Duele mirarlo y pensar que formó parte del núcleo señorial de los Fernández de Córdoba. El castillo es un ejemplo más de fortaleza que no ha sabido conservar esa silueta privilegiada capaz de seducir al corazón más gélido. Al menos así aparece en un grabado de 1839, que da idea de su esplendor. Pero el tiempo es cruel y el hombre no hace nada por evitarlo. Desde que la soledad invadió sus estancias, los vecinos lo despojaron de sus encantos y repartieron su suntuoso cuerpo en otras construcciones. Ahora es una sombra que contempla la Campiña desde lo alto de un cerro bajo el que se derrama la localidad, junto a unos depósitos de agua --construidos en 1959 y 1972 sobre el patio de armas-- que han aumentado su dolor. Al lugar sobre el que se alzan sus ruinas se llega por la calle de La Villa. Lo primero que llama la atención es la iglesia del Soterraño, cuya torre formó parte de la fortaleza.

En los noventa se hicieron unas excavaciones que aportaron datos como la extensión del Peñón del Moro o Torre del Homenaje, que ocupó 424 metros y llegó a tener una altura de 40. Todavía se aprecian los restos de esta sorprendente construcción rectangular, considerada como una de las más grandes. También quedan evidencias de la torre circular de la Cadena, llamada así por los eslabones que tuvo esculpidos, que fue derruida por el terremoto de Lisboa de 1755; de un pasillo; y de la cocina de la guarnición del castillo.

Estos datos evidencian el poder que tuvo el recinto al que el hermano del Gran Capitán, Alfonso de Aguilar, personaje que engrandeció el nombre de los Fernández de Córdoba, le dio un aire más residencial en el siglo XV aprovechando la fortaleza anterior. Pero el castillo se conoce desde el siglo IX, cuando lo poseía Omar ben Hafsun. Tras la batalla de Poley, nombre que tuvo la fortaleza y que derivaba de una población asentada en su cerro, pasó por otras manos y fue destruido y reconstruido varias veces. Uno de los más fieros ataques fue el de Pedro I, que ordenó eliminar las águilas esculpidas que recordaban a otros señores. Después, en torno a 1377, Gonzalo Fernández de Córdoba la reedificó dotándola de sus principales dependencias, de un patio porticado y de escudos señoriales. De su pasado quedan huellas como un graffiti del siglo XIII con la figura de un águila.

El cerro esconde tesoros arqueológicos que se remontan al Calcolítico. Desde allí se dominaban las torres vigías repartidas por la Campiña y se divisaban las localidades de alrededor. El lugar gozaba de la protección del escudo formado por las murallas de la Villa. Pero desde que se despobló esta zona todo es historia con episodios aislados que recuerdan catástrofes como la peste que azotó a Aguilar y que en 1680 convirtió al castillo en hospital. Allí se ha hecho además un campamento medieval y teatro.

Cerca hay una cantera usada durante el pasado siglo que desde hace unos años sirve como escenario de la cena medieval de las Noches de la media luna . Cuando las tardes de estío se funden con la oscuridad los vecinos rompen el silencio escenificando páginas del glorioso pasado de Aguilar. Personajes de otro tiempo deambulan por el castillo proyectando sus sombras sobre sus ruinas. Por un momento las piedras recobran el porte que tuvieron, desencadenando un viaje con retorno bajo el hechizo de la luna.