La última jornada del Festival de los Patios de Córdoba se despidió con un lleno hasta la bandera. Las larguísimas colas de visitantes que se entrelazaban en las calles de San Basilio ponían de manifiesto que el turista está dispuesto a hacer cualquier cosa por disfrutar de algo que, con razón, ha sido reconocido como Patrimonio de la Humanidad. Autobuses llegados desde distintos puntos del país -en un rato se vieron de Alcázar de San Juan, Cáceres, Cádiz, Lebrija o Lora del Río- dejaban a sus viajeros en las proximidades de la muralla. Desde allí, en un reguero sin fin, se dirigían, mapa en mano, hacia las distintas rutas establecidas.

Ya en la cola, a nadie parecía importarle la espera. «Las colas son inevitables, es comprensible, porque los patios son preciosos», señalaba a este periódico una de las componentes de la excursión manchega. De la sede la Asociación de Amigos de los Patios, uno de sus voluntarios salió para intentar explicar al público el motivo de las esperas y pidió paciencia: «Son lugares pequeños, muy cuidados y hay que limitar el número de personas que entran al mismo tiempo para poder verlo bien». Entre los visitantes no se apreciaba ningún gesto de desaprobación y seguían a lo suyo, salvo una señora llegada en la expedición de Cádiz, que indicaba: «Demasiada espera para verlo luego tan rápido, pero hay que reconocer que es precioso». Pese a la cercanía geográfica, dos mujeres de Lora del Río aseguraban no haber venido nunca y que se habían visto sorprendidas por la belleza que atesoraban estos singulares recintos domésticos.

Y entre todos ellos, una chica taiwanesa que, sin entender absolutamente nada, también esperaba estoicamente su turno para ver lo que se ofrecía más allá del dintel de las casas, para salir reconociendo, según nos indicó su acompañante, que lo que acababa de ver era «una maravilla».

A medida que la tarde avanzaba, los motores de los autobuses se iban poniendo en marcha, en las recepciones de los hoteles se expedían las facturas de los alojamientos y los restaurantes recogían y doblaban los manteles. Ahora, a esperar la feria.