El arte de pregonar es una cosa muy seria. O no. Todo depende de quién sea el pregonero, de su capacidad para elegir bien las palabras y de su arte a la hora de lanzarlas sobre su siempre entregado público. Manuel Pimentel, un sevillano tan templado que bien podría pasar por cordobés de nacimiento, uno con gracejo camuflado, hizo ayer gala de su talante sereno y cortés para declararse a la Córdoba que le adoptó como hijo propio (hace más de 35 años) como si confesara su amor eterno a una mujer. En el fondo, al menos. En la forma, quizás adoleciera de una pizca de esa pasión que a buen seguro habría dedicado de tener delante a una mujer en lugar de un auditorio lleno de políticos, expregoneros y cordobeses varios. Eso por poner alguna pega.

Emotiva introducción

Tras la sentida presentación del alcalde, José Antonio Nieto, que habló de su vasta cultura y lo definió como trabajador incansable, amigo de sus amigos e inspiración para él antes y después de haber compartido filas, Manuel Pimentel tomó la palabra. A partir de ese momento, el que fuera ministro de Trabajo, ex presidente de la DO Montilla-Moriles y amante del vino de la tierra, editor de libros hechos en la lejana y llana y recientemente emblema de IKEA y moderador de conflictos, desplegó sus encantos oradores para deshacerse en piropos hacia Córdoba. "Te conocí en el alba de mi juventud y, como canta el poema, quedé herido de amor desde la primera noche en la que me sacaron a pasear por las tabernas de tu blanca Judería", dijo, para iniciar después una especie de diálogo interior a base de preguntas a una amada cuya esencia intentaba comprender. "¿Quién no recuerda una noche mágica de patios o de cruces en la que se enamoró, se divirtió con los amigos o se estremeció con el dulce pellizco de la felicidad?"/ "Si, en teoría, eres ciudad tranquila, seria y serena, ¿cómo es posible que tus gentes, tus calles, plazas y patios exploten de alegría y fiesta sin fin en este mayo báquico? ¿Cómo eres,? ¿Seria y filosófica como dicen tantos poetas y sabios o alegre y festiva tal y como se divierten tus gentes?" o "¿Dónde encontrarte? ¿En el silencio de la calleja solitaria o en el alegre bullicio de las romerías, catas, cruces, patios o ferias?". Incapaz de responder a su interrogatorio, se sirvió entonces de personajes insignes como Séneca, Lucano, Borges, Averroes, Pío Baroja, Maimónides, Lorca, Machado, García Baena y de retazos de pregones pasados, de Francisco Solano, de Jesús Cabrera... con los que quiso poner luz sobre esa dualidad.

Ciudad hermosa y alegre

Sin bajar el nivel de su retórica y su sintaxis, algo cargada para ser comprendida al vuelo, Pimentel se centró entonces en el alma de su gran amor, Córdoba, y se adentró entonces en el mes de mayo, ése que "pregonamos, hermosa, alegre, luminosa y fragante", sentenció. Recorrió sus patios, en los que Córdoba se muestra "esquiva y relajada", aludió a la Cata del Vino y desmintió el tópico ligado al caldo patrio asegurando que el cordobés es "alegre, pero también profundo y sabio" y aseguró que "en mayo, Córdoba, también es vino", para saltar sin más hasta las romerías. "La de Santo Domingo de Scala Coeli y la de la Virgen de Linares, cuya devoción data desde tiempos de Fernando III". Sin salir de ese asombro al que aludió en su monólogo, Pimentel volvió a preguntarse por los contrastes del mayo cordobés "¿Cómo es posible que tus gentes beban y bailen en una celebración religiosa?". Y se contestó: "Algunos dicen que las romerías son actos paganos, no religiosos. Se equivocan. Es un rito milenario que expresa tu espiritualidad profunda y alegre". A mitad de discurso, se quitó la máscara y sentenció lo que se intuía: "Córdoba, tienes alma de mujer, ciudad hembra, amante, madre". Desnudo ya, se fue de cruces y a la feria de la Salud partiendo de la premisa: "Pienso y siento, luego existo"... Y volvió a la mujer, a la Córdoba "modesta y recatada, pudorosa en tus encantos, poco dada al autoelogio..." para cerrar su apoteósico discurso asegurando que "uno no es como es sino como los demás lo ven". (Bien visto, quién mejor que un sevillano para borrar todo complejo cordobés).

Y concluyó así: "Levanto mi copa para finalizar. Ojalá que tus gentes sean felices, muy felices en esta primavera que festejamos". Pues nada, señor pregonero, que así sea.