LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO 23 DE NOVIEMBRE DE 1941.

TRAYECTORIA CATEDRATICO DE FARMACOLOGIA Y TOXICOLOGIA DE LA UCO. FUE VICERRECTOR EN LEON.

Si un catedrático es aquel profesor titular que ocupa la más alta plaza docente universitaria, el cordobés Diego Santiago Laguna, catedrático de Farmacología y Toxicología de la Universidad de Córdoba, cumple a la perfección ese papel, no por haber aprobado la pertinente oposición, sino por el afán de superación, el apasionamiento y la osadía con la que siempre ha querido escalar hacia la perfección en todo lo que se ha propuesto. Agradecido de ser primero aprendiz de grandes profesores como Félix Infante, Antonio Rodero, Diego Jordano, Eduardo Lobillo o Rafael Castejón. Y luego maestro y excelente transmisor de conocimientos, lo que le ha posibilitado que tres de sus discípulos sean hoy catedráticos de Toxicología y Farmacología en las Universidades de León y Cáceres.

Quizás impulsado por la humilde economía de su familia y por tener que estudiar siempre gracias a una beca, Diego supo desde muy pequeño que para prosperar en la vida había que esforzarse. La recompensa a tanta dedicación quedó plasmada cuando obtuvo, tras licenciarse en la Facultad de Veterinaria en 1964, el Premio Nacional Fin de Carrera y el Premio Rector García Oviedo de la Universidad de Sevilla. Comenzó como profesor adjunto interino en la Cátedra de Farmacología y Toxicología de la Facultad de Veterinaria e imprimió cierta modernidad al Colegio Mayor Séneca, durante su etapa como director entre 1970 y 1971. Tras varias estancias formativas en Francia, obtuvo en 1975 la Cátedra de Farmacología y Toxicología de la Universidad de Oviedo en León, donde prestó servicio hasta que regresó a la Universidad de Córdoba como catedrático de esta misma disciplina, poco antes de que Felipe González se convirtiera en presidente del Gobierno en octubre de 1982. Diego Santiago Laguna fue vicedecano de Veterinaria cuando el ex rector Amador Jover fue decano. Hasta su reciente jubilación, a los 70 años, este profesor ha ocupado varios puestos en la UCO. Casado con Concepción Abad Carmona, Diego tiene dos hijos, Juan Diego e Inmaculada. Como no podía ser menos, tratándose de un veterinario, cuenta con el amor y la compañía de un precioso perro.

--¿En qué barrio nació y se crió?

--Nací en la calle Escañuela, en San Lorenzo. Era la casa de mis abuelos maternos, levantada en un huerto. Mi abuelo era jardinero y vendía flores en un pequeño quiosco de la calle Duque de Hornachuelos, apoyado en uno de los contrafuertes de la iglesia de la Compañía. Mi familia materna se vino abajo a raíz de la Guerra Civil. Mi abuela decía que "después de la guerra, con el hambre que había, quién se iba a gastar dinero en macetas". Mis abuelos vendieron el huerto a Estévez, la familia de esparteros de la calle San Pablo, cerca de lo que se conocía como la plaza de San Salvador. Mi padre hizo la guerra como sargento provisional y lo destinaron después a Melilla. Mi hermano y yo nacimos aquí cuando mis padres regresaron a Córdoba.

--¿Su padre dejó el Ejército?

--Sí. Empezó a trabajar como administrativo en la incipiente industria cordobesa. En los almacenes Sotomayor y en la Maderera Industrial, que se ubicaba en la calle Doña Berenguela. Mi padre trabajaba de día y de noche e iba andando a todas partes, hiciera frío o calor. Mi familia era modesta y humilde.

--¿Cómo pudo permitirse estudiar?

--Antes de matricularme en los Salesianos cursé los estudios primarios en lo que se conocía como escuela obrera del barrio. Entonces no entendía por qué le llamaban la escuela obrera y luego supe que era un centro que había sido impulsado antes de la Guerra Civil por el montalbeño Eloy Vaquero Cantillo, que fue ministro de la República. En realidad, se llamaba Grupo Escolar San Lorenzo. Mi vida transcurría entre la casa de mi abuela y jugar en los descampados, como el Cerro de la Golondrina o los baldíos que había detrás del Cuartel de Lepanto, donde se podía ver montar a caballo al escuadrón de caballería. Mi infancia fue muy feliz. Pero tuve conciencia clara desde el principio de la clase a la que pertenecía y de que debía progresar en la vida. Todavía tengo en mi pituitaria el olor que desprendían los libros de texto que me dieron en los Salesianos. Fui el primero de mi familia en tener libros.

--¿Su familia pasaba necesidad?

