Me di cuenta de que soy especial hace mucho tiempo, soy el más guapo, el más simpático y el mejor". A Pedro Carrera no le hace falta abuela, él se lo dice todo. El menor de tres hermanos, siempre fue el ojito derecho de su madre, el rey de su casa. Vino al mundo hace 35 años por una cesárea. Al parecer, venía "atravesado". Para Leovigilda, a la que todo el mundo llama Leo, fue un shock saber que su tercer hijo tenía Síndrome Down. "No sabía nada, en aquella época no nos hacíamos esas pruebas, cuando nació le vi que tenía los ojitos más chiquitos, pero estaba medio dormida con la anestesia y me dijeron que no tenía importancia, que estaba bien", recuerda Leo, quien tras el parto sufrió una larga depresión. "Se me hizo un mundo, me preguntaba que por qué... hasta que me di cuenta de que teníamos que tirar para alante ", explica, "ahora ya no puedo estar sin él, es un niño muy cariñoso, siempre me ha hecho mucha compañía". El padre de Pedro, camionero, a quien Leo conoció con 17 años, trabajando en el campo, apenas pudo compartir con ella el día a día de los hijos, embarcado siempre en largos viajes, así que Pedro aprendió a apoyarse en ella. "Yo siempre le cuento las cosas a mi madre", confirma él, que solo tiene sitio en su memoria para los buenos recuerdos. "Tenía muchos amigos en el colegio, alguno se metía conmigo pero eso da igual, yo jugaba al futbolín y a pintar". Con mucho ahínco sabe copiar algunas letras, pero no aprendió a leer ni a escribir. "Siempre hemos ido muy ajustados y no pudimos ponerle un profesor particular como a mí me habría gustado", confiesa su madre, que confirma la buena relación de su hijo con sus semejantes. "Estos niños son muy cariñosos, a veces se pasan (dice entre risas), a él lo quiere todo el mundo, allá donde vaya".

Hasta los siete años, Pedro asistió a un colegio con niños "normales" en Aguilar, pero cuando la familia se trasladó a Córdoba ingresó en un centro de educación especial hasta los 18 años. "No había plazas en otro, dijeron. Estaba con niños discapacitados, los de Síndrome Down eran los más espabilados y ayudaban a los que estaban en sillita", recuerda su madre mientras Pedro alterna anécdotas del colegio y de Promi. "Lo que más trabajo me costaba era aprender a hablar", explica, "me enseñaron a planchar, a hacer una tortilla de patatas... porque yo no soy machista, no me gusta el hombre en el bar y la mujer en la casa, yo friego los platos, tiro la basura, hago café, mi cama y me visto yo solo", comenta convencido. Luego me habla de su amiga Raquel, otra chica con Síndrome Down a la que ve a diario en Promi. A él le gustaría ser su novio. "Yo lo que yo quiero es independizarme, trabajar y tener novia", dice esforzándose por vocalizar, "pero mi madre... ella no quiere lo de que tenga novia", afirma mirándola, a lo que ella contesta que "ojalá fuera tan fácil", que "está bien tener una amiga, pero novia...", que han presentado una solicitud para que esté en un piso tutelado y que la familia no puede permitírselo porque es caro. A eso se suman los problemas de corazón que sufre. "Hace dos navidades, empezó a marearse y un día se desmayó, así que lo llevamos, nos dijeron que se le paraba el corazón y le tuvieron que poner un marcapasos", comenta Leo, antes de que él, siempre positivo, replique que "ya no le duele", que hace dieta y va a andar todos los días.

Esta Navidad vivió el día "más feliz de mi vida" como "el Rey mago de Fátima, el negro", recuerda. Repartió juguetes en un centro social y en la cárcel. "Ojalá sea rey otra vez".