De media puede decirse que de cada tres proyectos que se emprende en el río, solo uno llega a materializarse. Ahora bien, y eso también es cierto, el que culmina… arrasa.

Es como si el Padre Betis tuviera voluntad selectiva a la hora de decidir cuáles de los proyectos que para él plantean los hombres en Córdoba se queda y cuáles no. El hombre propone, el río dispone y… si quiere, también descompone.

El caso es que el pasado martes la teniente de alcalde de Infraestructuras, Amparo Pernichi, presentó el proyecto Anillos del Río, con 1,08 millones de euros de presupuesto (de los cuales 864.000 los aportarán los fondos Edusi de la Unión Europea), una gran idea que se merece la mejor de las suertes, al menos más fortuna que aquel ambicioso proyecto integral de los Caminos del Río, de la Corporación 2003-2007, del que este proyecto es heredero en parte, como reconoce la concejala. Un proyecto, Anillos del Río, que ha retomado y actualizado parte de los Caminos del Río, al menos en el aspecto de infraestructuras de vías peatonales y ciclistas, de una forma quizá menos ambiciosa, más realistamente ajustada. Las lección que dio la reciente gran crisis, de la que se no se ha terminado de salir, se nota en los proyectos públicos actuales.

1987, año de inflexión

La filosofía de los Anillos del Río, por otra parte, es la misma de hace más de medio siglo: hacer que la ciudad se vuelva hacia su río y sea parte suya en lugar de crecer de espaldas a él. De hecho, este planteamiento se plasmó en 1987, en primer lugar en un concurso de ideas que ganaron dos arquitectos cordobeses, Pedro Peña Amaro y Jesús T. Ventura Villanueva, que consiguieron el premio de 2,5 millones de pesetas.

Un elemento parecía esencial en aquella época: eliminar la antigua travesía de la N-IV, por entonces una vía rápida de la ciudad, que separaba aún más el río de la ciudad. Aquello se logró. Con tres reformas sucesivas a lo largo de década y media. Ya ven lo que cuesta que cualquier cambio junto al río fructifique.

Lo que sí ha funcionado

El caso es que en los años 90 llegaría la plasmación de toda esta filosofía de que la ciudad se volviera hacia el río y no creciera de espaldas a ese (por entonces) maloliente y contaminado cauce en el Plan Especial del Río, que por cierto, sí que fue el más exitoso hasta la fecha al conseguir en dos décadas logros como el Balcón del Guadalquivir, el puente y Parque de Miraflores, la recuperación de los molinos de la Alegría, San Antonio y Martos; la integración de los Sotos de la Albolafia, el Centro de Creación de Arte Contemporáneo y esa zona de instalaciones ambientales conformada por el Zoo, el Real Jardín Botánico y el Centro de Educación Ambiental.

Y sobre todo, y hay que darle un sitio aparte, la reforma por más de 40 millones de euros del entorno del Puente Romano, la inversión que reconfiguró el atractivo patrimonial de la ciudad y buque insignia del actual boom turístico de Córdoba.

El Padre Betis consintió en estos logros de multimillonarias inversiones. Incluso cribando la calidad de las obras con episodios de grandes inundaciones que, por ejemplo, demostraron el buen diseño del parque de Miraflores para cubrise de aguas y lodos y volver a quedar libre, tras un trabajo relativamente sencillo, tras la crecida.

Además, hay que hablar de los cinco puentes de las últimas décadas. el de la autovía (pensar que el Puente Romano era hace pocas décadas parte de la principal arteria vial de Andalucía, la N-IV, da repelús), el puente de El Arenal, el de Miraflores (sobrecoste y polémica aparte), el de Andalucía (¿cómo la red urbana cordobesa pudo sobrevivir sin esta infraestructura?) y el de Abbás Ibn Firnas en la aún infrautilizada Variante Oeste.