--No tenía conciencia de ello. Carecíamos de cosas que sabía que existían. Fui a la playa por primera vez con 14 años porque un

tío paterno mío, que vivía por La Corredera, me llevó a Málaga.

--¿Cómo le fue en el colegio de los Salesianos?

--En los años 50 el colegio Salesianos era el centro en el que estudiaban los hijos de familias acomodadas de la provincia y de fuera. Yo era un alumno externo, un becario. Todos los años nos reunimos los compañeros de entonces: Enrique Reina y Eduardo Cejas, de Puente Genil, ambos ingenieros; Eulalio Bonilla, de Posadas, que fue vicepresidente de la Sociedad Europea de Cirugía Plástica; Julián Fernández, marino y matemático; Pepe Lucena, de La Rambla, ingeniero agrónomo; Juan Leña, diplomático de Cabra; Cristino Lobillo, químico, o Juan Cano Ruano, empresario. Los Salesianos imbuían un espíritu de sacrificio y trabajo que nos vendría muy bien en los tiempos actuales. Nos tomábamos la vida como un reto. Por ejemplo, yo era un negado para el fútbol, pero me impuse un verano aprender a defenderme en este deporte. La sorpresa de mis compañeros fue mayúscula al apreciar mis progresos deportivos después del verano. Cuando se celebraba la fiesta de fin de curso, la calle María Auxiliadora se llenaba de coches y taxis que venían a recoger a los niños.

--¿Y qué profesores tuvo?

--Recuerdo a Gonzalo Huesa, Juan Vicente Bodegas o Cristóbal Cuevas, que llegó a ser catedrático de la Universidad de Málaga. Ellos me transmitieron el interés y el gusto por las disciplinas humanísticas, por la Humanidades.

--¿Cómo era la vida en San Lorenzo entonces?

--Era un barrio de gente trabajadora y sencilla. Los hombres se relacionaban en tertulias en las tabernas típicas, como la de Manolo el de las quinielas, la de Gamboa o la Sociedad de Plateros, que sigue igual que antes. La Semana Santa y las verbenas veraniegas eran las ocasiones de ocio y esparcimiento común de los vecinos.

--¿Estudió Veterinaria por el prestigio de la titulación?

--En aquella época tenía fama Química y empezó a despuntar Económicas. En Córdoba, la proyección de la química industrial estaba presente en dos empresas: Baldomero Moreno, con sus innovadoras salsas, y laboratorios Besoy, que fabricaba medicamentos milagrosos como la Magnesia o el sello YER. La Facultad de Veterinaria de Córdoba era un centro universitario servido por una gran pléyade de maestros. Mi padre, siempre atento a mi futuro, me dijo que se iban a celebrar los exámenes de Estado en Veterinaria y fui a ver cómo eran, pues estaba a punto de acabar el Bachillerato. Allí estaban dos profesores veterinarios, que fueron mis grandes mentores, Antonio Rodero Franganillo y Eduardo Lobillo Berlanga. Imaginé ser como ellos y me gustó. Disfruté mucho de la docencia de Rafael Castejón. También de Diego Jordano Barea, Manuel Medina Blanco, Félix Infante, Sebastián Miranda y Francisco Castejón, hijo de Rafael. En la Facultad de Veterinaria encontré un ambiente intelectual muy valioso. Era el referente universitario en Córdoba, aunque había otras instituciones que hacían cultura como la Real Academia, las Escuelas Técnicas de Peritos Industriales o la de Magisterio. Teníamos un diseño de facultad y un sistema de trabajo muy razonable, pero una carencia de medios importante.

--A pesar de que eran otros tiempos, usted siempre estudió con beca.

--Estudié el Bachillerato con una beca de los sindicatos verticales, pues mi padre pertenecía al sindicato de la madera. Cuando llegué a la Universidad tenía que superar una entrevista para optar a la beca. Me entrevistó el profesor Manuel Medina en una oficina del sindicato que estaba en la calle Fray Luis de Granada y dio un informe favorable.

--¿Cómo era el ambiente universitario de su época?

--Me acuerdo de la cafetería París, en la calle Cruz Conde, a la que iban los estudiantes de Veterinaria con ciertos posibles y las niñas bien de Córdoba. Esa

calle es donde se movían todos los universitarios. En ese mundo empecé a desarrollar una actividad pública. Fui delegado de curso en la facultad, tuve compañeros magníficos, como José Javier Rodríguez Alcaide, Luis Mardones o Amador Jover. También fui delegado del SEU.

--¿Ser delegado estudiantil permitía acaso hacer propuestas?

