Pedro es uno de esos seres humanos que desde su sencillez alegran el mundo. Aunque aclara que él hace tiempo que es un adulto, basta verlo sonreír y mostrar la retahíla de fotos de carnet de toda la familia que lleva de un lado a otro en la cartera para ver que, igual que un niño, necesita bien poco para ser feliz. Su madre (su padre está de caza cuando hacemos la entrevista) vive con la preocupación de no saber qué será de su hijo cuando ellos falten. Sigue unida a su hijo por un invisible cordón umbilical imposible de romper a estas alturas, igual que él. "Yo solo me pongo triste cuando mi madre se pone mala", asegura Pedro, que poco después sale disparado de la casa para dar una vuelta por el barrio. "Yo no lo dejo ir muy lejos, me da miedo, pero es muy inquieto y no lo puedo tener siempre aquí", aclara Leo sincera.