NACE EN JAEN (1935).

TRAYECTORIA INGENIERO TECNICO DE OBRAS PUBLICAS, TRIUNFO COMO CANTAUTOR EN 1958. EN 1962 SE RETIRO DEL ESPECTACULO.

Fue el chico de moda en aquella España en blanco y negro de finales de los 50. Con la sonrisa tímida que aún le acompaña, su aspecto de estudiante aplicado y una voz acaramelada, ideal para tararear melodías pegadizas al son de una guitarra que acabó dándole nombre artístico, con todo eso José Luis Martínez Gordo plantó los cimientos del pop español al convertirse en el primer cantautor de este país. Pero como llegó se fue.

Ni su condición de pionero en lo que entonces se llamó música ligera, que aún hoy no acaba de creerse ("fue una cosa no buscada, surgió de la nada", explica casi excusándose), ni los delirios colectivos que despertaban sus actuaciones impidieron que en pleno éxito dijera adiós a todo aquello para ser un discreto funcionario. "Mil veces que naciera, mil veces que haría lo mismo", asegura sin la más mínima nostalgia.

--¿Qué le hizo tirar la toalla de repente?

--Yo siempre me he mantenido muy recto en mi manera de ser y de pensar. Nada de aquello me descolocó, lo acepté y ya está. Yo tenía programada la retirada. Tenía previsto cortarlo en cuanto me llegara el destino del Estado y así lo hice, en pleno éxito, sí. Fueron cuatro años de actuación, del 58 al 62 en que corté y me puse a hacer carreteras. Yo sabía que lo importante en esta vida es la familia, y no andar por ahí cantando. Lo del cante fue una cosa totalmente inesperada.

--¿Cómo surgió todo aquello?

--Yo estaba haciendo las prácticas de alférez en Alcalá de Henares, en las milicias universitarias, y había un compañero, ingeniero de Telecomunicación, que estaba en Radio Madrid. Y como cantábamos allí en el cuartel y tal... "Hombre, José Luis, yo te presento a un jefe de programación de la Ser y seguro que te da un programa", me dijo. Y yo "que no, que me dejes a mí de líos". Pero un día me dijo que había hablado con Gómez Amat, jefe de programación, y que quería escucharme. Grabé en un magnetofón las canciones, se las llevé, y me preguntó: "¿Tú eres el que tocas la guitarra y cantas?". "Sí". "¿Y las canciones son tuyas?". "Sí". "Pues te vamos a hacer una prueba, la llevo a una casa de discos y si hacen el disco te doy un programa semanal".

--Y así fue, su intento no pudo ser más triunfal: le dieron un programa en la cadena Ser, cuyo título dio pie al nombre artístico que le acompañó siempre, 'José Luis y su guitarra'.

--Yo volví a Córdoba, donde entonces trabajaba en Renfe, y a la semana siguiente me llamó Gómez Amat para decirme que Philips quería hacer el disco y él me daba el programa. El disco tenía cuatro canciones y una de ellas, Mariquilla , pegó muy fuerte desde el principio, y ahí empezó todo. Quedé muy contento porque Philips lanzó magníficamente los discos no solo en España sino en Argentina, Uruguay, República Dominicana...

--Llegó a ganar mucho dinero, ¿verdad? Y supongo que también se lo dio a ganar a otros.

--Yo creo que di más dinero a ganar a otros que el que gané yo. Pero no me puedo quejar en absoluto. Gracias a eso vivo en mi casa y he podido criar y dar carreras a seis hijos.

--¿Se sintió explotado por la industria discográfica?

--No me sentí explotado, no. Ya digo que lo hicieron muy bien y yo agradecidísimo. La televisión estaba empezando, y apenas si había cantantes españoles famosos. Estaban Jorge Sepúlveda, Bonet de Sampedro, José Guardiola y por supuesto Machín, ya al final de su carrera. Entonces irrumpí yo, que cantaba con el susurreo este de "muuumm, muuumm" y no sé, caí bien.

--Y además lo ponía todo, la letra, la música y la voz.

--Bueno, todas las letras no eran mías. Por ejemplo, la letra de Ecos de mi cantar era de Javier Quintero, un compañero del Colegio Calasancio, médico famoso en Madrid ya fallecido. Un día me llegó diciendo: "Mira, que he hecho esta poesía y quiero que le pongas música". Me puse y salió mi primera canción, con 15 años, que por cierto recientemente la ha grabado Alex Bueno, un cantante dominicano, sesenta y tres años después de haberla hecho yo. Gracias a esa canción Javier Quintero y yo entramos con 15 años en la Sociedad General de Autores, creo que no debe haber allí nadie tan antiguo como yo vivo.

