Tradicionalmente, las calles de la Judería se encuentran salpicadas por el color de las innumerables flores que año tras año cuidan los vecinos del barrio y que, además, se han convertido en uno de los mayores reclamos turísticos de Córdoba. No obstante, a esta explosión de color se unieron hace muchos años los colores de los regalos y recuerdos que los comerciantes de las tiendas de souvenirs exponen en las paredes exteriores de sus establecimientos y que, con el devenir del tiempo, han pasado a formar parte del paisaje urbano del casco histórico.

Los turistas pasan por las calles de la Judería y compran regalos y recuerdos de Córdoba, aportando beneficios y rentabilidad a los comerciantes de la zona. Pero esta realidad podría cambiar. El presidente de Urbanismo, Pedro García, tiene previsto reunirse con los comerciantes de la Judería para tratar con ellos el plan de reducción de contaminación visual en el casco histórico, según las indicaciones de la Unesco de cara a las Ciudades Patrimonio de la Humanidad. Dentro de las medidas de este plan está la de eliminar los reclamos comerciales que las tiendas exponen en el exterior de sus establecimientos y que, según declaró García el mes pasado, «se han comido las paredes de la Judería».

Frente a esto, los comerciantes de la zona se muestran descontentos y desconfiados ante la preocupación que les genera el perder, según la dueña de una tienda de artículos de cuero en la calle Deanes, «el único reclamo comercial que tenemos para que los turistas entren a comprar». Asimismo, una de las trabajadoras de la tienda Los Arcos, en la misma calle, afirma que «si no ocupamos fachadas de los vecinos ni ocupamos sitio en la calle, no veo por qué tenemos que quitar nuestros productos de las paredes cuando no molestan a nadie». Los comerciantes coinciden en que nunca ha habido denuncias o quejas por la contaminación visual.

Por su parte, Ricardo Moral García, propietario de la tienda de regalos El Rosario, la primera de este tipo que se abrió en la calle Deanes, allá por 1969, asegura que está decisión obedece principalmente a «cuestiones políticas», argumentando que «se deberían atender problemas más importantes del casco histórico, como las mujeres que venden romero o los carteristas», y afirma que «exponer parte de los productos en las paredes es parte de nuestro reclamo comercial y, además, ya forma parte del entorno; quitarlos sería como dejar las calles tristes, desnudas y sin color».