Viendo la rapidez y agilidad con la que Manolo se mueve a sus 73 años y a pesar de una espondilitis anquilosante que mantiene su cuello siempre rígido, es fácil imaginar que este hombre, de joven, tuvo que ser culillo de mal asiento. A pesar de que nunca fue demasiado alto, destacó en deportes de altura como el baloncesto y el balonmano, que debió abandonar cuando la enfermedad hizo acto de presencia.

El mayor de cinco hermanos, dos niñas y tres niños, cuenta que su infancia, en plena Posguerra, fue muy feliz. "Mi padre era enfermero, o loquero, como quieras, en el hospital psiquiátrico de Córdoba, mi madre con sus labores y cinco hijos ya tenía bastante", recuerda. Emprendedor e inquieto, combinó sus estudios de Comercio ("las relaciones públicas siempre me han absorbido") con el perfeccionamiento de su mayor afición, el dibujo, hasta que se dio cuenta de que lo segundo le tiraba aún más que lo primero. Sus primeros pasos en el mundo laboral fueron sólidos. "Me convertí en bedel del gobernador con 16 años, hasta los 18", cuenta, aunque su verdadera vocación lo dirigió pronto hacia el diseño de publicidad en la empresa Luminosos Ara y de ahí a Jaén, donde vivió más de una década.

Conoció a su mujer, seis años más joven que Manolo, con 25 añitos. Cuatro años después, subían al altar para decir que se querrían para siempre. Y hasta ahora. "Tránsito es la persona que me ha aguantado toda la vida", explica, apenas serio durante un segundo. Cuando se casaron, la pesadilla de Manuel no había hecho más que empezar. "Primero, el cuello, luego el hombro, la cadera..." hasta que el malestar y tres tribunales médicos acabaron por jubilarle con unos 40 años, en la flor de la vida. "Mi trabajo como dibujante era incompatible con la enfermedad, pero yo estaba en un momento de éxito, era bueno en lo mío y no podía creer que tuviera que dejarlo, aquello fue muy duro". Por aquel entonces, Manolo era ya padre de tres hijos en edad de encauzar sus estudios. "Los ingresos se redujeron y hubo que apretarse el cinturón, así que a mí Zapatero que no me hable de crisis, que yo ya sé lo que es eso", dice con mucho desparpajo. Después de acudir a algún que otro psicólogo, conoció al reumatólogo de Reina Sofía Eduardo Collantes ("llegué destrozado de Jaén, ese hombre me devolvió la vida") y finalmente, el destino dirigió sus pasos hasta la que hoy es "mi segunda familia", la Asociación Cordobesa de Espondilitis Anquilosante (Aceade). "Esta enfermedad es para toda la vida aunque ahora se detecta precozmente y hay tratamientos que la frenan, pero en mis tiempos la cosa no era así", confiesa, "lo que más ayuda en ese momento es conocer a otros que están en la misma situación que tú porque te das cuenta de todo lo que puedes hacer. Lo peor es estancarse en un sillón", afirma rotundo.

Echando la vista atrás, Manuel Rodríguez sabe que la espondilitis le cambió la vida, en cosas tan básicas como el trabajo, la alimentación o el sueño. "Te vuelves más sensible, por ejemplo, lloras con más facilidad y duermes poco y mal porque no puedes estar en una misma postura mucho tiempo, así que te levantas, te das una vuelta, te vuelves a acostar...". Ponerse al volante es otro problema que, en el estado en que se encuentra Manolo, es muy poco recomendable. "Si te montas con un espondilítico en un coche, ya sabes que la pregunta va a ser ¿quién viene por la derecha?", bromea. Y es que según él, su dolencia "es una enfermedad erótica, no mata pero ´jode´ tela", comenta con sorna, así que "para olvidarte del dolor, solo cabe reírte, con eso lo despistas un poco, eso y hacer muchas cosas, cuantas más mejor para mantener la mente ocupada". En la asociación lo conocen cariñosamente como El Flecha por su rapidez y eficacia resolviéndolo todo. Con el paso del tiempo, se ha convertido en una pieza clave de Aceade. "Me encargo del boletín trimestral", explica modesto. De eso y de mucho más, apostilla a su lado el presidente, Pepe Blancat. "Basta con sugerirle que hace falta algo para que enseguida se ponga manos a la obra sin perder ni un segundo, es un monstruo", le guiña con cariño.