ratoncito ha muerto. Debía andar por los ochenta» (p. 41), y añade que era un hombre reservado y bondadoso que amaba la libertad y los versos clásicos, pero es un reclamo en realidad para la crítica de cierto tipo de escritura y sus secuelas, de los literatos mansos y felices. Sus comienzos nos introducen con interés en las historias, como en «Don Camilo y don Peppone o Las tetas italianas» donde el narrador que se considera un aspirante a tonto del pueblo se siente salvado por el cura don Camilo, que le dio un oficio, y el alcalde don Peppone, que lo introdujo en el mundo del sexo. Su función era sorprender a las parejas de novios in fraganti y chivarse. En definitiva, historias que delimitan el espacio del ser humano, sus conductas, sus complacencias o sus funestas consecuencias. Un muestrario de buenas historias, expeditas y originales, que revelan desde la transformación y la heteroglosia ese diálogo con la contemporaneidad.