Parte de la memoria del convento de Regina sigue viva. La restauración que llevará a cabo Urbanismo ha rescatado del olvido testimonios de personas que residían a mitad del siglo pasado entre sus paredes, entre los años 50, 60 y 70, cuando el convento era una casa de vecinos y la vida transcurría en torno a sus dos patios. La jornada de puertas abiertas organizada por Urbanismo hace una semana sirvió para recobrar momentos de otro tiempo, que pasarán a la historia, ya que el organismo municipal pretende perpetuarlos grabando, para que formen parte del archivo municipal, las voces de sus protagonistas y recopilando las imágenes de una infancia captada en blanco y negro.

El convento de monjas dominicas fundado a finales del siglo XV por Mencía de los Ríos y su marido Luis Venegas mantuvo su uso como tal hasta el siglo XIX, cuando con la desamortización cerró sus puertas definitivamente. La iglesia permaneció abierta un tiempo más, pero fue vendida con el resto del conjunto, que se convirtió en casa de vecinos. De templo para la oración, la iglesia pasó a ser fábrica de telas, almacén de tocino, cuartel y bodega, según recoge el proyecto elaborado por varios arquitectos de Urbanismo, entre ellos, Rosa Lara, que ha participado desde el principio en las tareas de limpieza y consolidación que se han llevado a cabo desde el 2014.

«Corral de comedias», «fábrica de moneda falsa», «industria de recolección y transformación de colillas», todo eso fue el convento, un lugar «lleno de vida», en torno al que había «una gran cantidad de actividad comercial», con más de una decena de establecimientos, ya que el barrio tenía farmacia, droguería, bodeguilla, tienda de comestibles, piconería, barbería, zapatería, carpintería, panadería, «muchos plateros» y «hasta un fabricante de mesas de televisión», según el relato del presidente de la asociación Regina-Magdalena, Antonio Torres. «En el patio, un señor nos hacía recogerle las colillas, se las llevábamos, las reciclaba y hacía cigarros, que luego vendía baratos» y «tenía su clientela», recuerda Carlos Marín, que nació en 1951 en el número 1 de la plaza. «Había infinidad de gente humilde, pero de muy buen corazón», asegura este vecino que guarda muchos recuerdos de los moradores de la casa de vecinos, donde «tenía muchos amigos».

El convento tiene dos patios, el de la entrada y el del claustro. Uno de ellos, el del claustro, era un oasis para los residentes de aquel lugar. El patio, que no concursaba en el certamen anual, pero que estaba repleto de flores, «funcionaba como una guardería infantil y todos los vecinos participaban en cuidar a los niños», rememora Inma Romero, que explica que en verano «se ponían los barreños de cinc para bañarnos» y por las noches «nos contaban historias de miedo», que hacían estragos en la imaginación infantil. «Esto estaba precioso de macetas», señala con añoranza Soledad Notario, que nació en esa casa de vecinos en la que «todo se compartía» y «lo poquito que tenías sabía a gloria». Otra vecina de aquel lugar que el paso del tiempo ha cargado de nostalgia, Ángela López, recuerda que «había una hortensia, jazmines y en mayo venía la gente a ver el patio, siempre estaba preparado y adornado todo el año». Juegos de niños, tardes de conversación y costura, «recuerdos preciosos que volvería a vivir otra vez allí», dice sin dudar Charo Barroso, que asegura que la confianza que había era tal que «las puertas de las casas nunca se cerraban». Todos estos vecinos vivían de alquiler en pisos de distintos tamaños, la mayoría, con el baño y la cocina fuera. Aquel edificio que nada tiene que ver con el de hoy llegó a albergar a 43 familias, según rememoran sus inquilinos.

Con el tiempo, las heridas del convento fueron en aumento y seguir allí se convirtió en un riesgo por el estado que presentaba, que ha ido a más hasta quedar prácticamente en ruinas. El Ayuntamiento adquirió el inmueble en los años 80 del siglo pasado. A lo largo de su historia, el edificio se ha ido segregando y se han construido edificaciones que transformaron su fisonomía. Hoy es difícil imaginar lo que fue y la vida que tuvo si no se ha formado parte de la misma.

Cerrado el capítulo de su pasado, ahora queda mirar hacia el futuro. Con la intervención que llevará a cabo el Ayuntamiento dentro del Plan Turístico de Grandes Ciudades se recuperará la iglesia para uso cultural. Aunque ya se han retirado los barriles que colgaban de sus paredes, quedan aún vigas que las unen y que sirvieron en el pasado como secadero de tocino y jamones. Esas vigas se eliminarán, así como una pared de ladrillo que separa el sotocoro de la nave principal. Esa nave tendrá capacidad para 150 personas y servirá para conferencias, exposiciones, encuentros y otras actividades. Una de las actuaciones más llamativas será la restauración del artesonado mudéjar de la cubierta. A ella se unirá otra no menos importante, la recuperación de las pinturas murales que han aflorado en las paredes de la nave principal.

El resto de actuaciones se centrarán en el coro y el sotocoro. Al primero se podrá acceder por una escalera y un ascensor que se instalarán en el exterior y tendrá un uso más vecinal. En cuanto al sotocoro, destaca la recuperación del pavimento cerámico hallado tras la limpieza de excrementos de paloma. Durante esas tareas han aparecido piezas vidriadas y cenefa de lazo de ladrillo, cuyo estado aconseja que el sotocoro no sea un espacio muy visitado. Otra de las intervenciones importantes será la restauración de la celosía de madera que separa el coro de la nave de la iglesia. También se recuperará la escalera de caracol existente. Otra de las actuaciones será la puesta en valor de la cripta hallada en la iglesia.

Esta primera fase ya ha sido adjudicada a Construcciones y Desarrollos Tudmir por 562.468 euros y un plazo de seis meses y el inicio de las obras, que puede tardar un par de semanas, está pendiente de completar la documentación necesaria. Después, vendrá una segunda fase que se sufragará con el 1,5% cultural. Fomento aportará 493.665 euros y el Ayuntamiento, 211.000. Esa fase aún está sin licitar y consistirá en actuar en el resto del convento, al que le devolverá la vida.