18 de diciembre de 1996. La banda de la nariz despierta en un piso de la avenida del Aeropuerto alquilado fechas antes con documentación falsa. Tras días de planificar el golpe, Claudio Lavazza -el cabecilla del grupo italo-argentino-, su mano derecha Giovanni Barcia -ambos eran buscados por la mitad de los cuerpos policiales europeos al acumular atracos, secuestros y asesinatos-, además de Giorgio Eduardo Rodríguez y Michele Pontolillo se ponen en marcha. A bordo de un Fiat Uno de color negro que habían robado dos días antes, se desplazan hasta Las Tendillas. Allí aparcan en la esquina con la calle Málaga. Pontolillo había pasado varios días en la zona haciéndose pasar por mendigo para vigilar los movimientos que se producían en el Banco Santander y controlar la hora de entrada de los empleados. Con toda la información necesaria, armados hasta los dientes y disfrazados con barbas, bigotes y narices postizas, y cuando apenas han pasado diez minutos de las siete de la mañana, abordan a un empleado de la oficina bancaria y acceden al interior por la entrada de la calle Gondomar. Allí van reduciendo a una treintena de empleados a medida que entran a trabajar y a algunos clientes.

Foto: Personal sanitario y policías en el Pretorio, junto al coche de las agentes muertas.

Tras inutilizar el circuito de cámaras de vigilancia con esprays, los atracadores esperan que se abra la caja fuerte, revientan 13 cajas de seguridad y el cajero automático, haciéndose con un botín superior a 100 millones de pesetas, entre dinero, oro y joyas. Antes de huir -han estado casi una hora y media dentro de la oficina-, toman al vigilante de seguridad Manuel Castaño como rehén y salen por la puerta de la calle Málaga. Cuando se dirigen al coche, descubren que se lo ha llevado la grúa por estar estacionado en una zona de carga y descarga. Los planes para la huida empiezan a trastocarse. Una agente de la Policía Local que se percata de que algo ocurre se enfrenta a uno de los atracadores con un radio transmisor en la mano y es encañonada. «Vete que te mato», le dice Lavazza. Pontolillo se refugia entonces en el hotel Boston -donde sería detenido minutos más tarde- y los otros tres atracadores obligan a un conductor a bajar de su coche -era Joaquín Dobladez, exparlamentario y exconcejal, que también es apuntado con una pistola para que lo abandone junto a su hijo de 10 años-. A toda velocidad, y con el rehén a bordo, huyen en un Peugeot 405 por Claudio Marcelo, Capitulares, Alfaros, Puerta del Rincón y Colón.

Las agentes de la Policía Local María de los Ángeles García y Soledad Muñoz localizan el coche en el que huyen los atracadores e inician el seguimiento, transmitiendo por radio las direcciones que van tomando. Lavazza y sus compinches, que utilizan escáneres para sintonizar la frecuencia de la policía, descubren que son perseguidos. Al entrar en la avenida de América, Lavazza ordena a Barcia que detenga el coche, desciende del mismo y se esconde junto a la ermita del Pretorio. Al ponerse a su altura el coche de las agentes, Lavazza descarga dos ráfagas con un subfusil. María de los Ángeles y Soledad mueren acribilladas.

Tiroteo en Los Omeyas

Los atracadores prosiguen la huida por la avenida de América y son interceptados por agentes de la Policía Nacional en la calle Los Omeyas, donde se registra un intenso tiroteo en el que caen heridos Barcia y Rodríguez, además del vigilante Castaño. Lavazza huye, se apodera de un taxi en la puerta de la estación de autobuses Alsina Graells y lo abandona junto a la plaza de toros con rastros de sangre. Llega a pie al piso de la avenida del Aeropuerto, se cura las heridas y burla el cerco policial. Se pone entonces al volante de un Nissan Terrano y sale de la ciudad, aunque los sucesivos controles de la Guardia Civil lo van encallejonando y le obligan a dirigirse a Bujalance. Su detención se produce a las 17.30 horas. El camarero de un bar alerta a la Guardia Civil sobre un sospechoso que le ha preguntado por posibles medios de transporte, tras averiársele el coche, y que mantiene oculta en un bolsillo la mano izquierda, que lleva herida fruto del tiroteo. Lavazza, agotado y sangrando, no opone resistencia y se le interviene una metralleta y un chaleco antibalas.

