El sonido de la azada en la tierra fue sordo. Charo Flores alzó con fuerza la herramienta y la clavó con mucha pena y quizá una sombra de rabia en la fosa. No pudo dejar de llorar al hacerlo. Tampoco algunos de los muchos cordobeses que se acercaron ayer al cementerio de La Salud para arropar a las víctimas. «Mi padre, el pobre con alzheimer, no ha podido estar hoy aquí. Le contaré cuando tenga un rato bueno que encontrarán a su padre, mi abuelo, Rafael Flores, un hombre bueno que trabajaba en las canteras de las Jaras y que no hizo nada para que lo mataran», explicó Charo entre sollozos.

No fue la única que, invitada por el equipo científico que hará las exhumaciones, levantó la azada para remover de forma simbólica la tierra que cubre desde hace 82 años a sus familiares, víctimas de la represión y de la guerra. Lo hicieron uno tras otro en un momento que heló la sangre de los presentes. Para Francisco Sánchez, hijo y sobrino de fusilados, el de ayer fue «un día grande, pero el sufrimiento --dijo-- es más grande todavía». Este octogenario de Aguilar de la Frontera, huérfano desde los 3 años, relató la vida de su padre, un trabajador del campo, que fue fusilado, como otros muchos, en aquel verano del 36. Antonio Cabello, hijo de Antonio Cabello, teniente de alcalde de Aguilar también fusilado, explicó que en su familia han vivido «con la esperanza de que llegara este momento», aunque saben que es difícil que los restos que aparezcan pertenezcan a su padre. «No estamos seguros de qué esté aquí».

--Antonio, ¿qué le diría a aquellos que no están de acuerdo con esto?

--Les diría que se pongan en mi lugar y en vez de ser mi padre el que está ahí, que fuera el suyo.