Antonio Colinas recibió ayer el prestigioso Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, un premio que, para él, significa «el reconocimiento de un trabajo de medio siglo». Tras la reciente publicación de su volumen Memorias del estanque (Editorial Siruela), donde hace un enjundioso recorrido por su vida y obra literaria, así como la segunda edición de su Obra poética completa, Colinas (La Bañeza, 1946), el poeta grande y puro de su generación, nos ofrece en esta entrevista algunas claves de su obra literaria y del oficio de escritor.

-Le hemos oído decir más de una vez que su iniciación en la poesía nació en Córdoba, ¿de qué modo influyó en su formación estética la experiencia de haber estudiado cuando adolescente en esta ciudad?

-Así fue. En Córdoba escribí mi primer poema a los 16 años, pero sobre todo en esos tres años de mi adolescencia fueron decisivas las lecturas que hice. Tuve muy buenos profesores entonces que nos pasaron sin censura algunos libros de Lorca, Alberti, Neruda. En esos años también me marcaron mucho los libros de Juan Ramón y Antonio Machado, así como el descubrimiento de la cultura del sur profundo y la presencia de la naturaleza, esa sierra cordobesa que, como yo digo, nos ayuda a conocer mejor la fecundidad de la obra de Góngora.

-De los muchos encuentros con grandes escritores que aparecen en su libro Memorias del estanque destaca el que tuvo con Vicente Aleixandre, del que luego fue gran amigo, ¿de qué modo influyó esa amistad en su modo de entender y concebir la poesía?

-Aleixandre fue un maestro más en lo estrictamente literario. En el pensamiento, le debo mucho a María Zambrano. Lo conocí a los 18 años, cuando llegué a Madrid y esa amistad se mantuvo hasta su muerte. Era esa persona a la que le llevabas tus primeros poemas y te los corregía y aconsejaba.

-En un fragmento de su libro le hace un sentido y hondo homenaje a Paco Umbral, afirmando que fue un gran poeta, ¿cree que se le ha valorado así en nuestro país?

-Umbral fue un gran lector de poesía y pocos saben que su primer trabajo en Madrid fue el de crítico de poesía en la revista Poesía española. En todos sus libros hay un sustrato poético. La cima por ello de su obra es Mortal y rosa, un texto plenamente poemático.

-En varios pasajes de su volumen hace referencia a su mujer, María José, ¿de qué modo ha influido ella en la creación de su obra poética y literaria?

-En las Memorias se recuerda ese momento de nuestro encuentro en un tren, cuando ella tenía 17 años y yo 21. Por tanto, ha estado unida siempre a mi vida; ha sido la primera lectora y consejera de mis escritos y representa de manera especial ese símbolo que es la mujer en mi obra literaria: la amada, pero también el ser que remite a lo telúrico, a lo trascendente.

-Habla en un momento de sus memorias de su estancia en Italia trabajando como Lector en la Universidad. ¿Qué supuso esa estancia italiana en su educación estética y en su creación poética?

-De la misma manera que mi estancia en Córdoba, los cuatro años vividos en Italia supusieron un antes y un después en mi vida y en mi obra. De esto último un ejemplo fue mi libro Sepulcro en Tarquinia. La experiencia de vivir Italia no deja indemne a nadie.

-Dentro de su obra literaria ocupa también un espacio la traducción. ¿Cuál ha sido el libro traducido que le ha satisfecho más?

-Sin duda, la traducción de la Obra poética completa del premio Nobel Salvatore Quasimodo, pero también lo mucho que he trabajado en la obra de Giacomo Leopardi, del que también escribí su biografía. A Quasimodo lo traducía despacio, pero sin pausa, y el resultado inesperado fue el que a este libro se le concediera en Italia el Premio Nacional de Traducción.

-Uno de los momentos especiales de su vida fue la llegada a Ibiza y el posterior asentamiento en la isla. ¿De qué modo ha influido esa experiencia en su vida y su creación literaria?

-Fue otra etapa muy decisiva. Allí fui un año con una Beca de Creación que me concedió la Fundación March para escribir Astrolabio, pero no quedamos 21 de manera continuada y 38 en comunicación alterna hasta hoy. Allí nacieron no pocos de mis libros, entre ellos el más laborioso, Rafael Alberti en Ibiza. Seis semanas del verano de 1936.

-Uno de los momentos más bellos de Memorias del estanque es ese en el que habla de su encuentro con Neruda en Italia, ¿cómo fue?

-Él era entonces embajador en París y había ido a Milán a presentar su libro Fin del mundo. Le hice una larga entrevista que publiqué en Revista de Occidente (1972). Fue un encuentro muy cordial. María José nos hizo fotografías. Desgraciadamente, él fallecería muy poco después.

-Su poesía, en muchos momentos atada a la tierra, al paisaje primigenio, es muy distinta a la de los Novísimos. ¿Se ve aún encuadrado en esa generación?

-Cuando aparecen los primeros libros novísimos yo escribía un libro como Preludios a una noche total y ya era fiel a principios que he mantenido hasta hoy: emoción, intensidad, pureza formal, musicalidad del verso. Es cierto que yo aposté también por la necesidad de una nueva sensibilidad, de un nuevo lenguaje poético y de unas nuevas lecturas, pero nada más. Hay identificación también en la valoración de la cultura, pero en mí ésta viene sometida a la vida.

-Por último, ¿qué le ha supuesto recibir el reconocimiento del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana?

-Sobre todo he pensado en que se reconocía lo mucho que he trabajado, mi fidelidad a una vocación. Se premia a la poesía, pero he pensado también en los otros géneros en los que he trabajado: la narración, el ensayo, la traducción o la crítica literaria. Es un premio también muy honroso porque nos remite a las literaturas hermanas de la América hispana y de Portugal. Reconocimiento de un trabajo de medio siglo: esto es lo que sobre todo supone este galardón para mí. Y me alegra que la poesía haya sido el centro o eje de ese trabajo.