Salvo los días que se escapa cada año para hacer a pie el Camino de Santiago, Carlos Eslava se levanta bien temprano cada día desde hace más de un lustro de lunes a viernes para acudir a su puesto en el Banco de Alimentos de Córdoba. Gerente de empresas durante años, decidió hacerse voluntario cuando se jubiló y tras «captarlo» para la junta directiva, se convirtió en el candidato perfecto para suceder en la presidencia a su predecesor, Luis Moreno, cuando éste se retiró de la faena. «Ahora estoy buscando relevo para mí, pero es complicado, hay mucha gente que quiere ayudar, pero encontrar a alguien dispuesto a asumir la responsabilidad cuesta más». Me recibe en su despacho del antiguo matadero, actual sede del Banco de Alimentos, dispuesto a contestar cualquier pregunta mientras decenas de voluntarios trajinan en el almacén y las oficinas.

-¿Cuánta gente trabaja aquí?

-Ahora mismo hay cuatro personas en plantilla y más de cien voluntarios fijos que dedican una hora mínimo a la semana al banco. Además, están los que vienen de instituciones penitenciarias para hacer tareas en beneficio de la comunidad que varían en número. Ahora tenemos ocho.

-¿Qué requisitos piden a los voluntarios y qué tareas desempeñan en el Banco de Alimentos?

-Solo que quieran ayudar, nosotros les buscamos una actividad. Hay casos en los que sabemos que el trabajo de algún voluntario va a haber que repetirlo, pero, si vienen con ilusión, los aceptamos, eso es lo importante. En cuanto a las tareas, aquí hay mucho trabajo de calle. Hay un grupo de profesores jubilados que va a los colegios para sensibilizar contra el derroche de comida. También hay un grupo de gente que va a las empresas para pedir alimentos o recoger, hay quienes se encargan de estar en las operaciones kilo, que organizamos todas las semanas, otros hacen la verificación de productos que llegan de Europa y personas encargadas del tema administrativo, el teléfono, el almacén y la clasificación de alimentos, que es un trabajo muy laborioso porque hay que cumplir la ley en materia de sanidad.

-¿Cómo evoluciona el número de entidades y beneficiarios? ¿Perciben que la crisis remite?

-Ha bajado bastante desde hace dos años, lo que indica que la crisis va pasando aunque notamos también que hay una población fija, que no gira, sino que se encuentra en una situación endémica. No se les ve con ganas de levantar cabeza, se apuntan al subsidio y luego a la economía sumergida, al trapicheo. Entonces, entre chapuzas, ayudas, alimentos... van al día. Están marginados del mercado laboral, pero subsisten de esa manera. La UE exige desde hace dos años que las personas que reciben los alimentos tengan un certificado de un trabajador social y eso ha reducido mucho la picaresca. Ahora hay que «confesarse» y presentar papeles, no vale solo con decir que uno está mal. Muchas personas no lo han querido hacer y también hay entidades que, por una cuestión burocrática, se han retirado, por el papeleo. El año pasado cerramos con 243 entidades beneficiarias y un año antes había 279. En número de personas, en el 2015, antes de que empezaran estos controles, había 43.000 personas y el año pasado, teníamos 27.032. Esto ha tenido otro efecto. Como hay menos gente, en el 2015 entregábamos 108 kilos por persona y año y ahora damos 168.

-Dice que hay picaresca, pero lo cierto es que no hay trabajo.

-Sí, pero tampoco los ves preocupados de buscarlo. Yo parto de una base. Si uno coge el mapa de España y ve que en unos sitios hay mucho paro y en otro poco debe ser que en otros sitios se está haciendo algo distinto, no sé qué, pero, si nos acostumbramos a que nos ayuden y nos den, mal asunto porque te acomodas y no sales. Yo hablo con mucha gente al cabo del día. Y hay quien viene por aquí y le pregunto ¿tú de qué vives? Y me dicen: «yo estoy de ocupa». Primer asunto. «A ver si me puede usted ayudar con alimentos». Y les digo que no, que aquí no entregamos comida a personas, pero que vayan a una entidad... Algunos se quejan y ni siquiera van a solicitarlo. Les orientamos, pero nada. Hace mucho tiempo que de aquí no sale nadie con una bolsa de comida, ni un tomate, porque todo lo que hay aquí es para las personas necesitadas. Me pasó una vez que recibimos una bolsa grande de caramelos y vino un colegio. Los niños me pidieron y les dije que no, que eso se pedía para las personas que pasan necesidad. Es muy importante que la gente lo sepa.

<b>-¿Hay mucha picaresca?</b>

-Hay de todo, y hay mucha gente que se pone en cualquier cola. Antes de los nuevos controles, por ejemplo, recibimos denuncias de establecimientos que vendían alimentos de Europa y eso es ilegal.

-¿Las familias reciben también fruta y verdura?

-Los alimentos de la UE y los habituales del banco son productos no perecederos. Eso tiene la ventaja de que se almacenan bien porque no caducan inmediatamente, pero no entregas alimentos frescos y esa es una carencia importante. El problema es que no podemos entregar fruta y verdura aunque tengamos porque no hay posibilidad de repartirlas sobre la marcha, no hay una estructura de distribución y solo llegan a entidades de consumo como residencias o comedores sociales. Es una lástima. Este año ha habido sobreproducción en ciertos alimentos y las cooperativas nos han llamado, pero lo hemos tenido que rechazar porque no hay entidades que hagan la distribución familia a familia. Es complicado. En algunas zonas de Cataluña lo han resuelto identificando en un censo a todas las personas necesitadas de un municipio, a las que les entregan una tarjeta con un saldo que pueden canjear por alimentos. Para eso haría falta tener locales adecuados y una estructura municipal donde depositáramos los alimentos para su reparto. Ahora mismo, solo la mitad de las entidades están en el programa de fruta y verdura y eso supone que haya familias en un mismo barrio que reciben alimentos frescos y otras que no, según la entidad suministradora.

