La dimisión de Rafael del Castillo se intuía. Él mismo lo había insinuado en muchas conversaciones, con gente diversa, desde hacía meses. Muchos. Desde el área de Servicios Sociales --cuyo presupuesto se ha incrementado en 6 millones de euros en este mandato-- se ha impulsado, por ejemplo, el suministro mínimo vital y la creación de la Oficina Municipal de la Vivienda. Ambos tienen el sello de Del Castillo y lo lleva en su haber de concejal. Harina de otro costal es cómo estén funcionando esas medidas y de quién sea la responsabilidad de que eso ocurra. Y de cómo hay que administrar políticamente esos mediotriunfos o casifracasos. Quizá, por eso pienso hoy en el poemario de Cernuda, La realidad y el deseo, porque el binomio explica, en parte, lo que les ocurre a muchas personas bienintencionadas que entran en política. Política, ya saben, apenas «el arte de lo posible».

No creo que su marcha haya generado una crisis de gobierno (si bien urge solucionar el problema del relevo). En Córdoba, a día de hoy, el pacto entre PSOE e IU sigue vivo. Lo que sí ha generado la decisión del concejal de Servicios Sociales ha sido mucho ruido. Ruido e interpretaciones, sobre todo, a partir de la ambigüedad del comunicado en el que explicaba su marcha. En él señalaba dos razones para irse: las políticas de derechas que estrangulan la labor administrativa y «una correlación de fuerzas que no es la más favorable para llevar a cabo las políticas de izquierdas que nos gustarían», decía. ¿A qué correlación de fuerzas se refería el concejal? ¿A la que mantienen los 4 concejales de IU frente a los 7 del PSOE? ¿A la de un gobierno en minoría frente a un PP con 11 ediles? Dicho de otro modo, a quién está dirigiendo sus críticas: ¿a los socialistas, a los populares, a su propia casa? Pues con exactitud no lo sabemos, ya que lo único que ha dicho él de manera clara es que a IU, no (aunque en su casa, por cierto, no han gustado las formas de su partida).

Así, queriendo o sin querer, la ambigüedad de Del Castillo ha dado un argumento, obvio, de oposición (crisis de gobierno, caos interno, división), y otro argumento de erosión a quienes, desde hace tiempo, creen que IU debe dejar de ser «la muleta del PSOE» y romper el pacto de gobierno. Del Castillo ha hecho valer con habilidad su afinidad personal y política con Ganemos (su relación con Rafael Blázquez venía de lejos, de la Plataforma Stop Desahucios), ya que era una suerte de puente entre PSOE e IU y la agrupación de electores que, aunque permitió echar a andar al gobierno, ha sido cada vez más crítica sobre todo con los socialistas. Quizá ese equilibrio sí esté tocado. Y súmenle a eso la exigencia pública que Podemos en Andalucía (formación integrada en Ganemos) hizo a IU para que rompieran con el PSOE allí donde estuviesen gobernando. También creo que la ambigüedad a la que aludo aclara algunos apoyos que ha recibido estos días el concejal --al margen, obviamente, del sincero cariño a su persona--, a quienes algunos han defendido casi como un mártir: «Defiende lo justo, por eso no lo quieren», decía una oenegé o «defender a los más desprotegidos contra la banca escuece en el gobierno municipal», sostiene el sindicato CTA. La ambigüedad es, se quiera o no, lo que conlleva.