Cuando Antonio nació, los médicos le dieron 15 días de vida. Pronto cumplirá 33 años. "Yo estaba de seis meses y medio cuando, después de unas pruebas, me ingresaron para hacerme una cesárea de urgencia", recuerda Isabel Larrea, "pesó 1,400 gramos y tenía el llanto característico de los niños con el síndrome 5-P, como el maullido de un gato". Por aquel entonces, nadie en Córdoba conocía la enfermedad y el diagnóstico tardó en llegar. "En aquel entonces no había internet y todo iba muy lento, nadie sabía nada porque no se había dado ningún caso", explica Isabel, que tardó en conocer a su hijo casi un mes. "Cuando lo vi me impresionó su mirada, sin expresión, tan pequeño, me hinché de llorar y después decidí que tenía que luchar por él". Desde entonces, la vida de ella, la de su marido y su hija menor, que nacería dos años después y se convirtió en compañera inseparable de su hermano, ha girado en torno a la de Antonio. "Mi hijo me ha enseñado a ser paciente y a dejar lo malo a un lado para quedarme con lo bueno, no me gusta estar siempre con la pena y tampoco me gusta que la gente sienta compasión por él", afirma convencida. En estos 32 años, ha visto a su hijo entrar en el quirófano una docena de veces y superar situaciones que parecían insalvables, lo que le ha llevado a apreciar los pequeños detalles. "Esto es una alegría sin sonrisa, yo soy feliz cuando veo a Antonio bañarse porque le encanta el agua y cada vez que te sorprende con un gesto". Ayer se celebró el Día Internacional del Síndrome Maullido de Gato, fecha que Isabel aprovechó para lanzar un mensaje de sensibilización. "Me gustaría no sentir ciertas miradas de la gente, miradas que hieren, o preguntas impertinentes de personas que no se ponen en el lugar del otro, nunca me he escondido con mi hijo, pero más de una vez he tenido que pedir respeto", afirma sin dudar. "Hace falta más información y más humanidad", añade.

Antonio, el primer diagnosticado de Andalucía, también es uno de los más afectados. Además de no poder hablar y de tener problemas importantes de movilidad, hace poco perdió la vista por completo. El mayor empeño de Isabel es insistir en que los niños con enfermedades como la del maullido de gato reciban más terapias y rehabilitación, para mejorar su calidad de vida. "La atención temprana es fundamental, pero también que reciban estimulación cuando son adultos y puedan ir al colegio como otros niños, yo tardé un año en conseguir una plaza para él", comenta en tono reivindicativo. A los padres que pasen por lo mismo que ella les recomienda "que estén unidos y que sean la voz de sus hijos y pidan lo que ellos no pueden", al tiempo que recalca que no descuiden al resto de hijos. "Tienen que sentirse igual de queridos que el que tiene la discapacidad y no imponerles al hermano como una obligación, para no robarles su infancia".