Ayer, la explanada de la Diputación tenía un verdadero ambiente de feria. Pero de una feria distinta, se podría decir, parafraseando el lenguaje bélico de los últimos años, que era la madre de todas las ferias de la provincia. Todos los pueblos y muchos de sus ciudadanos se quisieron sumar a esta segunda edición del recuperado certamen, en el que cada pueblo se viste con las mejores galas para causar buena impresión a sus semejantes.

Los pasillos de este singular real estaban ayer atestados de público de todas las edades, porque para todas había algo que ofrecer: drones y tecnología punta para los más jóvenes, talleres, artesanía en varias disciplinas y productos de los de toda la vida para los mayores y hasta una especie de caseta con sus veladores para hacer un alto en el camino a reponer fuerzas, que también se encontraba a rebosar.

El sol se convirtió en el mejor aliado de una jornada de feria mayor de la provincia que, una vez echado el telón y apagadas las luces, ya piensa en la próxima edición, como expuso la anfitriona, Ana Carrillo.

Como en todas las ferias, siempre hay alguna atracción, algún detalle que llama la atención sobre los demás, y si está relacionado con la gastronomía, más aún. Ayer se llevó el gato al agua la pequeña exhibición de la huevada de Villafranca, pero tampoco faltó asistencia a las degustaciones de churros, al taller de dulces o en aquellos expositores donde se ofrecía alguno de los numerosos y apetecibles productos ibéricos.

Fue, en definitiva, el de ayer, un domingo de feria de pueblo, de verdad, en el que alcaldes y ciudadanos, como decía Serrat, charlan y se dan la mano sin importarles la facha.