Sin secuelas físicas pero muy "tocado" emocionalmente. Así llegó ayer a su casa de Montemayor, tras aterrizar en Málaga procedente de Roma, Miguel Galán Mata, el superviviente cordobés del naufragio, el viernes, del crucero Costa Concordia junto a la isla de Giglio, en Italia. "Estoy aturdido, en estado de shock. Cierro los ojos y veo la desesperación, el miedo, niños corriendo, mujeres tirándose al agua...", confesó Miguel, de 30 años, poco después de reencontrarse con sus padres, Miguel y Elisa, y sus cinco hermanos.

Vestido aún con la sudadera y el pantalón de chándal que le proporcionaron en el hotel de Roma en el que lo alojaron tras el naufragio, Miguel recordó que se embarcó en el crucero --"mi primero y último después de la experiencia"-- solo, seguro de que "me iba a divertir y de que conocería mucha gente", aprovechando sus dos semanas de vacaciones en el restaurante El Artista. La aventura en el barco no le imponía. Lo que le preocupaba era el viaje en avión de Málaga a Barcelona, pero nada más llegar allí conoció a una pareja de malagueños con quienes entabló amistad para el resto de viaje, que comenzó el día 9 en la Ciudad Condal con destino Palma de Mallorca. Por delante le esperaban ocho días de crucero, y en los primeros no solo "todo iba genial, sino que sentía que estaba cumpliendo con el sueño de mi vida". Sin embargo, el viernes 13 se trocó en "pesadilla".

"Eran las 21.10 horas. Estábamos cenando, en el primer plato, que ni probamos. Escuchamos y sentimos debajo de nuestro pies como si pasara un tren y todo se moviera. Me levanté y vasos y platos se vinieron hacía mí mientras había un leve corte de luz. El barco se estaba escorando. Enseguida, gritos, terror, pánico, la gente buscando la salida, agarrada a las columnas...". ¿Qué hacer en esos momentos? Miguel denuncia que antes de salir de Barcelona se debía haber hecho un simulacro de accidente, pero no se hizo y "no sabíamos cómo actuar". Así que corrieron a cubierta y allí se fue la luz definitivamente. "Fue cuando peor lo pasé: en cubierta, sin luz y sin que apareciera la tripulación".

"TODO CONTROLADO" Porque allí, en medio del "caos", asegura que solo les asistían camareros y trabajadores del casino, "pero nadie de la tripulación, nadie que dijera que abandonáramos el barco". Una hora y media estuvo Miguel en cubierta mientras se decidía qué hacer, con el barco cada vez más escorado. "En un momento, apareció el comandante y dijo que todo estaba controlado y mandó a gente a los camarotes, pero aquello se hundía". Para entonces ya había pasajeros que se habían lanzado al agua --"algunos murieron, otros sufrieron lesiones"--, y fue entonces cuando empezaron a bajar barcas y lanzar balsas de goma. "Cogí un salvavidas, me quité los zapatos, que por la inclinación se deslizaron al mar, y me lancé desde unos cuatro metros a la balsa. Y todavía tuve suerte porque fui de los primeros 40 --viajaban 4.234 personas-- en abandonar el barco".

Aún estuvieron tiempo a la deriva hasta que un remolcador los llevó a puerto sobre las 4.30 horas. Habían pasado más de siete horas desde que se desencadenó la tragedia. Para entonces, envuelto en una manta y tiritando, Miguel "no podía olvidar una imagen que se me ha quedado grabada: vi un bebé muerto flotando en el mar. No me deja dormir. Nadie está preparado para vivir una tragedia así. Aún no me puedo creer que haya vivido algo igual".

(Más información, págs. 54-55)