Lo dice riendo quedamente, pues hasta la risa es suave en este hombre que parece feliz, aunque no sea precisamente la alegría de la huerta, en el tranquilo universo doméstico del que se rodea en su chalet de Sansueña. Pocas alusiones pueden verse en él a su carrera musical. Solo la piscina, en forma de guitarra, pero nada de fotos --las guarda junto a los discos en un mueble del salón-- que recuerden aquellos días de gloria que se sacudió en cuanto pudo.

--He oído que las pasaba canutas cada vez que se subía a un escenario. ¿Era así?

--No hay en mi familia nadie artista... La primera vez que actué en televisión me temblaban las piernas. Yo quería que me dieran un coñac pero no me lo dieron (sonríe). Después nervioso no, porque lo haces tantas veces que te habitúas. Pero llegabas a un sitio y te recibían, te llevaban a la emisora a ensayar, te llevaban a la entrevista, actuaciones... No veías nada. Pum, otra vez al avión y a otro sitio. Y eso cuatro años, si no te lo has planteado como profesión, no hay quien lo aguante.

--¿Qué fue para usted la música, un paréntesis, una diversión?

--La música es algo maravilloso. No sé lo que hubiera sido de mí sin música. Pero una cosa es recibirla y otra darla, actuar, que era lo que no me gustaba.

--Usted tocaba la guitarra desde niño, ¿no?

--Mi abuelo me había enseñado unos cuantos acordes. Yo tenía 12 años, y fue al llegar a Madrid, cuando mi familia deja Jaén --allí vivíamos en una casa enorme que había sido un convento-- porque mi padre, que era director del Banco Central, fue destinado allí. Luego entré en el cuadro artístico del Colegio Calasancio, donde terminé el Bachiller. Y ya en la universidad, entré en la tuna. Pero no he tenido formación musical, aunque sí vocación, y la sigo teniendo. Cuando tengo algún problema me siento ahí (señala el sofá del salón, junto a la chimenea), empiezo a tararear y cambio de carácter.

La biografía de este jienense criado en Madrid está tan asociada a Córdoba, ciudad que escogió para vivir y en ella sigue encantado, que muchos lo creen cordobés aunque lo desmienta su acento castellano, suavizado por los aires del Sur. Aquí desarrolló toda su trayectoria como funcionario de la Jefatura Provincial de Carreteras tras su retirada del espectáculo en 1962, aquí ha visto crecer a sus hijos y ha recordado sin melancolía durante medio siglo los años en que él y su guitarra copaban en todas las emisoras las peticiones de discos dedicados, cuando las jovencitas lo rodeaban con tanto ímpetu que tenía que acudir en su auxilio la policía.

Pero aquella Córdoba que despertaba al desarrollismo no era nueva para él, que ya la había escogido como breve destino profesional en 1956. "Yo hice la carrera de ingeniero técnico de Obras Públicas, que te daba acceso al Estado, pero había varias promociones aún sin colocar y, mientras, me coloqué en la Renfe. Trabajé para un cambio de vía entre Córdoba y Sevilla. Era la primera vez que se ponían traviesas de hormigón y la vía soldada, con lo que se evitaba el tacatá-tacatá de antes --recuerda--. Me enamoré de Córdoba, pero pedí la excedencia en Renfe y me fui a hacer las milicias universitarias en Alcalá de Henares para estar cerca de mi novia, que vivía en Madrid".

--Y entonces surgió lo de la radio y todo lo demás...

--Hasta que lo dejé cuando me dieron el destino del Estado. Poco antes me llamó Vicente Mortes, que era el director general de Carreteras y luego fue ministro de Vivienda, para pedirme que cantara en un festival benéfico que daba su mujer en Valencia. Fui allí --por cierto que actuando me caí en el foso y rompí la guitarra-- y a la vuelta sale el destino y, como me había gustado tanto Córdoba, pedí a Mortes que me consiguiera plaza aquí.

--¿Cómo recuerda la Córdoba de entonces?

--Era más bonita que ahora. Ibas por la Judería y había mucho olor a azahar.

--Viniendo de Madrid, vería la ciudad muy pueblerina...

--No, yo soy de Jaén, más pueblerina todavía. Mi mujer no quería venirse a Córdoba, y ahora no la cambiaría por nada. Pero yo tenía poco tiempo para conocer la ciudad. Cuando trabajaba en la Renfe me levantaba a las seis de la mañana para coger el carreta, un tren que iba hacia Sevilla, me bajaba en el tajo y a trabajar. Y luego los fines de semana, como tenía pase de libre circulación, me iba a Madrid a "pelar la pava".

--¿En qué barrios ha vivido?

