Cuando apuntaba ya el final de la primavera y en concreto en las postrimerías del curso académico 2013-2014, nuestra Universidad ha vivido momentos de extraordinaria relevancia en los anales del Alma Mater cordobesa. A nadie se le oculta que la elección del máximo responsable de la institución universitaria, del rector, ha sido el colofón de un curso académico en el que había que proceder a la preceptiva sustitución al frente de la misma del Dr. Roldán Nogueras después de que éste agotara su segundo mandato. Los miembros de la comunidad universitaria hemos vivido un proceso que, como en ocasiones similares desde que en 1976 se celebraran las primeras elecciones rectorales en la recién creada Universidad de Córdoba (1972), ha estado presidido por el interés, intensidad y, en ciertos momentos, pasión desplegados por los dos candidatos y sus respectivos equipos a la hora de exponer sus programas y proyectos futuros, siempre con un talante de respeto institucional y de reconocimiento al oponente del que como universitarios nos tenemos que sentir orgullosos y por ello felicitar a ambos protagonistas, los Dres. Gómez Villamandos y Torres Aguilar.

Pero con ser importante lo que acabo de apuntar, la razón que me lleva a escribir estas líneas no es precisamente el glosar el inicio de la andadura de un nuevo rector sino otro hecho que también ha tenido como escenario nuestra Universidad y, en concreto, el que fuera su centro matriz, la Facultad de Veterinaria. El pasado mes de mayo también nuestra facultad decana, la Veterinaria, celebró elecciones para renovar su equipo decanal, y es precisamente en el desenlace de los citados comicios donde me gustaría centrar mis comentarios ya que la comunidad universitaria del citado centro decidió otorgar su confianza para ocupar el sillón decanal a la Dra. María del Rosario Moyano Salvago, catedrática de Toxicología del Departamento de Toxicología, Farmacología y Medicina Legal y Forense.

Ciertamente no es la primera vez que una mujer ocupa el sillón decanal o la dirección en uno de los centros de la UCO, la Facultad de Medicina, la antigua Escuela de Enfermería y la actual Facultad de Ciencias de la Educación ya tuvieron mujeres al frente de sus equipos de gobierno, incluso paralelamente a las elecciones decanales en Veterinaria en los comicios celebrados en la Facultad de Ciencias del Trabajo otra mujer, la profesora titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, la Dra. Julia Muñoz Molina, ha sido elegida decana del citado centro tras comparecer como única candidata a la elección.

Pero sin restar un ápice de relevancia y de evidente trascendencia a estos casos en los que mujeres universitarias han ocupado por fin espacios que hasta entonces habían tenido vetados en los máximos niveles de la gestión académica, cualquier lector avezado convendrá conmigo que en el caso de la Facultad de Veterinaria la elección de una mujer al frente de su equipo de gobierno reviste cotas de novedosa singularidad en la aún no muy dilatada historia de nuestra universidad. La Facultad de Veterinaria, además de su condición de primer centro de enseñanza superior establecido en nuestra ciudad -su fundación data de 1847- aún conserva en el imaginario colectivo de los cordobeses y por qué no decirlo de la propia comunidad universitaria, ese rango de peculiaridad que le otorga la veteranía. En este sentido, no es casual que tres de los ocho rectores de la UCO hayan pertenecido a su claustro de profesores y digo profesores y no profesoras porque hasta fechas relativamente recientes éste no se caracterizó por el contingente femenino en sus distintos niveles académicos; por ello como universitario, desde mi condición de profesor de Letras y como amigo de la nueva decana, de Rosario, de Charo, para quienes nos preciamos de su amistad, no puedo por menos que mostrar mi contento por su elección. Estoy plenamente seguro de que su gestión se verá coronada por el éxito, prendas tiene para ello. Estamos ante una mujer, una universitaria que une a su bonomía, a su capacidad de servicio, a sus múltiples cualidades humanas, una acrisolada trayectoria docente e investigadora forjada a lo largo de más de tres décadas de ejercicio profesional en su amada Facultad de Veterinaria, y a todo ello una experiencia más que contrastada en puestos de gestión universitaria: ha sido directora del Servicio Centralizado de Animales de Experimentación y presidenta del Consejo de Administración del Hospital Clínico Veterinario de la UCO. Estoy plenamente seguro de que al frente de su equipo sabrá acometer los retos que se fijó al optar al sillón decanal, muchos retos que no supondrán una barrera infranqueable para ella, que cuenta con capacidad, fuerza y ganas para alcanzarlos y que a buen seguro contará con el apoyo de una persona que ya no está junto a ella pero que probablemente desde allí arriba estará exultante por el logro conseguido por Charo en la facultad de cuyo claustro él también formó parte: su padre, Tomás Moyano Navarro.