hubo de esconderse todo un verano entre los aleros de dos tejados para sobrevivir. Pero, a pesar de aquellos años de represión, parte de cuya memoria dejó escrita en un libro sobre los mártires de la guerra en Córdoba, el canónigo archivero --que no es hombre dado al sentimentalismo-- sonríe recordando su niñez. "Mi familia pertenecía a la clase media; mi padre tenía un restaurante, nos podía pagar un colegio y comíamos todos los días en aquella época de hambre --se consuela--. Aprendí las primeras letras en una miga, con una viuda de la guerra que puso su pequeña escuela, pero enseguida entré en el colegio de la Inmaculada y las monjas fueron las que me condujeron a un horizonte religioso. Primero como monaguillo, luego quise ser seminarista. Mis padres quisieron que hiciera el Bachillerato y me examiné de ingreso en el Instituto, pero en septiembre repetí examen para ingresar con 11 años en el Seminario".

--¿Cómo era el Seminario en los duros años de postguerra?

--Era un edificio espléndido, ahí está, pero se pasaba mucha hambre, había muchísima escasez; lo normal era que el pan faltara. Hasta que llegó la ayuda americana de la leche y la mantequilla te comías hasta las piedras. Yo siempre he sido de poco comer, pero a mí el Seminario me quitó el gusto por la comida.

--Sin embargo acabó de gastrónomo, al menos en la vertiente intelectual.

--Eso fue por el empuje de Pepe García Marín, que me animaba a rebuscar en los archivos recetas antiguas para luego incorporarlas a la carta del Caballo Rojo. Pero no sé apreciar una buena comida.

--He oído que es usted muy austero, y que en el Seminario, no sé si de niño o ya cuando volvió de profesor, dormía sobre una tabla. ¿Es verdad?

--Bueno, yo dormía --zanja la cuestión--. Yo trabajaba mucho, y a pesar de las estrecheces, tuvimos la ventaja de recibir la formación de los jesuitas, que tenían los mejores colegios en España. Fuimos unos privilegiados: la razón, el esfuerzo, el control del sentimiento, la responsabilidad, todo eso nos enseñaron los jesuitas. Gracias a esa formación mi actividad ha sido preeminentemente intelectual.

La verdad es que este sacerdote que cuando está en casa pone como banda sonora las noticias de la RAI, ha sido un cura atípico. Como historiador formó parte del comité de redacción de las Actas del I Congreso de Historia de Andalucía, celebrado en Córdoba, a lo que no le da ninguna importancia porque, confiesa "para mí el andalucismo pinta poco; me dieron un premio por un trabajo que hice sobre regionalismo medieval pero se confundieron, porque lo que quise era demostrar que Blas Infante no tenía ni idea de lo que era la historia de Andalucía".

--Cuénteme cómo vivió la Transición política.

--En los tiempos predemocráticos, cuando los movimientos de izquierdas bullían en Córdoba, recogía todos los panfletos que me encontraba en el suelo sabiendo que un día serían historia. Coleccioné el boletín del PCE, bien escondido, y como los comunistas se vieron obligados a destruir sus materiales porque la policía los tenía fichados, mi colección es hoy la única existente, la tengo encuadernada. Al interesarme por esos papeles pensaron que era comunista, y un día me visitaron en el archivo Rafael Sarazá y Carlos Castilla del Pino. El archivo está en la antigua galería de unión con el Alcázar y tiene puertas que van cerrando las estancias. Castilla me preguntó aquella mañana si podíamos ir cerrándolas y me quedé mosca porque esas puertas no se cierran, y es que querían proponerme que formara parte de la Plataforma Democrática. Pero yo les contesté que si detrás estaba el Partido Comunista mi respuesta era "no". Un día me encontré con Martínez Bjorkman, que sabía de aquella visita, y me dijo: "Es que tú eres un equivocado".

--Lo que sí aceptó fue ser delegado provincial de Cultura.

--Sucedí a Rafael Mir, fue desde 1979 al 82. Me permitió conocer la administración del patrimonio. Puse en pie un plan de restauración de templos que no habían sido reformados desde la desamortización. Y desde el 82 hasta 2004 en que tuve la gestión directa sobre el patrimonio arquitectónico de la diócesis salvamos 119 edificios de la Iglesia muy deteriorados. Durante los primeros años de la autonomía hubo una gran colaboración entre la Junta y la Iglesia. Luego, no solo por razones políticas sino por demanda de la sociedad, se vio otros valores que había que restaurar, por ejemplo los teatros de los pueblos, que a nadie habían importado nada y hoy están infrautilizados, se ha gastado el dinero de manera muy alegre. Después vino una etapa radicalmente laicista.

--Aparte del archivo, ¿qué le entretiene o divierte?

--El estudio. De seminarista jugaba al fútbol, y estudiando Filosofía, al ajedrez y al pimpón, pero he ido perdiendo las aficiones. Tengo televisión por satélite y eso me permite, en las lenguas que entiendo, francés e italiano, acceder a un mundo más abierto que el nuestro. Siempre he tenido curiosidad por las noticias internacionales.

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