Ha presidido con dedicación y entusiasmo el Real Círculo de la Amistad durante ocho años que podrían haber sido más, de haber consentido los socios la reforma estatutaria que proponía «para culminar un proyecto importante». No pudo ser, y Federico Roca de Torres se consuela al mirar atrás y hacer recuento de lo logrado al frente de una entidad cuyas puertas abrió a toda Córdoba y convirtió en referente cultural de la ciudad. «He cumplido un ciclo, y de los sitios hay que saber irse», dice resignado y con semblante triste, sin ocultar lo que más le pesa: «Hubo gente que en aquella asamblea votó con odio contra mí, y eso duele», confiesa. A ese sinsabor que ha amargado el final de sus dos mandatos se unen los dolores que soporta en la rodilla izquierda, recién operada, lo que le tiene el gesto contraído y el aspecto cansado. Pero este abogado que no para de reinventarse -ha abierto bufete también en Peñarroya, lo que multiplica sus responsabilidades profesionales- es un superviviente nato y, como todo el que ha visto de cerca la muerte, a la que lo abocaron sus problemas cardiacos, aprendió a relativizar las cosas y a quedarse con lo mejor de cada una. Su última ilusión es el poemario que presentará en abril.

-¿Qué balance hace de sus ocho años de presidencia?

-Un balance razonablemente positivo. Una institución que desde mi punto de vista se había quedado desfasada se ha hecho atrayente para el socio y el que pretenda serlo gracias a la apertura; a la participación de los socios, que son parte esencial de la entidad junto a los trabajadores; a la presencia de la mujer, que por primera vez ha ocupado cargos en la junta directiva; a la creación de las aulas y a toda la actividad cultural que se ha desarrollado en la casa, cuyos servicios e instalaciones se han mejorado. También gracias a la llegada de Javier Campos y a la ayuda del bibliotecario Roberto Roldán. Y hemos podido cruzar una crisis tremenda con bastante dignidad y manteniendo los puestos de trabajo. Todo esto me hace sentirme satisfecho. He conocido gente estupenda, y también gente mala. He conocido la bondad y la maldad, pero el Círculo me ha aportado más de lo que yo he aportado al Círculo.

-¿Hay algo que le satisfaga especialmente de estos años?

-Pues sí, aparte de múltiples reconocimientos que hemos tenido, incluido el del Diario CÓRDOBA, me satisface que el Círculo esté muy vivo, que se lo haya recuperado para el socio. Antes pertenecía a unos pocos socios habituales e ibas allí (Roca lleva medio siglo vinculado a la entidad, a la que ya pertenecían sus padres) y te sentías incómodo, como de prestado. Me alegro muchísimo cuando veo que se dan mil comidas y que la casa está llena.

-Desde luego, ha sido una época muy intensa, en la que el Círculo se ha llenado de actos y de gentes de muy distintos ámbitos sociales.

-Manuel Piedrahita me dirigió el piropo más bonito que a mí me pudieran hacer. Dijo: «Federico ha convertido el Círculo en la casa de la libertad cultural». Soy un amante de la tolerancia y del respeto. Y he contado con una junta directiva que ha cerrado filas conmigo... en mi segunda etapa -matiza levantando la voz, que normalmente emplea en tono muy bajo-, porque en la primera la mitad de la junta era beligerante conmigo.

Ese trasiego de personas, muchas de ellas ajenas al Círculo y que por tanto no pagan cuota, no siempre ha gustado a los que sí lo hacen. Pero Roca es hombre pragmático, acostumbrado a ir al grano y no perder el tiempo ni hacerlo perder -aquí en el despacho, que comparte con su vivienda en la calle Conde de Torres Cabrera, donde nos recibe, es capaz de seguir el hilo de la entrevista a la vez que atiende a la secretaria y firma documentos con su pluma Párker-. Así que las críticas a su política de puertas abiertas las ha ido sorteando con el dilema irrefutable de «renovarse o morir». «Lo mejor es enemigo de lo bueno, en la vida no se puede tener todo -zanja-. La cultura ha traído la supervivencia del Círculo, porque la gente quiere pertenecer a una entidad de prestigio; todos los círculos de España quieren imitar nuestra renovación. Las sociedades que se cierran en sí mismas no sobreviven».

