Fue un niño prodigio de la música, pero lejos de lo que se puede pensar de un joven talento del violín al que ha llamado «genio» hasta el mismo Leo Brouwer, vive con los pies en la tierra, pese a haber pisado escenarios como el Carnegie Hall o convertido el violín en instrumento solista del flamenco en un alarde de innovación inspirada por su admiración hacia Paco de Lucía, entre otros nombres del arte jondo. Dos discos y un sinfín de importantes actuaciones avalan la carrera de Paco Montalvo, que, a sus 26 años, tiene muy claro el camino a seguir profesionalmente, algo que inevitablemente pasa por «pasármelo bien».

-El éxito le ha llegado muy joven. ¿Cómo se digieren tantos halagos a los 26 años?

-Soy un poco vergonzoso y no le hago mucho caso a eso. Lo dejo un poco aparcado, aunque siempre es bonito que te reconozcan lo que haces y, en mi caso, desde pequeño. Cuando alguien relevante dice cosas buenas sobre mí es un estímulo, pero el éxito no se me ha subido a la cabeza.

-¿Dónde coloca este reconocimiento que le otorga ahora Diario CÓRDOBA?

-Es de los más bonitos que me han dado porque es en casa. Por otro lado, que el periódico más importante de la ciudad me premie, es maravilloso.

-¿Cuándo tuvo claro que quería dedicarse al violín?

-A los trece años hice mi primer viaje a América, y recuerdo que aquellas horas de vuelo me sirvieron para pensar por mí mismo si quería hacer lo que estaba haciendo en ese momento, que era tocar el violín, hacer viajes y subirme a un escenario. Y decidí que sí, que era lo que me gustaba y lo que quería hacer. Desde los trece años supe que quería tocar el violín, aunque en ningún momento pensé si me ganaría la vida o no con él.

-¿Eso de ser un niño prodigio no le convertía en un bicho raro para sus compañeros de colegio y amigos, para los que la música clásica seguro que no era su preferida?

-Nunca me sentí ni me hicieron sentir así. Viví una infancia muy normal, he hecho lo mismo que todos mis amigos, aunque es cierto que el hecho de tocar el violín me hacía diferente. Pero como desde muy pequeño tuve la suerte de hacer viajes muy bonitos, en el fondo, era el héroe de la clase, la atracción. Y cada vez que volvía de algún lugar les traía regalitos. Por ejemplo, cuando fui a Chicago me traje 30 llaveros para regalar a todos mis compañeros. Todos esperaban que les contara mis aventuras, anécdotas, con admiración. En el fondo, me sentía el rey del mambo.

-Dicen que se necesitan dos vidas para tocar bien el violín. ¿Es un instrumento tan complicado?

-Es cierto. Y yo necesitaría ocho vidas (risas).

-¿Por qué escogió este instrumento?

-Al principio, porque era lo más fácil para mí, lo que mejor me salía. Y nunca cambié porque es un instrumento que me fascina a la hora de poder comunicar, casi puedes cantar con él.

-Viene de una educación clásica y, sin embargo, ha decidido casar el violín con el flamenco. ¿De dónde le vino la inspiración?

-Después de vivir en el centro unos años, nos trasladamos al barrio de Santa Marina, donde tenía muy cerca una peña flamenca en la Fuenseca. Yo pasaba por allí todos los días y siempre me paraba a escuchar el sonido de la guitarra y todo lo que salía de allí. Con mi tía y mi abuela pasaba horas oyendo a Paco de Lucía, Vicente Amigo y algo de Camarón. El flamenco siempre ha estado alrededor de mi vida.

-¿Cuándo decide convertir el violín en un instrumento solista del flamenco? ¿Cómo reaccionaron a su alrededor?

-No fue nada drástico, desde pequeño he admirado a Paco de Lucía, su música, y yo trataba de reproducirla con lo que sabía tocar, que era el violín. Con 20 años decidí hacer algo diferente, algo de lo que sentirme orgulloso, nuestro, interesante. Y mi reto, y después mi éxito, consistió en hacer que el violín sea una voz protagonista del flamenco. Yo no he salido de la música clásica solo por meterme en el flamenco, yo entré en el flamenco para hacerlo más grande, aportar algo más.

-Pese al riesgo.

-Sí. Después de tantos años dedicándome a la música clásica, todos me dijeron que lo pensara bien porque podía estropear todo el trabajo de muchos años por una idea.

-¿Cómo han recibido los puristas este matrimonio entre el violín y el flamenco?

-Muy bien. Es un mundo muy especial el del flamenco, y a mí me gusta mucho ese mundo, por eso, desde el principio, quise comprobar de primera mano qué opinaban. Me empeñé en hacer un concierto en uno de los templos del flamenco de Córdoba, la peña El Rincón del Cante, justo después de sacar el primer disco. Mi sorpresa fue que con el segundo tema ya estaba el público en pie.

-¿Y al revés? ¿Qué opinan los clásicos de su iniciativa?

-Hay de todo. Al principio, tuve que ver alguna cara rara, pero me daba igual porque yo estaba haciendo algo que me gustaba. Yo no pensaba en si esto iba a salir bien o mal. Mi ilusión era hacer algo de lo que sentirme orgulloso, como cuando soñaba de niño en aquellas horas de avión. Necesitaba ritmo, necesitaba el flamenco.

-Actúa junto a un grupo flamenco. ¿Costó hacerle entender la idea que tenía en mente?

-Fue muy rápido. Esto es muy simple. He reproducido lo que hacia Paco de Lucía o Vicente Amigo con su guitarra, que es llevarla al centro, con un cuadro de acompañamiento. La diferencia está en mí, en hacer flamenco con mi violín, porque, al fin y al cabo, los palmeros tocan unas bulerías de la misma forma conmigo que con El Pele.

-¿Va a seguir en esta línea o ha pensado abrirse a otras innovaciones?

-De momento, voy a seguir en esta línea porque me está gustando. Hasta que necesite un cambio. Ahora mismo, el cuerpo me pide seguir en esto. Es muy bonito el sentimiento que me produce tocar música de mi tierra y representar nuestra cultura, no tiene precio. No me veo haciendo otra cosa.

-Ha actuado en grandes escenarios. ¿Cuál le ha dejado especialmente marcado?

-El Carnegie Hall de Nueva York. Tenía 18 años, pero era muy consciente de dónde estaba. Creo que ha sido el concierto más importante de mi carrera, aunque luego han venido otros muy bonitos también. En Francia toqué ante 15.000 personas y en México también reunimos a 12.000 personas en la plaza de los Héroes de Monterrey. Pero el del Carnegie fue el más especial, porque es el templo de la música de todos los géneros y yo llevaba años viendo vídeos de actuaciones allí.

-En septiembre pisará otro gran templo de la música, el Liceo de Barcelona.

--Creo que, junto el del Festival de Paco de Lucía de Algeciras, va a ser uno de los más bonitos de este año. Es cumplir otro sueño, porque es uno de los teatros más importantes de España.

-¿Qué ha tenido que sacrificar para llegar donde está?

-No mucho. Quizá la gente llame sacrifico a echarle muchas horas al violín, pero yo nunca le he dedicado lo que se esperaba. He tenido cuatro etapas en centros de alto rendimiento, donde encontraba a jóvenes de todo el mundo que dedicaban catorce horas al instrumento, pero a mí me gustaba salir y conocer gente.

-¿Cuál es su sueño?

-Pasármelo bien. Me esfuerzo mucho para que todo salga bien, y quiero disfrutarlo.