-¿Usted cree que la existencia de los bancos de alimentos descarga en cierto modo de responsabilidad social a las instituciones?

-España es líder en solidaridad y líder en desperdicio. El origen de los bancos de alimentos es evitar el desperdicio. Las recogidas suponen un 30% de lo que repartimos y tienen, sobre todo, una función de solidaridad, el objetivo principal es luchar contra el desperdicio. Cuanto más opulenta es una sociedad, más se desperdicia. Esa es nuestra batalla. Ahora mismo, hay una lucha general contra el desperdicio, nosotros vamos a diario a recoger a los supermercados productos próximos a la fecha de caducidad que la gente no compra, aunque sea apto para consumo. Para eso está el banco de alimentos y eso siempre va a existir.

-¿La crisis nos ha hecho que todos desperdiciemos menos comida que antes?

-Yo diría que ahora mismo se tira más que antes porque están viniendo ciertas medidas de sanidad por seguridad alimentaria. De ahí la lucha entre consumo preferente y fecha de caducidad. Hay que poner las dos fechas y no se ponen, lo que nos reduce el margen porque no podemos entregar nada caducado aunque yo en casa me lo coma.

-El agua del grifo es gratis y se vende mucha agua mineral.

-Uno de los problemas más graves es el tema de los plásticos. Falta concienciación, sobre todo en ciudades como Córdoba, donde el agua es muy buena. Me llama la atención que hasta en las instituciones sigan poniendo botellitas de agua en lugar de dar ejemplo.

-¿Para qué ha servido la crisis?

-En parte, para adelgazar. Uno se plantea cosas, de qué puede prescindir y algunas de las que dejas atrás ya no vuelven más. O para introducir, por ejemplo, el tupper en los restaurantes, una cosa cada vez más común en Europa.

-¿Los supermercados siguen tirando su excedente?

-Estamos proponiendo que se prohíba por ley tirar las mermas que son, por ejemplo, una lata abollada o si en unos yogures de cuatro uno está roto, los otros tres no se pueden vender y se tiran todos. En algunas de las grandes superficies nuestras entidades van a recoger las mermas en nuestro nombre y hay una cadena que lo lleva a un comedor social.

-¿Recibís también donativos económicos?

-Sí, de dos tipos. Donativos finalistas como la subvención del Ayuntamiento o de empresas y particulares que indican qué es lo que tenemos que comprar y a cambio ellos reciben la deducción fiscal. Al año recibimos unos 250.000 euros en donativos en especie (cuando nos entregan por ejemplo mil kilos de botes de mayonesa o de aceite). En metálico, serán unos 40.000 euros. Lo que la gente olvida es que aquí hay que pagar la luz, a la gente contratada... Aún así, nosotros intentamos tener el mínimo de gastos para que la mayor parte del dinero vaya a la compra de alimentos.

-¿En Córdoba hay familias que pasan hambre?

-Si pasan hambre es porque quieren, entre comillas, porque tienen recursos suficientes para que no sea así. El otro día me pidió una entidad que no les mandáramos aceite girasol, que querían aceite de oliva y eso no. Vamos a ver, nosotros entregamos lo que tenemos. Yo soy de Albacete y me he pasado media vida sin probar el aceite de oliva y aquí estoy. Hay gente que dice que no quiere pasta o lentejas... Yo le doy algo para alimentarse, por eso digo, que no se pasa hambre, otra cosa es que reciban lo que les gusta. Yo me suelo parar con la gente que está en la calle y, si ponen que piden para comer, les digo «usted puede ir a este sitio y le dan de comer», pero no van. Una vez me pasó con un señor en la puerta de la iglesia. Le dije ¿y usted para qué pide, porque tendrá su pensión? Y me dijo que bueno, que si ahí sacaba diez o quince eurillos más pues mejor. Hay mucha picaresca. A mí me ha venido a pedir gente con la Coca Cola en una mano y el cigarro en la otra. Hay necesidades que la gente se crea y no puede venir sin ellas: quien lleva un buen móvil y, en ese caso, ¿no tiene para comer? En Córdoba tenemos una oenegé que da desayunos a las personas necesitadas y hay entidades como Reto, Renacer, Fundación Guadalquivir, Stop Desahucios, Síndrome Down... que entregan alimentos a ciertos colectivos. Luego hay entidades como el comedor Rey Heredia que vino hace tiempo para solicitar alimentos. Yo les dije que, mientras el comedor no estuviera homologado por Sanidad, no podía porque nos comprometíamos mucho, que volvieran con los papeles en regla, pero no han venido. Para recibir comida como entidad de reparto tenían que presentar los papeles de sus usuarios para cruzar datos y que estos no reciban de otro lado con el fin de evitar el agravio comparativo, pero tampoco están registradas como tal.

-¿Qué pasaría con sus beneficiarios si no existiera el banco?

-No sé, quizás aumentaría la delincuencia, quién sabe. Además. toda esa comida se tiraría.

-¿Qué necesitan ahora, aceite?

-No, hemos tenido un donante de 100.000 litros de aceite de girasol, lo que vamos a necesitar pronto va a ser leche porque la de la gran recogida caducará pronto.