Y es que, explica, la cuota que abona el socio, de 73 euros mensuales, no llega al 80% del coste del personal. «Propuse subirla a 75 euros y no solo me lo negaron sino que hubo hasta aplausos a esa negativa -lamenta-. Y eso hubiera supuesto unos 70.000 euros más al año. Si se quiere un Círculo minoritario hay que pagarlo. Y la nueva junta que llegue tendrá que plantearlo».

-¿Deja las arcas saneadas?

-La economía del Círculo está razonablemente ordenada. Hemos pasado una crisis y ha habido que hacer una serie de inversiones. Es una casa que necesita un continuo mantenimiento, ahora mismo hay obras en la fachada. En mi mandato esas inversiones han podido estar entre los 400.000 y 500.000 euros. El año pasado dimos beneficios aunque fueran pequeños, y este año volveremos a darlos. Ahí están las cuentas, auditadas todos los años.

-¿Se ha sentido respaldado por los socios en su gestión?

-Por la mayoría sí. Hay una nota negativa que me dio mucha pena y es que vi a gente que votó con odio contra mí y eso duele. ¿Pero por qué, si esto es un club donde venimos a estar bien? Eso te desencanta, porque yo he ido al Círculo a servirlo, no a servirme de él, y eso es lo que yo le pido al próximo presidente. Yo me voy tranquilo y satisfecho.

-Intentó una reforma estatutaria para poder optar a un tercer mandato que le permitiera «culminar un proyecto muy importante», según dijo, pero...

-Más que optar a un tercer mandato yo lo que pedí fue que se liberara la permanencia -aclara rápido-. Yo podía haber pedido a título personal que me hubieran autorizado a presentarme y puede que hasta hubiera salido, pero no me pareció ético, me pareció una postura egoísta. Entonces tomé la decisión, al parecer desacertada, de proponer a la junta liberalizar el tiempo. ¿Por qué si alguien está haciendo bien las cosas, y no lo digo por mí, no va a poder continuar? Porque no hay que olvidar que el Círculo es muy complicado, y una persona nueva en la presidencia tarda tiempo en cogerle el aire. Yo tardé menos porque había sido secretario con la junta de Quintela. El Círculo hay que llevarlo como una empresa, no como un casino.

-Le iba a preguntar antes qué le ha faltado por hacer.

-Me ha faltado el proyecto de las instalaciones deportivas en la carretera del Aeropuerto, pendiente del último informe y la aprobación definitiva del proyecto de urbanización que es el primer paso para la licencia, que será lo que tenga que pedir el nuevo presidente.

Quien salga elegido habrá tenido que superar las elecciones más reñidas de la historia de la entidad. De momento, son tres las candidaturas confirmadas: la presidida por Pedro López, actual vicepresidente; la de Carlos Cabrera, presidente de la Asociación Española de Antropología, y la encabezada por Eduardo Agüera, catedrático de Anatomía de la Facultad de Veterinaria. Se habla también de que optará al cargo José Miguel Pessini, vinculado al mundo de la publicidad. Sin duda, alguna erótica o algo parecido debe de tener un cargo con tantos pretendientes. «El ser presidente del Círculo es algo importante, es un reconocimiento social en Córdoba -afirma-. Siempre lo ha sido, pero ahora mucho más, porque el prestigio de la casa es mayor. Es un puesto muy goloso, una perita en dulce».

-Tendrá usted un favorito. ¿Lo apoyará públicamente?

-Lógicamente mi favorito es Pedro López, que está cualificado para el cargo por su experiencia de ocho años de vicepresidencia a mi lado; es moderado y tiene acreditado el servicio a la institución. En la candidatura hay caras nuevas en las que no he intervenido, pero los demás son compañeros míos de viaje, amigos leales y buenas personas que han demostrado querer al Círculo. Todo sin desmerecer a las otras candidaturas, a las que muestro mi más absoluto respeto.

-Todavía se recuerda la pasada pugna electoral entre su oponente, Alfonso Gómez, y usted, que la definió como «innecesariamente desagradable». ¿Cómo recuerda ahora todo aquello?

