Troncea no es violinista de tejados, prefiere tocar a pie de calle. Si han pasado por el Puente Romano, seguro que lo han visto. Pelo blanco, ojos claros y sonrisa desplegada de par en par que se mueve al ritmo de su violín, compañero de fatigas desde hace una eternidad. Afable y simpático, comparte puente con su hijo, instalado a unos cuantos metros con su destartalado acordeón.

Los dos pertenecen a una familia de músicos procedente de Bucarest que se gana la vida tocando aquí y allá. Lo conocí hace un año, en el campamento rumano instalado junto al río, en el Cordel de Ecija. donde convive con sus dos hijos desde hace cuatro años. Le pedí que tocara algo y en menos de diez minutos todos los niños estaban bailando a su alrededor. Como si un violín y un acordeón fueran suficientes para hacer olvidar el rugido de las tripas.

Han vivido en Málaga, en Cádiz y desde hace cuatro años en Córdoba. "Paso dos años en España y un mes en casa", explica en su escueto español que hace que nuestra conversación se vea salpicada de preguntas sin respuesta y de respuestas que caen al vacío. La ausencia de intérprete impide entrar en los detalles. La esencia queda clara. "Tres días en autobús para llegar a Rumanía, espalda muy mal". Eso es lo que dura un viaje desde Córdoba, aunque el de ida se haga siempre más corto que el de vuelta. "Un mes descanso con mi mujer y mis cuatro nietos".

El dinero que gana aquí sirve para mantener todo el año a los que dejaron atrás y también para costear ese ansiado mes de vacaciones. Aunque hay días que gana más que otros, la media son unos quince euros diarios, asegura. Lo malo es que no todos los días puede trabajar, sobre todo en un año como éste, en el que la lluvia ha sido tan pertinaz. "La policía nos dice vete, vete", comenta, "no tenemos licencia para tocar aquí, cuesta 300 euros al mes". Ese dinero, unos 300 euros, es lo que Troncea envía mensualmente a su mujer. "No es mucho, pero allí con eso pueden comer todos". Por lo que cuenta, fue al colegio y al instituto hasta que empezó a trabajar. Su primer y único violín lo tiene desde hace 45 años. "Aprendí a tocar solo, del oído", dice simpático. Por eso no necesita partituras ni nada parecido y por eso cuando toca el violín me recuerda a Peret y a su particular forma de tocar la guitarra, llena de impulsos y de bailoteos. Dice que se vino a España con sus hijos para que todos comieran. "Muchos años tocamos en Bucarest, en las bodas, muy típico". Fueron tiempos de penuria en los que trabajaron a destajo para después verse obligados a salir de su país. "Allí no hay trabajo, ni dinero, es peor que aquí", asegura. Luego le pregunto por las cosas que echa de menos de Rumanía y después de recordar a su señora, me habla de la comida. "El cerdo es mi favorito, mmmm, mucho cerdo se come en mi país, muy bueno", dice con ojos abiertos como si pudiera estuviera a punto de degustar uno de los platos que tanto añora. Da alegría verlo.