Narciso Rosa-Berlanga nació en Barcelona, pero con 13 meses sus padres, naturales de Aguilar de la Frontera, se instalaron en Córdoba capital, en el barrio del Arenal, por lo que él se siente cordobés y un poco de todo el mundo por su trabajo para Naciones Unidas. Estudió en el colegio Santuario y después en el IES La Fuensanta. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla, posee otros estudios (diploma de Relaciones Internacionales y otro de experto en Criminología); posgrado en Gestión de Proyectos y un máster en Relaciones Internacionales. En la actualidad realiza un doctorado en Seguridad Internacional con la UNED.

Desde pequeño tuvo siempre inquietud por ayudar a los demás. Antes de trabajar para Naciones Unidas, este cordobés desempeñó diversas funciones en varios medios de comunicación, entre ellos Canal Sur, y pasó por el departamento de prensa del Congreso de Los Diputados en Madrid. En el 2001, la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (Aecid) lo seleccionó para un puesto en Paraguay, como encargado de comunicación de un proyecto de educación de maestros rurales, realizando esta labor durante casi cuatro años. En el 2005 superó unas pruebas para ser el responsable de información en el área humanitaria y de desarrollo de la misión que la Organización de Naciones Unidas (ONU) llevaba a cabo en Haití, en una época de transición política y con muchos problemas sociales y humanitarios. Fue el inicio de más de una década de trabajo que aún desempeña para la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA), estando en la actualidad en la oficina de la ONU en Birmania, que se ubica en Yangon.

-Esos valores sociales, ¿se los inculcaron sus padres?

-Mis padres y mi familia en general han tenido mucho que ver. Los valores que aportan la escuela o la formación son valores generales, pero los que los padres van inculcando con su ejemplo desde pequeños son valores particulares que nos ayudan a crear nuestro carácter y a personalizar esos valores generales con nuevas cualidades. Mis padres no se han dedicado a temas humanitarios, pero siempre han estado involucrados con la asociación de padres y madres del colegio, cuando era pequeño, y en otras iniciativas del barrio. Quizás mi padre, que trabajó como policía, me transmitió esa idea de trabajar por los demás. También el hecho de haber sido criado dentro de una familia extensa, con abuelas, abuelos, tías, tíos, primas, primos, ha influido en el sentido de compartir y de ser solidarios.

-Para la ONU ha realizado trabajos en diversos países.

-Este trabajo me ha permitido aprender nuevas formas de trabajar, entender otras culturas, mostrarme sensible con el sufrimiento de los otros, trabajar por cambiar las cosas. Trabajo para la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA) y para la misma he desarrollado diferentes funciones, ya que el mandato de la OCHA se centra en 5 temas: sensibilización sobre las necesidades de las personas afectadas por conflictos y desastres naturales; promoción de políticas en el área humanitaria; gestión de la información y análisis; coordinación de la respuesta humanitaria y movilización de fondos y recursos financieros. Sin embargo, esta dedicación no supone nada si no sientes un compromiso con aquellas personas que están sufriendo y que tienen su vida o las de sus familias en peligro. Por supuesto que es un trabajo por el que percibo un salario y unos beneficios laborales, pero eso no quita que sea una labor un poco diferente por varias razones: residir lejos de tu familia y amigos; vivir en situación de inseguridad extrema y condiciones de vida difícil; desarrollar una labor compleja que requiere múltiples conocimientos técnicos, diplomacia y sensibilidad o afrontar situaciones donde vidas humanas dependen de un hilo. Todo esto provoca mucho estrés y gestionar esto también requiere de una capacidad personal bastante fuerte. No puedo negar que he pasado momentos de profunda satisfacción personal, de orgullo por el trabajo realizado y de mucha alegría y paz interior. Pero he pasado también situaciones de mucha frustración, tristeza y peligro.

-¿Cómo fue su primera misión en Haití?

-Fue en uno de los barrios más pobres y afectados por la violencia, Cité Soleil. Lo primero que vi al entrar en ese lugar fueron varios cuerpos en medio de la calle, uno de ellos sin cabeza. Aunque iba con escolta militar, fuimos sorprendidos por francotiradores que tiraron sobre nuestro vehículo. También sufrí muy de cerca el terremoto de enero del 2010 en Haití. Perdí muchos amigos. La mayoría estaban trabajando cuando el edificio donde pasé casi 3 años se vino abajo y los mató. Cuando trabajé en Goma, al este de la República Democrática del Congo, fui testigo de violaciones masivas y continuas a mujeres, niñas y niños. En la República Centroafricana vi la tristeza de las comunidades musulmanas y la crueldad de las milicias de un lado u otro, justificando el pillaje y la masacre. Sin duda, muchas experiencias que quedan grabadas de por vida.

-Tras una etapa en Sudáfrica, ¿empezó a trabajar en Birmania, su destino actual?

-Sí. Estuve 4 años trabajando en la oficina regional de OCHA con base en Johannesburgo, trabajando en la preparación y la respuesta a situaciones de desastre en toda la región de África austral. Me pasé 4 años viajando entre Angola y Madagascar, entre Mozambique y las Islas Comoras, pasando por Malawi, Tanzania, Namibia, Botsuana, Lesoto y Suazilandia. Trabajé en situaciones de inundaciones, ciclones, sequías, crisis de seguridad alimentaria o desplazamientos forzados por crisis políticas. Así que vi la oportunidad de cambiar de continente y de refocalizar el trabajo en Myanmar, antigua Birmania, y acepté un puesto con la misma organización como jefe de coordinación y financiación humanitaria y me mudé allí en agosto del 2015.

