Rafael Gómez, el hombre al que no le hace falta abuela, no escatima detalles al hablar de su infancia, rodeado de cabras ("que son más listas que el hambre", afirma rotundo) y de pavos, a los que tuvo que cuidar desde muy niño para ganarse unas perras. Todo eso antes de meterse en la platería, "con nueve años", e iniciarse en el que después sería su negocio estrella, la joyería. Su afán, desde pequeño, siempre fue "intentar ser el más rápido y el mejor". Encantado de haberse conocido, Gómez repite una y mil veces que su mayor virtud es saber siempre y en todo momento qué es lo que quiere, "lo que me permite coger el toro por los cuernos sin perder un minuto y triunfar en todo lo que hago". Incapaz de identificar en su persona un solo defecto, reconoce que lo suyo no son las letras y que no ha leído ni un libro en toda su vida, más allá del "libro del día del trabajo", aunque tiene claro que a él no le hace falta leer nada porque "mi libro está en la cabeza y lo que me puedan decir los libros, o lo sé ya porque lo he aprendido antes de la vida, o es mentira".