Tiene 39 años y lleva tres meses trabajando para la ONCE, vendiendo cupones en Santa Rosa, aunque en verano anda de aquí para allá cubriendo vacaciones. Sufre una enfermedad degenerativa llamada distrofia de conos. «Mi hermano también la tiene y se la detectaron con 16 años, pero a mí me dio la cara más tarde, con 23 o así», explica, «yo fui a la Mili y me saqué el carnet de conducir sin problema, luego estuve nueve años trabajando como encargado de una empresa de transportes hasta que empecé a perder visión y tuve que dejar de conducir». Cuando quiso cambiar, le ofrecieron aprender jardinería y se formó como oficial. «Pero la cosa evolucionó muy rápido y la empresa decidió que no era útil en el momento en que no pude utilizar las máquinas, así que de un día para otro me encontré en el paro», recuerda, «con dos hijos». De momento, es capaz de moverse por la ciudad andando sin ayuda. «No hay tratamiento para esto y no se sabe cómo evolucionará», explica. Tras dos años en el paro, sin trabajo y sin posibilidad de realizar muchas tareas, el mundo se le vino abajo hasta que le recomendaron acudir a la ONCE. «Aquí me han arropado y me han devuelto la autoestima, porque cuando te pasa algo así te sientes muy perdido, te conviertes en un número más en la Seguridad Social que parece no importar a nadie», señala, «conocer a otra gente que siente como tú ayuda muchísimo». Cuando le ofrecieron trabajar como vendedor, no lo dudó. «Lleva su tiempo hacerte con la clientela, pero lo importante es ser abierto y hablar con todo el mundo para que te conozcan y vengan a buscarte para comprar su cupón», comenta, «estoy aprendiendo».