Cuando el río no ‘quiso’

Sin embargo, muchísimos más son los proyectos que el río se ha llevado por delante las últimas décadas, y aún antes, y en ocasiones hasta literalmente, como la escultura El Hombre Río, que sorprendió en abril del 2006 cuando apareció anclada al fondo de cauce. El agua se la llevó y su reproducción de poliéster acabó también río abajo con la crecida de noviembre del 2007.

Pero, mucho más allá, el río, ya metafóricamente, arrastró el proyecto de un joven genio Santiago Calatrava, que en 1987, cuando Córdoba comenzaba a volver su mirada al río, ganó el concurso para el puente de Miraflores. Tras la polémica que se creó en aquella Corporación que presidía Herminio Trigo, los planos del puente acabaron materializándose en Mérida, en donde es emblema de la modernidad de Extremadura.

El río se ha llevado así proyectos, directa o metrafóricamente, por aire, agua y tierra, como el carísimo embarcadedro flotante junto al Botánico en el agua, el proyecto en tierra de las 2.000 viviendas del Cordel de Écija (por mucho premio internacional que tuvo la idea) y hasta por aire, con el avión-contenedor cultural extrañamente abandonado hoy en el balcón el Guadalquivir.

Y por supuesto, el Palacio del Sur, que estuvo llenando durante una década páginas del periódico, un presupuesto que empezó en 70 millones de euros y termino superando los 140, reformado para hacerlo más asequible y que costaría, pese a no materializarse, unos pagos al reconocido arquitecto Rem Koolhaas entre 4 a 7 millones de euros, según el grupo municipal que hiciera las cuentas de pérdidas.

Pero también hay que hablar de los 180.000 euros de la Isla de las Esculturas, cubierta de vegetación y aislada en mitad del río; la noria de la Albolafia, recuperada por 20 millones de pesetas y vuelta a abandonar a finales de los 90; la descartada reforma, tras tres décadas, de la plaza de Santa Teresa con la expropiación y demolición de edificios (como el antiguo colegio Rey Heredia), aunque en cuestión de proyectos fracasados se llevaría la palma, al menos en inversión multimillonaria, la prevista Ciudad del Ocio y el traslado de la feria al otro lado de la autovía en El Arenal.

Vaya, vaya, aquí no hay...

Pero quizá lo más llamativo en cuestión de decepciones hayan sido, por lo que tienen de atractivo popular, los sucesivos proyectos para recuperar la playa fluvial, como la que en el entorno del Molino de Martos existió entre 1957 y 1967. En el 2005 lo propuso la Consejería de Turismo para El Arenal, se amplió el proyecto para práctica deportiva en el 2006, en el 2007 se presentó el ambicioso plan de casi dos hectáreas de arena en Miraflores para playa, chiringuitos, juegos, servicios, etcétera, que se replantearía en el 2009 para ejecutar al año siguiente. Las dos crecidas del río en el 2010 dejaron claro que el Guadalquivir no es como otros tranquilos y encauzadísimos ríos europeos, e hizo que no se volviera a decir ni pío sobre estos proyectos playeros. El último intento lo ha protagonizado el proyecto de playa-piscina que Crystal Lagoons presentó en la Gerencia Municipal de Urbanismo en el 2017, pero que no se ha seguido impulsado.

A la espera

Y a la espera están aún el proyecto del nuevo Museo de Bellas Artes, el jardín que integraría el Alcázar con el cauce a través del Plan Alcázar-Caballerizas o, desde el martes, el ajustado proyecto de los Anillos del Ríos.

Lo que está claro es que para terminar algo en el río, además de andar con el dinero por delante, hay que tener perseverancia. Y sobre todo recordar, como afirma Juan Eslava Galán, que el Guadalquivir, aunque está regulado por infinidad de presas, no está domado. Si se quiere integrarlo en la ciudad, hay que quererlo tal y como es, con sus sequías y sus crecidas.

Y hace falta mucha paciencia. Hay una frase en Córdoba que lo dice todo al hablar de una labor difícil e inexplicablemente larga. «Va a tardar más que la obra del murallón». ¿Le suena? Claro... tardó 87 años en concluirse.