--Al principio en una pensión donde estaba mi primo, en Ciudad Jardín. Después me cambié a otra más cerca de la estación y allí lo pasé muy bien. Casi todos los huéspedes éramos compañeros, cantábamos... Luego, cuando en 1962 me vine ya casado, empezamos a buscar y nos gustó un chalet del Camino de Santo Domingo. En el de al lado vivía el torero El Pireo, que estaba en pleno éxito. La casa se nos quedó chica cuando nació el quinto hijo. Entonces compré este terreno y me hice un chalet a mi gusto.

--¿Se sintió bien acogido? Se lo pregunto porque me consta que, como cantante, no guarda muy buen recuerdo de su actuación en el antiguo coso de Los Tejares. ¿Qué pasó?

--¡Ah, bueno! Aquello fue que fiché con Juanito Valderrama y Marchena, hicimos 60 plazas de toros en el verano del 59. Pero la gente que iba a verlos lo que quería era flamenco. Me anunciaban "¡José Luis y su guitarra!". Y salía yo a cantar Mariquilla , "muumm, muummm", y claro, no lo tragaban. Y venga pitadas y un tío desde el tendido: "¡Maricón!". Y el caso es que cuando me propusieron la gira yo dije que no, pero Valderrama insistió tanto que me convenció. Y fue un error, porque su público no era mi público. En casi todas las plazas me pasó igual. Mi mujer lloraba, "déjalo, déjalo", pero tenía que cumplir el contrato.

--A cambio, algunos recuerdan aún su multitudinaria firma de discos en la tienda de Crescencio Marrodán. Y su visita a Radio Córdoba, de donde poco menos que tuvo que ser rescatado por la policía para no ser aplastado por sus seguidores.

--Sí, la primera vez que vine a Córdoba como cantante firmé discos en Marrodán y tuvo que venir la policía para poner orden, de tanta gente como había, como pasó cuando fui a la radio, por todos lados me pasaba igual. Después estuve cantando en patios... Fue muy buena acogida.

--Como experto en obras públicas hasta su jubilación, en el 2002, ¿ha tenido ocasión de seguir de cerca la evolución urbana de la ciudad y la provincia?

--No, porque lo mío eran carreteras, trabajé en las del norte. De lo demás no sé nada. Lo que sí le digo es que me ha gustado mi oficio. Tuve la suerte de tener unos jefes fabulosos, tanto Rafael Gil como Tomás González de Canales.

--Es curioso que sus dos vocaciones, la ingeniería y la música, casi nacieran juntas, porque fue en la Escuela de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas y su tuna cuando se despertó su afición, ¿no?

--Sí, no sé, algo debe de tener la música con las matemáticas (ríe). De tuno no estuve mucho tiempo, estuve en la Tuna Hispanoamericana de Madrid. Recuerdo que fuimos a rondar a mi novia una noche.

Contra lo que pudiera pensarse por ese "y su guitarra" que le acompañó como una especie de apellido y prolongación de sí mismo durante toda su carrera musical, José Luis Martínez Gordo no ha sido caprichoso a la hora de elegir el instrumento. Solo ha tenido dos guitarras. La primera, de la casa madrileña Ramírez, fue la que rompió al caerse en Valencia, "que llamábamos Timotea", dice. La sustituyó por esta que sostiene con mimo esta tarde para las fotos, que es como su paño de lágrimas, el refugio para las horas bajas. "Es mejor que la primera --asegura--, fue fabricada en 1963 en la casa Garrido de Madrid".

--¿Tuvo problemas de censura?

--Me echaron para atrás Mariquilla porque decía "cuánto te adoro, eres mi bien". Argumentaban que solo se adora a Dios, y tuve que convencerlos de que hasta las abuelas adoran a sus nietos. En otra canción escribí "un abrazo en secreto, un beso en tu boca", que al final quedó "la sonrisa en tu boca".

--¿Ha seguido componiendo en estas décadas de silencio?

--En el cajón debo guardar un par de canciones sin acabar. Ya no tengo ni callos en los dedos.

--Tras su retirada se han seguido reeditando sus discos, e incluso llegó a grabar temas nuevos, como la canción protesta 'Gibraltar' en 1966.

--Me molestaba que aún estuvieran allí los ingleses y me salió la canción. Y, es curioso, ahora la Sociedad General de Autores me ingresa más por Gibraltar que por Mariquilla .

--¿Qué le queda de todo aquello?

--Un recuerdo muy feliz por haber hecho feliz a mucha gente. No acabo de comprender que todavía me sigan parando por la calle. En televisión siguen poniendo aquellas películas. Y hace poco me llamaron para cantar a favor del Hogar Renacer, que hace 25 años pusieron en marcha con ayuda de otra actuación mía. Se llenó el salón, donde caben 500 personas, todas aplaudiendo de pie. Les dije que con su cariño me habían rejuvenecido 50 años.