La Señora de Córdoba, la Virgen de los Dolores, ya se encuentra en la Catedral. Sobre las doce de la noche llegaba a la Puerta de las Palmas del primer templo de la diócesis. Atrás quedaban más de cuatro horas de traslado en el que la Dolorosa de San Jacinto recorrió siete conventos de la ciudad en una procesión que fue tomando cuerpo conforme avanzaba la tarde.

A las siete en punto de la tarde la artística cruz de guía de la hermandad de los Dolores estaba en la puerta de la iglesia de San Jacinto. Tras ella, un cortejo de poco más del centenar de hermanos que con cirio en la mano marcaban el caminar hacia la Catedral de la Virgen de los Dolores. Quince minutos después, su inconfundible silueta estaba recortada en la cal de la plaza de Capuchinos.

La Virgen lució ayer el manto negro de 1967 bordado en oro por Esperanza Elena Caro y la saya blanca conocida como la del Espíritu Santo. Sobre sus sienes, la corona con la que fue coronada canónicamente hace ahora cincuenta años. Una sencilla parihuela exornada con tulipanes y calas blancas, con un salpicado de rosas de pitiminí en color rosa junto a la música del coro Cantabile nos hizo retrotraernos a una Semana Santa sencilla en las formas pero de profunda raigambre religiosa.

Así, con esta estampa inédita y esta sensación de tiempo pretérito, la Virgen de los Dolores, dándole el sol en el rostro, bajaba la Cuesta del Bailío para buscar calles por las que nunca pasó o por otras en las que hace años que no pasaba.

Un dédalo de callejas que la llevó a visitar siete conventos, donde fue recibida por las distintas comunidades que rezaron junto a la hermandad en acción de gracias por tal regia visita.

Así, mientras el coro Cantabile entonaba una Salve, la parihuela giraba con mimo hacia la puerta del convento de Santa Isabel, donde la comunidad de monjas la esperaba emocionada. Tras el rezo, las monjas entonaron una oración a la Virgen mientras poco a poco la Señora se despedía.

Cada vez con más público en la calle, la Virgen cruzaba las calles de Santa Marina, cuyos balcones habían cambiado los paños rojos de Semana Santa por el colorido de las flores que, como cascadas de color, caían por estos.

Poco después, llegó al convento de Santa Marta, donde la Virgen, con alguna que otra maniobra, entró hasta el patio de recibo, donde le esperaba el canto de las monjas. Momentos imborrables que se volvieron a repetir a lo largo de la noche cuando la devota dolorosa llegó a los conventos de las Hermanas de la Cruz, las Capuchinas, Santa Victoria, Santa Ana y las Siervas de María.

Un ramillete de casas de oración que rezaron gozosas ante la Virgen de los Dolores como antaño lo hicieran las moradoras de estos conventos, que siempre tuvieron entre sus rezos a la Dolorosa servita del Hospital de San Jacinto.

Ya con toda la noche tras el manto oscuro de la Virgen de los Dolores, el Patio de los Naranjos se hizo un oasis de luz para recibir a la Señora, el coro Cantabile de nuevo entonó su sacra música, la luz hacía brillar con fuerza las lágrimas que nos recuerdan el dolor de María, un dolor que el próximo sábado será gloria de Córdoba en el recuerdo de su coronación canónica, cincuenta años coronada, cincuenta años desde que miles de cordobeses tornaron el oro en beso rubricando la devoción que la ciudad profesa a la eterna Virgen de los Dolores.