Apareció un día de agosto en Ciudad Jardín. Era joven, 26 años, tenía aspecto desaliñado, barba de muchos días y la mirada perdida. Al contrario que otros transeúntes, no pedía dinero, ni comida, y se limitaba a pasar los días enteros de pie, inmóvil, sin pronunciar palabra. La hija de Carmen Muñoz fue la primera en dar la voz de alarma. "Mamá, a ese chico le pasa algo, deberíamos hablar con él". Esas palabras bastaron para que su madre, una mujer activa y solidaria, decidiera mover ficha para ayudar a aquel vagabundo. "Su mirada te helaba los huesos", explica Carmen, "todos los que lo hemos tratado coincidimos en eso". El primer encuentro tuvo lugar un día que el chico se paró junto a su portal. "¿Necesitas algo?", le preguntó muchas veces Carmen, hasta que el joven, que parecía no comprender el idioma, contestó: "Comer". Sin perder un minuto, Carmen le preparó un bocadillo, que éste devoró hambriento. Día a día, la preocupación por el muchacho de ojos tristes concentró a esta vecina en sacarlo como fuera de la calle. "Estaba convencida de que si nadie le ayudaba acabaría muriendo porque no hacía nada por cuidar de él, pasaba los días de un lado a otro y solo dormía cuando se desplomaba agotado, así que pensé que no auxiliar a esta persona podía ser un delito". Según el relato de Carmen, "socorrerlo se convirtió en una prioridad en mi vida, por lo que lo buscaba por toda Córdoba cada día para darle desayuno, almuerzo y cena".

Viendo que la limosna no solventaba el problema, esta vecina empezó a pedir ayuda a las instituciones. "Durante meses, llamé a todas las puertas, a trabajadores sociales, oenegés, al centro cívico, a la fiscalía. Algunos pusieron su granito de arena, pero la mayoría tiró la toalla, nadie parecía tener medios o ganas suficientes como para salvar a este joven". El desasosiego de Carmen pronto se contagió a otros vecinos del barrio, a Adela, Mari, Dolores, Santi y otros muchos que, de forma altruista, colaboraron con ella en la alimentación, el vestido y el calzado del chico, bautizado como Millan. "Yo le preguntaba su nombre y él repetía algo parecido a Millan, así que empezamos a llamarle así", comenta mientras muestra las fotos del joven. Varias veces intentó que lo reconocieran en Urgencias, pero todo fue inútil, ya que estaba indocumentado. Fueron ella y otro vecino amigo quienes descubrieron, al observar cómo caminaba arrastrando los pies, que no podía andar por las llagas que tenía. Y también fueron ellos los que le curaron las heridas, sentados en un parque.

UN RAYO DE LUZ Después de más de cuatro meses de insistencia, a la espera de que la Fiscalía se pronunciara sobre el tema, Carmen acudió a la trabajadora social del centro médico de Poniente, Curra Carmona, y consiguió que se asignara a Millan un médico de atención primaria, el doctor Román Fernández. Gracias a la colaboración de ambos, el joven pudo ser ingresado en el Hospital Provincial, donde permaneció dos semanas, al cuidado de los psiquiatras del centro.

Fue durante su estancia cuando, tras descansar y recibir el tratamiento adecuado, Carmen, que acudía a verlo a diario, consiguió arrancar de la memoria de Millan algunos datos con los que recomponer el puzzle de sus orígenes. Un día, el chico recordó el nombre de su hermana y, días después, con mucho esfuerzo, su número de teléfono en Italia. Sin perder tiempo, esta mujer, que insiste en que lo que ella ha hecho lo habría hecho cualquier persona, se puso en contacto con la familia del muchacho. "Conseguí un intérprete de italiano y estuve media hora hablando con la hermana, que no paraba de llorar porque la familia llevaba seis meses buscándo a su hijo desesperadamente". Según el relato de Carmen, Millan, que es licenciado en Ciencias Políticas y apasionado de la cultura andaluza, vino a España con la intención de conocer Córdoba, pero algo le ocurrió que aquel viaje de placer se truncó en pesadilla, perdiendo todas sus pertenencias, su documentación y su memoria.

A los pocos días, el hermano de Millan llegó a España desde Copenhague para devolverlo a casa. Durante el tiempo que pasó en Córdoba, no paró de llorar, impresionado del estado en el que se encontraba su hermano y agradecido a Carmen y al resto de vecinos por el trato que ofrecieron a su hermano. "Hemos gastado una fortuna buscándolo, estuvimos en televisión pidiendo ayuda y estábamos desesperados porque en todo este tiempo no conseguimos ni una pista de su paradero, la llamada de Carmen fue providencial, le estaremos eternamente agradecidos por salvarle la vida", dijo el hermano de Millan, a quien la hija de Carmen lo alojó hasta que pudo viajar de vuelta con su hermano.

A día de hoy, todos los vecinos que colaboraron señalan a Carmen como la heroína de una historia, digna de un guión de cine. Incluso recibió un homenaje a su hazaña en el barrio. Sin embargo, Carmen solo tiene palabras bonitas para hablar de los vecinos que la han ayudado y de Millan. "Todo el que lo veía se quedaba impactado por su semblante, él nunca tuvo un mal gesto, siempre fue muy educado, jamás se quejó ni pidió nada, y no fue por falta de sufrimiento, no creo que nadie pueda imaginar lo que ha podido sufrir este chico", afirma emocionada, "ahora duermo tranquila porque sé que Millan está seguro. Si algo he aprendido de todo esto es que para conseguir algo hay que empezar por creer que es posible".