--No. Pero siendo delegado de facultad, el entonces decano de Veterinaria, Gurmensindo Aparicio Sánchez, me citó un día en su casa para tomar café y debatir conmigo un problema estudiantil que había. Algo que sería impensable hoy en día.

--En su etapa de estudiante, ¿existía cierto pique entre Veterinaria y la Universidad Laboral?

--Para los que estudiábamos Veterinaria la Universidad era la excelencia. Pronto vimos nacer en Córdoba la Universidad Laboral y que venían jóvenes de toda España a estudiar a unas instalaciones académicas y deportivas fantásticas, tan bien diseñadas que siguen sirviendo hoy.

Cuando Diego Santiago acabó la carrera recibió tres ofertas de trabajo. La Organización Sindical le propuso integrarse en el cuadro administrativo del sindicato de ganadería. También le surgió una oferta para trabajar en una granja de pollos en el País Vasco y en tercer lugar, estaba la posibilidad de quedarse en la Universidad de Córdoba como profesor adjunto interino. Así empezó en el departamento de Farmacología y Toxicología.

--Además, fue usted alumno de la primera promoción de ETEA.

--Sí, simultaneé el final de la carrera de Veterinaria con estos estudios. Me matriculé en ETEA atraído por el magisterio de Jaime Loring. Pensaba ya entonces que la Veterinaria no es solo una medicina animal, sino una disciplina abierta vinculada estrictamente al medio agrario. Que en 1962 surgiera en Córdoba una universidad privada fue algo pionero. No acabé ETEA porque cuando estaba en el tercer curso me propusieron trabajar como profesor de Estadística en esta escuela. Paralelamente el profesor Félix Infante, de Veterinaria, me sugirió que opositara a la cátedra y que fuera profesor con él. Me convertí en su discípulo y aprendí mucho de él. Simultaneé la docencia en ETEA y Veterinaria entre 1964 y 1966.

--¿Era muy distinto el alumnado de ETEA y de Veterinaria?

--Sí. La primera promoción de ETEA estaba formada mayoritariamente por alumnos en plena madurez, que representaban al empresariado, técnicos, abogacía y grandes propietarios. Después empezaron a estudiar alumnos más jóvenes, hijos de terratenientes llegados incluso desde el País Vasco y Aragón. Eran estudiantes que apostaban por algo nuevo. Por su parte, Veterinaria atraía a un alumnado más convencional. Loring se introdujo en la sociedad cordobesa y seleccionó a quienes creían en su proyecto. Buscó a profesores de Veterinaria para aquella etapa inicial de transición. Allí ejercimos Rodríguez Alcaide, Antonio Rodero, Eduardo Peinado y yo, entre otros.

--¿Participó usted en el surgir de asociaciones de profesores?

--Sí. En Córdoba se constituyó una sección de la Asociación Nacional de Profesores Adjuntos de la Universidad (Anpau). Los profesores adjuntos de aquella época teníamos nombramientos por 4 años y lo que pedíamos era la formación de un cuerpo nacional que se creó en 1973. En 1973 me convertí en profesor titular y me encontré con la sorpresa agradable de que mi salario se duplicaba. Como para ser catedrático me tenía que ir de Córdoba, ya que la cátedra de aquí la ocupaba Félix Infante, me preparé la oposición para la cátedra en León. También estuve en Francia con una beca del CRNS, en un centro de investigación cerca de Versalles.

--Por trabajo tuvo que vivir en León varios años.

--Sí, después de opositar en Madrid en la Facultad de Medicina. De aquella oposición recuerdo, por ejemplo, que durante el quinto ejercicio, me lo contaba mi mujer, ella vio como la Policía y las fuerzas del orden retiraban equipos médicos de cardiorestauración y respiradores porque Franco se estaba muriendo. Esto ocurrió aproximadamente un mes antes de la muerte de Francisco Franco. Tomé posesión de mi cátedra en León en diciembre de 1975, cuando tenían lugar los grandes vaivenes políticos del país. En la primera elección de decano hubo un empate entre clásicos y progresistas. Como yo era el nuevo tenía la misión de romper el empate. Me decanté por losprogres , pronto fui vicedecano y después vicerrector. En 1982 se produjo el desdoblamiento de cátedras, lo que me permitió regresar a Córdoba para ocupar este puesto en octubre de ese año.

--Su etapa leonesa le impidió asistir a los inicios de la UCO.

--Pero seguía los acontecimientos por Antonio Rodero (que fue vicerrector), Alberto Losada (rector entre 1977 y 1981), o José Peña (rector de 1981 a 1984).

--¿Cómo lleva la jubilación, después de una vida tan activa?

--Muy bien, ya que el ser profesor honorífico me permite seguir unido a la UCO.