Quizá a veces se olvida que antes, durante y después de la siempre espectacular ceremonia militar el día de la Inmaculada Concepción se vive intensamente no solo por los componentes de la Brigada, sino por esa parte no militar de la Guzmán el Bueno que no es menos importante: la de las familias y amigos. Es una fiesta que comienza con pequeños correteando (o intentarlo hacerlo) antes del desfile, o con esa mesa de mujeres tomando un café en la cantina, junto a Llanos del Conde, esperando la hora de la parada, en la que se oye frases como «¡Por fin, pasaremos las navidades juntos!», por parte de una mujer que recordaba la reciente misión de su marido en el Líbano, o esa otra que le respondía que su pareja no había visto nacer a ninguno de sus dos hijos al coincidir con otras sendas misiones de paz.

Durante el desfile, tampoco faltó esa imprescindible cercanía al soldado con, por ejemplo, los aplausos a algunas de las unidades o el típico susurro de «mira qué guapo va» cuando se distingue al familiar. Y después, toda una jornada de puertas abiertas con el ir y venir de chiquillos admirando vehículos militares entre padres uniformados, jóvenes con petates para disfrutar de sus permisos, autoridades camino de la copa oficial tras el desfile, las colas de vehículos enfilando a bares y restaurantes de Cerro Muriano y del resto de Córdoba para seguir festejando la jornada...

Es la trastienda de una fiesta, las de las anécdotas que no son secreto militar. Por cierto, entre ellas está que la Brigada no podrá lucir en otro desfile la corbata de la Orden del Mérito Civil, que solo puede portar una bandera nacional, a la que tiene derecho un regimiento, no una brigada. Eso sí, se pondrá en un lugar preferente en la sala de honores. Un detalle burocrático que, sin embargo, no restó nada de alegría a una jornada de fiesta. Con y sin uniforme.