-Bueno, la beligerancia por parte de este señor no ha cesado en estos ocho años. Pero corramos un tupido velo.

-Parece usted triste, ¿lo está?

-Sí, quizá me tengan que poner una prótesis en una rodilla recién operada, y me molesta mucho. Pero no estoy triste por dejar la presidencia. De los sitios uno tiene que saber irse, y yo creo que he cumplido un ciclo. Y la vida no es solo el Círculo, tiene tantas cosas...

Por ejemplo, está su profesión de abogado -vocación que le llegó por herencia de la familia materna-, a la que podrá dedicar más horas tanto en los tribunales como en este despacho con sabor a tiempo detenido. Muebles antiguos, los tomos de la enciclopedia Espasa y otros muchos libros y archivos, cuadros, fotos, cedés y hasta una amplia colección de búhos y lechuzas forjada a base de regalos por este tipo alto, caballeroso y bastante fetichista (escribe con pluma desde que era estudiante) ocupan hasta el último rincón de la estancia. «Esta mesa y esa estantería -señala- son de mi tatarabuelo Ángel de Torres, que fue alcalde de Córdoba».

-Ahora se ha centrado en el ejercicio libre de la profesión, pero antes ha sido asesor jurídico de la Cámara Oficial de la Propiedad Urbana y de la Delegación Provincial de Obras Públicas. ¿Se sintió cómodo trabajando para la Administración?

-Fue muy buena experiencia. Aprobé muy joven las oposiciones de la Cámara; atendía hasta 30 visitas diarias, generalmente personas humildes. Era una institución anticuada y tengo la satisfacción de que se convirtió en un referente en la ciudad. Me tocó entregar la Cámara en 1996 a la Empresa Pública de Suelos. A mí me reclamó Obras Públicas, y ahí estuve hasta que me dio el infarto; me operaron, surgieron muchas complicaciones y estuve al borde de la muerte.

-Dicen que después de un susto así se ve la vida de otra forma.

-Así es. La gente que ha estado a punto de morir, y no en momentos puntuales sino en largos periodos como en mi caso, cambia totalmente su escala de valores. La vanidad, la soberbia, el odio... no te caben en la vida. Te das cuenta de que lo importante es el amor, y procuras portarte con los otros como te gustaría que se portaran contigo.

-Y, supongo, uno procura también aprovechar más el tiempo y disfrutar de lo que le gusta.

-Sí, desde luego. Mi ilusión no era ser abogado sino periodista, pero había que irse a Madrid y mi madre, que mandaba mucho, dijo que no. Me consuelo escribiendo poesía. Con 16 años publiqué mi primer libro, Aguas tranquilas, y después he seguido escribiendo. En la Feria del Libro presentaré el poemario Desde dentro. También me dediqué al teatro cuando estudiaba en Granada.

-Siendo como es un cofrade de pro, exhermano mayor de la hermandad de la Sangre, ¿qué opina de la nueva carrera oficial y el conflicto de la segunda puerta de la Mezquita?

-Ese conflicto no lo veo como conflicto, sinceramente. En cuanto a la carrera oficial, no tengo opinión. Siendo yo niño ya hubo esa experiencia, que duró unos dos años. Aquello no cuajó, pero era otra época, los años sesenta, y había otra sensibilidad. Yo siempre que puedo bajo al Patio de los Naranjos a ver pasar las hermandades, y la verdad es que no estamos muchas personas.

-¿Por qué será que en Córdoba todo se convierte en problema?

-A los cordobeses nos falta sentirnos parte de un colectivo. Para el cordobés, si no estás conmigo estás contra mí. Es lo que yo defino como la violencia pasiva: yo no puedo destruirte, pero voy a hacer lo posible para que tú no triunfes. Y así se dañan talentos brillantísimos que acaban triunfando fuera. Nos falta pasión por lo nuestro.

-No parece que sea su caso.

-No, tengo muchas ilusiones. Algo me inventaré a partir de ahora; y quiero ir mucho más por la Real Academia. Soy un tentetieso, no me desaliento así porque sí.