-¿Es la primera vez que está desarrollando su labor en Asia?

-Es la primera vez que estoy trabajando en esa parte del mundo de manera más permanente. Ha sido un año de transición y de adaptación a una nueva cultura, forma de pensar y de contexto. Estoy muy satisfecho y contento. La población asiática es muy diferente de la africana, latinoamericana o europea. Y esa es la riqueza (y la dificultad) de este trabajo. Adaptarse y entender los nuevos contextos para poder añadir valor a la labor de apoyo y de fortalecimiento de capacidades en que se centra mi trabajo.

-¿Qué misión es la que está efectuando en Birmania?

-A partir de este año mi trabajo se está centrando en coordinar la unidad de financiación humanitaria de la oficina de OCHA en Myanmar, que implica apoyar la movilización de recursos financieros para la acción humanitaria en el país, en apoyo de las poblaciones más afectadas por la situación humanitaria. Me encargo de gestionar un fondo común humanitario de cerca de 8.5 millones de dólares (datos del 2016), financiado por Australia, Dinamarca, Suecia, Suiza y Reino Unido, con el que se costean acciones humanitarias de oenegés internacionales y locales en distintos sectores y regiones del país. Por ahora tenemos más de 30 proyectos activos. Igualmente sigo apoyando otras emergencias. En el 2016 pasé dos meses en Burundi, desarrollando con diferentes actores internacionales un plan de respuesta humanitaria a la situación de vulnerabilidad que sufre una parte de la población a causa del conflicto político y de la lucha interétnica. En el tiempo que esté aquí me gustaría haber contribuido a mejorar la situación.

-¿Qué aportación realiza la ONU en Birmania?

-La ONU intenta ayudar al gobierno birmano a crear un contexto de estabilidad, de respeto del Estado de Derecho y de los derechos humanos que ayude a resolver los conflictos que actualmente sufre Myanmar, sobre todo en el estado de Rakhine al este del país, afectado por un conflicto étnico-religioso, y también en los estados de Kachin y Shan al este del país, que sufren una guerra civil debido a conflictos entre diferentes etnias. Myanmar está saliendo de un período de gobierno militar. Estuvo gobernada por militares desde 1962 hasta el 2011, cuando la última junta militar se disolvió después de traspasar el poder a un gobierno civil afín a los militares. Este gobierno emprendió una serie de reformas económicas, políticas y sociales, pero que no han impedido que por primera vez en su historia, en noviembre del 2015, el partido ligado al régimen militar perdiese las elecciones y que la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, con su partido, la Liga Nacional por la Democracia (LND) se hiciera con el poder. El LND logró el 86% de los escaños en la asamblea, más del 67% necesario para hacerse con la presidencia del país. Desafortunadamente, la constitución que dejaron los militares les otorga un 25% de los escaños, además del control de las fuerzas armadas y de los ministerios de Defensa, Interior y Asuntos Fronterizos. Esto hace difícil al nuevo gobierno trabajar con total independencia y complica la transición política, sobre todo en la resolución de los conflictos abiertos en Rakhine, Kachin y Shan.

-¿Qué conocimientos existen acerca de España en Birmania?

-El referente de España se encuentra en el fútbol, sobre todo el FC Barcelona, aunque también el Real Madrid. Tengo mi camiseta del Córdoba CF, y cuando me la pongo mucha gente me pregunta y les cuento cuando logramos entrar en Primera en el 2014. La Embajada de España en Bangkok (no hay embajada propia en Myanmar) trata de publicitar el país con los pocos recursos que cuenta, incluyendo películas españolas en el Festival Internacional de Cine Europeo. La última película que se proyectó fue La isla mínima, de Alberto Rodríguez, que casualmente estudiaba en mi misma facultad cuando yo hacía Periodismo en Sevilla.

-¿Cuál es la situación de niños y mujeres en esta nación?

-Como en una gran mayoría de países, la pobreza y los conflictos de cualquier tipo afectan más a las mujeres, a los niños y niñas, a los mayores y a las personas con capacidades diferentes o pertenecientes a minorías culturales o étnicas. Muchas iniciativas están en marcha, pero todavía es necesario una política general e integrada de igualdad, de protección de la infancia, de discriminación positiva de los grupos más vulnerables, entre ellos las mujeres.

-¿Hay más cordobeses o españoles trabajando junto a usted?

-Hay un grupo bastante interesante de españoles trabajando en Myanmar, pero también en oenegés y en empresas privadas. Hace unos meses abrió el nuevo hotel Meliá Yangon. La esposa de uno de los encargados es cordobesa. A veces, organizamos cenas o salidas para pasar un rato, hablar sobre España y en español.

-¿Qué le diría a quién dude sobre el prestigio de la ONU?

-Naciones Unidas está compuesta por los distintos estados miembros, así que cualquier crítica debe ser dirigida a los estados que se sientan en el consejo de seguridad y en la asamblea general. La burocracia interna es fruto de ese trabajo conjunto y no es nada fácil gestionar una organización internacional en la que participa casi la totalidad de la comunidad mundial. Apoyo toda crítica dirigida a modificar y simplificar la burocracia y a crear mejores mecanismos de presión sobre los gobiernos que no respetan los derechos humanos. El valor de la ONU, de las Naciones Unidas, está en las personas que trabajan en ella, en la riqueza cultural, de pensamiento y el consenso de las decisiones. Casos de corrupción, abusos de autoridad, complicidad o silencio respecto a regímenes que no defienden los derechos humanos existen y son perseguidos, pero a veces no es fácil desligar la acción particular de un individuo de la imagen general de la organización.