Córdoba vivió, durante muchas décadas, de espaldas a Las Margaritas. Las vías del tren que separaban a este barrio del resto de la ciudad fueron la principal barrera física para la plena integración de esta nueva zona residencial en la urbe.

En el trazado había dos pasos a nivel, uno en Valdeolleros y otro en Las Margaritas, lo que limitaba, con mucho, el tránsito de los ciudadanos de un lado al otro de las vías.

Juan Perea, quien durante muchos años ha sido el párroco de San Martín de Porres, fue durante los ochenta presidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos Al-Zahara e hizo suya la reivindicación del colectivo El Paso de Las Margaritas de eliminar el paso a nivel. Por eso cada sábado, durante varios meses, se encadenó junto con otros tres representantes vecinales para pedir una solución a este problema y la supresión del paso. Aquello les costó una detención y posterior denuncia por desorden público. El caso llegó al Supremo, donde fueron absueltos de los cargos que se les imputaba. A su regreso, la federación organizó una fiesta.

Asegura que tomó la decisión de encadenarse porque «Margaritas estaba totalmente abandonada, vamos, marginada», y la gente ponía sus vidas en peligro cuando cruzaba a pie o en coche, sorteando las vías en zigzag. Y es que cuando se bajaban las barreras «no se sabía cuándo se iban a levantar». A veces pasaban 15 minutos, otras veces tres cuartos de hora, y mientras la gente «se quedaba incomunicada». Murieron dos personas, recuerda el sacerdote.

La solución llegó con el AVE y el soterramiento de las vías del tren, algo que fue fundamental para los vecinos. Cuenta Perea que cuando el rey Juan Carlos I inauguró la nueva estación de ferrocarril pidió hablar con quienes se habían encadenado y que el mismo monarca le preguntó: «¿Pero tan complicado de arreglar era esto?, a lo que Perea respondió: «Usted no sabe bien lo complicadas que son las cosas cuando no hay voluntad política de arreglarlo». «Ahora aquello está precioso y no hay quien lo conozca», reconoce el sacerdote, que disfruta cada vez que sale de viaje y llega a la Plaza de las Tres Culturas.

A sus 75 años hace balance y dice estar «muy satisfecho de mi trayectoria en esta ciudad». Y sigue trabajando, porque «los curas nunca nos jubilamos».