A veces, la vida te plantea un reto que no tiene marcha atrás. Estás en una estación en la que pasan pocos trenes. De repente, llega uno y te pilla desprevenido, sin maleta, con el dinero justo. Hay que decidir rápido. O te subes y te arriesgas a que ese tren te lleve donde tú quieres ir o lo dejas pasar y esperas a que otro te encuentre preparado. Aunque quizás no pase más.

Elena Yubero se encontró en esa estación hace algo más de dos años. Después de un lustro trabajando como investigadora en un grupo del hospital Reina Sofía, empezaron a contratar personal y ella se sintió excluida del proceso de promoción porque hasta el momento no había hecho ninguna estancia en el extranjero. "Ir al extranjero siempre ha sido muy importante, pero ahora es una obligación", explica. Cuando acabó la tesis, se lo planteó, pero el nacimiento de su hija y las circunstancias personales y profesionales la frenaron para dar el salto. En el 2011, en plena crisis y viendo que su puesto peligraba, Elena se planteó seriamente que si quería seguir ligada a la investigación, tenía que subirse al tren.

"Me hicieron una propuesta en Nueva York, para incorporarme a un estudio sobre pacientes con diabetes y enfermedad renal, un área relacionada con lo que yo había trabajado en Córdoba, así que hablé con mi marido y mi hija. Tenía claro que si me iba, nos íbamos todos, porque como mínimo tendría que estar fuera dos años", explica, "Joaquín me dijo ¿cuándo nos vamos? Y nos liamos la manta a la cabeza".

En ese momento, ella dominaba el inglés escrito y leído, él hablaba un poco y la niña, que cursaba cuarto de Primaria, lo normal de su edad. "Antes de irnos, vendimos el coche, la moto y reunimos todo el dinero que pudimos para instalarnos. Yo tenía un contrato de trabajo, pero cuando recibí la primera nómina me quedé fría". Más de una tercera parte se paga en impuestos que te descuentan directamente, a eso se suma el seguro médico de los tres y el alquiler. Nos buscaron un apartamento que costaba 1.600 dólares, subvencionado por el hospital, vacío. Los ahorros se fueron en comprar los muebles en Ikea". Antes de firmar el contrato, Elena tuvo que vacunarse y someterse a mil y un test toxicológico "para garantizar que estaba limpia". Asfixiados con el dinero, su marido se puso a buscar trabajo al tiempo que recibía clases de inglés. "En un par de meses, estudió el temario para ser guardia de seguridad, se presentó al examen, lo aprobó y consiguió un trabajo, uf, en una empresa encargada de la vigilancia de una serie de boutiques". El esfuerzo parecía merecer la pena, solo faltaba encajar la última pieza, Alejandra.

La niña acabó 5º de Primaria en España, con los abuelos, y en junio, Elena vino a recogerla. Dejarla atrás durante seis meses fue duro para los padres, que intentaron evitar que perdiera un curso en el traslado. "La adaptación fue complicada, al principio no se enteraba en clase, almorzaba a las 11.30 y salía a las 15 horas y llegaba muerta de hambre a casa, el horario de mi marido y mío nos obligaba a dejarla algunas horas sola por las tardes, en aquel apartamento, apenas pasábamos tiempo los tres juntos porque cada uno descansaba días distintos, una odisea".

Aunque a día de hoy toda la familia ve la experiencia como una aventura, Elena confiesa que hubo días que cayó rendida llorando y que las dificultades le hicieron plantearse si había tomado la decisión adecuada. El destino les ha demostrado que sí. Después de pasar dos largos años en EEUU, han vuelto a Córdoba. Y Elena ahora tiene su contrato.