Hay dos facetas públicas que destacan en la biografía de Angel Aroca. Una es su breve paso por la gestión municipal como jefe del Area de Cultura siendo alcalde Rafael Merino, etapa que le dejó el convencimiento de que "nunca debía entrar en política" y un puñado de recuerdos gratos, como el belén a base de bodegones montado en la iglesia circular de Santa Victoria. La otra es su vinculación a la Real Academia de Córdoba, de la que fue director en los años noventa durante dos mandatos.

--¿Recuerda su llegada a la Real Academia?

--Me propusieron entrar, creo que fue en 1984, y yo, claro, encantado. Tengo magníficos recuerdos de aquella época. Recuerdo a don Rafael Castejón, entonces director, como un patricio y un sabio, con él veías pasar la historia delante de ti. Era un hombre de erudición increíble que llenaba sus conferencias de anécdotas divertidísimas. A punto de morir fuimos Joaquín Criado y yo a verlo y Pepita, su mujer, nos pasó a su habitación, sencillísima. Cuando para animarlo le dijimos que pronto le veríamos por la Academia él, con su perfil de medalla, nos respondió: "Amigos, no se cansen, mi ciclo vital ha concluido".

--Entró en 1988 como numerario. ¿Qué tema eligió para su discurso?

--La imagen exenta del Niño Jesús, y como había una cantera tremenda en los conventos de niños de gloria y pasionistas, disfruté preparándolo.

--Cuatro años más tarde era ya director. ¿Cómo resumiría su mandato?

--Fue muy generoso que me hicieran director de la Academia sin ser cordobés, para mí fue un gran honor. Yo tenía fama de persona un poco anárquica. Creo que pensaron que iba a durar en el cargo dos días, pero resulta que me afiancé y procuré revestirlo de toda la dignidad que pude. Luché mucho por la institución, me reeligieron una vez y seguí, pero antes de que lo dijera Aznar ya había dicho yo que más de dos mandatos no, que había que dar paso a otros.

--¿Qué impronta dejó?

--Pretendí que, si no éramos los más sabios, fuéramos los más generosos, sin más recompensa que servir a Córdoba. Me sentía orgulloso de la casa de Ambrosio de Morales, cedida por el Consistorio siendo yo director, y ahora me da mucha pena verla en ruinas.