«Durante el Ramadán se pasa muy bien, es un sentimiento muy agradable». Quien dice esta frase no es ninguna persona mayor, sino Amina, una chica de 15 años, hija de Mohamed (50) y de Fátima (42), una familia marroquí que lleva dos décadas en España. Ahora residen en Posadas, donde desde hace años regentan un bazar. Completan la familia su hermana Safa (17) y su hermano Sofián (25). Todos ellos viven el Ramadán como una experiencia de «empatía», en palabras de Amina, porque de lo que se trata, explican ella y Safa con el asentimiento de su padre, es de «ponerse durante unos días en la piel de los que no tienen para comer, de los que sufren guerras, de los que no tienen vivienda y pasan penalidades». Es su forma de explicar este mes sagrado para los musulmanes.

Mohamed, Amina y Safa explican que durante esos días, «desde que se recoge la luna hasta que sale otra vez» (unas 17 horas), «ni comida ni agua ni nada, solo rezar», explican con satisfacción y convicción. Después durante la noche comen, sobre todo líquidos, y rezan, por lo que «se duerme poco también» durante el Ramadán, que concluye, según señalan, con un gesto más de solidaridad. «Al final del Ramadán cada miembro de la familia pone una cantidad de dinero para dárselo a los que no tienen y también llevamos comida» a las mezquitas donde oran a diario, de noche, después de cerrar su negocio y comer para reponerse del ayuno de toda la jornada.

El Ramadán les hace incrementar los rezos, pues si un día normal se ora cinco veces, «en estos días se reza más» y se evitan todos los placeres terrenales, «no se puede oler ni la colonia», apuntan, para todos «menos para los enfermos y los mayores o las embarazas». Para ellos se flexibilizan las exigencias, y para los viajeros, porque, según el Corán, «Allah quiere para vosotros lo fácil y no lo difícil».