Pilar López pasó gran parte de su infancia en «las portátiles», en aquellas viviendas prefabricadas que se levantaron de urgencia a principios de los 60 para atender a los más desfavorecidos y a quienes lo perdieron todo con la riada del 63.

Llegó a esta casa con toda su familia, procedente de las Quemadillas, en 1971, con cuatro años, y allí permanecieron dos décadas más, justo cuando, según cuenta, algunos vecinos comenzaron a vender sus «portátiles» de manera ilegal.

A pesar de las dificultades rememora aquella etapa como un tiempo feliz del que siente una profunda nostalgia. De las dos habitaciones que tenía su vivienda, la suya la compartía con su madre, viuda, y sus hermanas, porque la otra era para los abuelos. Pero a ella, acostumbrada a estar en un piso muy pequeño en el que vivían muchas más personas, «aquello me parecía un palacio».

Pilar no olvida el clima de convivencia y de cooperación que vivió en las portátiles, donde «todas las puertas estaban abiertas». Entonces el salón de su casa se convertía en una habitación «de usos múltiples» a la que acudía todo el barrio, a veces para pedirle a su madre dinero prestado «que siempre le devolvieron».

Los fines de semana su abuelo se llevaba a todos los chiquillos de su calle a jugar a un campo de olivos y en los meses de verano las puertas de las vivienda se llenaban de sillas y hamacas para tomar el fresco y charlar mientras los niños correteaban sin peligro. Pero recuerda también etapas más duras, como el trapicheo de droga y las adicciones de los 80 que alentaron la creación de patrullas vecinales para controlar el barrio, patrullas que al grito de «agua» alertaban a todos para que entraran en sus casas y cerraran las puertas.

Dejó Moreras a principios de los 90 cuando su madre, gracias a su trabajo y a un boleto de lotería con un premio pequeño, logró el sueño de comprar una vivienda propia. Pero Pilar mantiene vivo cada recuerdo de sus años en las portátiles.