Las probetas, los tubos de ensayo, las batas blancas y la imaginación salieron ayer de las aulas de la Universidad y centros de investigación de Córdoba para exponerse al público y explicar en un lenguaje apto para todos los públicos qué hacen a diario para mejorar la calidad de vida de todos. Más de 200 científicos de disciplinas distintas (por primera vez, más mujeres que hombres, según destacó ayer el rector de la UCO, José Carlos Gómez Villamandos) participaron ayer en la quinta Noche Europea de los Investigadores que se celebra en Córdoba, una iniciativa cuya finalidad última consiste en sembrar en los más pequeños el interés por el mundo de la ciencia con la esperanza de que en el futuro brote en ellos la vocación científica. Desde por la mañana, los jardines Duque de Rivas se transformaron en laboratorios improvisados en los que profesores y alumnos de centros de ciencias sociales, humanidades o ciencias puras tradujeron su mundo (altamente complejo) para miles de escolares, que protagonizaron la Feria de Pequeños Grandes Investigadores. La fiesta continuó por la tarde. «¿Que qué he aprendido? Por ejemplo que no tengo que cargar la batería del móvil por completo para que me dure más tiempo», explicó convencido un niño de doce años después de escuchar a los investigadores de Ciencias que estudian cómo alargar la vida de las baterías gracias al grafeno. A unos pasos, científicos del Imibic centrados en el cáncer explicaban a un grupo de jóvenes sus avances en la búsqueda de fármacos capaces de atacar a las células malas sin dañar las buenas. Según Marta Toledano, una de las investigadoras, «los niños son muy participativos y nos ha sorprendido que conocen las respuestas a muchas de las preguntas que les planteamos». Entre los asistentes a las actividades de por la tarde, muchas madres como Rosario Blanco, investigadora en el área de la biología molecular que ayer acudió con su hijo a conocer la iniciativa. «Es la primera vez que vengo y me parece muy acertado acercar la ciencia a los niños y despertar su curiosidad antes de que decidan qué quieren ser de mayores». Su amiga Marta Ronchas, escaparatista y asidua a la cita, confirmó su interés por la ciencia. «Traigo a mi hijo cada año porque nos encanta y disfruta con lo que ve». Pese a todo, los hijos de ambas coincidían en que les encanta mirar por el microscopio «pero de mayor, quiero ser creador de videojuegos»...

Quién sabe, la noche quizás les hiciera cambiar de opinión al ver lo divertida que puede llegar a ser la ciencia. Opciones hubo para constatar que los científicos tienen mucho arte: bares y librerías convertidos en púlpitos del conocimiento, patios de aforo completo cargados de preguntas y respuestas sobre cuestiones como las enfermedades autoinmunes o las hormonas y el cáncer o un concurso de monólogos de humor a cargo de investigadores que ya se ha convertido en acto central de la noche. La ciencia como excusa para trasnochar.