Conmoción y trauma

«Aquel día, Córdoba se conmocionó porque no estaba acostumbrada a situaciones delictivas tan graves», rememora Diego Márquez, por entonces Inspector de Servicio 2º Jefe del Cuerpo Nacional de Policía y que aquel 18 de diciembre estaba en funciones de jefe accidental. Él, que habla hoy «como un ciudadano jubilado que -insiste- no representa a la institución policial en este momento», recuerda que las primeras noticias las tuvo pasadas las 8.30. «A esa hora me acababa de recoger el coche de casa y a través de la radio tuvimos conocimiento de que se estaba produciendo un tiroteo en Los Omeyas. Al llegar, ya estaban reducidos dos de los atracadores». Márquez resalta en este punto «la eficacia policial, como lo demuestra que el mismo día fueran detenidos todos los participantes», aunque sin olvidar que «siempre quedará el trauma de la muerte de las dos agentes de Policía Local y las graves heridas del vigilante de seguridad».

«Es evidente -recuerda- que no se trataba de un atraco más, de delincuentes comunes. Iban pertrechados con armamento y utensilios de protección y técnicos que denotaban cierta organización criminal. El hecho gratuito de asesinar a las dos policías fue algo alevoso y premeditado». Y en Los Omeyas, encima, una vez conminados a entregarse, la respuesta fue a disparos, «concienciados como estaban de que llevaban chalecos y armas suficientes para hacer frente». «Evidentemente -resalta-, los Cuerpos de Seguridad desconocían la situación del vigilante de seguridad» al que llevaban en el coche como rehén y que fue «víctima del tiroteo». (Castaño ha declinado hacer declaraciones a este periódico para no volver a recordar públicamente aquel fatídico día).

Márquez sostiene que del interrogatorio a Lavazza aquella tarde, una vez detenido, «se dedujo la frialdad y criminalidad» con la que actuaron los componentes de la banda, lo que le hace pensar que «traspasaban los límites de simples atracadores y que su afán era causar víctimas entre los Cuerpos de Seguridad».

Su historial, desde luego, avala que no eran meros ladrones. Lavazza, el cerebro de la banda, lideró diez años antes un grupo anarquista y cometió numerosos atentados en Italia por los que fue condenado en rebeldía a cadena perpetua por cuatro asesinatos, entre ellos de un policía y de un funcionario de prisiones. También Giovanni Barcia tenía antecedentes anarquistas. Ambos eran buscados en Italia por el secuestro y homicidio de una mujer a la que cortaron una oreja y se la enviaron a su marido para que hiciera efectivo el pago del rescate. Después de cometer atracos en siete sucursales bancarias en España en dos años (Albacete, Salamanca y Zamora), Lavazza llegó a Córdoba. Aquí se le unieron Barcia, Michele Pontolillo -a quien se le relacionó con grupos okupas italianos- y el argentino Giorgio Eduardo Rodríguez.

Foto: Los cuatro miembros de la banda, en el banquillo, en el juicio con jurado popular.

Los cuatro se sentaron en el banquillo en abril de 1998 para responder del atraco y del asesinato de las dos policías en Córdoba, y en septiembre del 2001 para ser enjuiciados por el tiroteo de la calle Los Omeyas. El primer juicio se celebró con jurado popular. El presidente del tribunal, José María Magaña, recuerda que se celebró en medio de unas medidas de seguridad «extraordinarias», con «anarquistas que apoyaban a Lavazza acampados a las puertas» del Palacio de Justicia. «Ellos quisieron politizarlo. Creían que no les iba a dar la última palabra; lo hice y soltaron su discurso. Pero eran una banda de atracadores y punto» que, eso sí, aquel 18 de diciembre de 1996 llevaron «el miedo a la ciudad». «Recuerdo a la gente encerrada en sus casas hasta que se supo que todos estaban detenidos».

Magaña relata que el juicio duró tres semanas y tuvo más de cien testigos y numerosas acusaciones particulares. Además, «se abordaban varios delitos y tuve que explicárselo muy bien al jurado. Hasta les hice un esquema en una pizarra para que no se perdieran». A pesar de todo, el jurado «lo hizo muy bien y, aunque recurrieron, el Supremo confirmó» el veredicto y la sentencia. Lo que se le quedó grabado al magistrado es «la frialdad total y absoluta con la que recibieron el veredicto» de culpabilidad los cuatro acusados.

199 años de prisión

Las condenas se elevaron a 148 años de prisión en aquel primer juicio, mientras que en el segundo ascendieron a 52. En total sumaron 199 años para la banda. Pontolillo, que se refugió en el Boston, no tuvo que responder del asesinato y del tiroteo, y hace años que cumplió su condena. Los otros tres aún están internos, según fuentes judiciales. Barcia, en Italia, y Lavazza, al que se le sumaron penas por otros atracos, en España. Giorgio Eduardo Rodríguez, que huyó en el 2009 aprovechando un permiso carcelario, fue detenido de nuevo el año pasado en Tarragona, en un control rutinario, y cumple condena, igualmente, en España. Aquel 18 de diciembre cometieron su último y sangriento golpe. Hoy hace 20 años.