"Córdoba se ha convertido en un bar gigantesco". La frase, oída durante esta Semana Santa al paso de una conversación ajena, será un punto exagerada, pero encierra también mucho de verdadero. Un peatón que se mueva esta primavera, o por cualquiera de las otras estaciones del año, por la ciudad paseará más cómodamente por las aceras estrechas de apenas metro y medio que por el pavimento de las mejores avenidas, pues en ellas deberá sortear todo tipo de obstáculos que hace cinco años apenas existían.

Es el fenómeno del velador, de la clásica terraza de verano que ahora existe a lo largo de todo el año, un fenómeno multiplicado exponencialmente por ese impulso que la crisis le ha dado al sector de la hostelería, haciendo nacer bares donde antes había tiendas y otro tipo de establecimientos, en una ciudad que cada vez ve reducido más su negocio al de la copa y la tapa. Bares, tabernas y restaurantes nuevos nacen en cada esquina, con el requisito casi imprescindible para su rentabilidad de tener mesas, sillas, barras o taburetes en el exterior.

Se puede decir que esta situación la ha impuesto la ley antitabaco, que, por mucho que haya reducido el número de fumadores y por muy buena para la salud pública que sea, ha impulsado un tipo de clientela que no quiere saber nada del interior de los recintos y quiere fumar mientras toma la cerveza o el café. También el desempleo ha llevado a la apertura de muchos negocios nuevos, y el buen clima de la ciudad lo facilita: no hay más que asomarse a la plaza de la Corredera cualquier mediodía luminoso de invierno para comprobarlo.

Junto con los veladores, es decir, con las mesas y sus sillas, han venido los invasivos toldos, que cierran por completo el paso y crean pequeños o grandes locales en medio de la calle. Estas jaimas son estructuras paralelas a los locales que las gestionan y también permanentes, pues las estufas que colocan en invierno mantienen la actividad casi hasta en los días más inclementes. Así, de los siete metros de una gran acera apenas quedan uno o dos para que pase el peatón, sorteado a izquierda y derecha por las idas y venidas de los camareros y sus bandejas.

Es lo que hay. Y casi (excepción de los calefactores) lo que ha habido siempre, aunque ahora se haya disparado. Y no vamos a protestar desde aquí por el hecho de que el sector hostelero se gane la vida como mejor pueda y aproveche este incentivo para atraer más clientela y afrontar los duros momentos de la crisis. Pero, como todo lo que crece demasiado deprisa, se ha desbordado, y el Ayuntamiento tendrá que hacer algo más que recaudar cómodamente las tasas que devenga. Ya está en ello, pues, como se relata en la página 10, la Gerencia de Urbanismo está llevando adelante su plan de inspección de veladores.

Cabe esperar que este esfuerzo no se limite a multar a los listos que pagan por cuatro mesas y colocan ocho, o a sancionar otro tipo de incumplimientos. Sería deseable un estudio de la situación de la ciudad y, en su caso, el ajuste de la normativa, exigiendo, por ejemplo, una estética acorde con los lugares en los que se instalen las terrazas (algunos empresarios se esfuerzan e invierten, pero otros van a lo barato sin respetar el entorno) y para que pueda desarrollarse sin problemas esta agradable forma de disfrute de la hostelería sin que los ciudadanos tengan que salir al campo para poder pasear sin tropiezos. Y si, de paso, se reflexiona sobre otras ofertas de ocio más imaginativas y que eviten que el turista vea a Córdoba solamente como un hermoso parque temático histórico lleno de bares, pues mejor que mejor.