NACE EN VILLANUEVA DE CÓRDOBA (1935)

TRAYECTORIA: DIPUTADO EN EL PARLAMENTO ANDALUZ POR EL PCA (1982-1986) Y POR IZQUIERDA UNIDA (1986-1990). DIPUTADO EN EL CONGRESO (1989-1993). EN MAYO DEL 2011 PUBLICA SU LIBRO DE MEMORIAS "VIVIR CON MEMORIA"

Ernesto Caballero Castillo, el hombre tranquilo del PCE en Córdoba, curtido en todos los frentes -la célula, el barrio, el tajo, la clandestinidad, la cárcel, la comisaría de policía (cerca de la plaza de toros de Los Tejares), el exilio, el amanecer de la democracia, la secretaría provincial y los escaños políticos--, vive en el mismo barrio al que con 14 años llegó a Córdoba -El Naranjo- y en el mismo piso desde que se independizó del cobijo familiar -también en el mismo barrio-, aunque se permitió a lo largo de su vida un "dispendio" de 40 metros cuadrados, el piso de al lado que añadió a los 40 que tenía originariamente el suyo. La calle Pintor Lozano Sidro, del Barrio del Naranjo, y Leiva Aguilar y Ambrosio de Morales, las respectivas sedes del PCE en Córdoba, han sido y son los lugares donde guarda sus vivencias, que comenzaron en Villanueva de Córdoba, donde nació, aunque se considera más cordobés "porque he hecho más tiempo de mi vida en Córdoba. Prácticamente, exceptuando el tiempo que tuve que huir en la clandestinidad, todo lo demás lo he pasado en Córdoba", ciudad a la que llegó en busca del calor de la familia.

-¿Sus padres están enterrados aquí?

-Mi madre sí, mi padre no. A mi padre le quitaron la vida en el 47 (fue alcalde comunista en Villanueva de Córdoba y líder guerrillero en Sierra Morena) y lo enterraron en una fosa común en Villanueva de Córdoba. No hay tumba de mi padre.

-¿Habéis reivindicado lo de la memoria histórica?

-No. Sus restos y los de todas las fosas fueron sacados y parece ser que los echaban en los osarios. Mi madre decía que creía que lo mejor era que no hubiera tumba histórica y no se ocupó. Nunca fue partidaria de eso.

-¿Por principios?

-Mi madre no era creyente, no practicó nunca y tampoco nos infundió a nosotros sentimientos religiosos. Creo que mantuvo el luto de mi padre muchísimos años más por costumbre que por convicción. Las creencias religiosas, en aquellos tiempos, eran de obligado cumplimiento. Si no te exponías a que el propio juez, si ibas a casarte solo por lo civil, te investigara, como le pasó a Ernesto Caballero, que lo hizo en el Juzgado Número 1, “que estaba por San Felipe, debajo de donde tenía el despacho Filomeno Aparicio, frente al Gobierno Militar. Nos crearon muchos problemas para casarnos. Los creó el juez porque se ve que no era persona conforme con que la gente se casara solo por lo civil y mandó a la policía a investigar a casa por qué nos íbamos a casar por lo civil y no por la Iglesia, que si habíamos cambiado de religión. Al final me obligó a que le presentara un escrito renegando de la Iglesia. Yo le contesté que la Iglesia no era mía, que yo no podía renegar de algo que no era mío. Entonces fui al cura del barrio, con el que tenía buena amistad, don Agustín, le planteé el tema y él, sin ningún problema, me hizo un escrito diciendo que efectivamente yo no era creyente, que la Iglesia no tenía nada que ver con esas cosas y que no ponía impedimentos para que yo me casara por lo civil. Se lo presenté al juez y nos casamos. Recuerdo que la secretaria hizo un comentario despectivo hacia nosotros -porque mi mujer iba embarazada y se le notaba bastante-, como diciendo “vaya gentuza esta, qué manera” Esa era la mentalidad de los que estaban en el poder en aquel tiempo”. Fue en el año 1973.

-Un comunista se llevaba mejor con el cura que con la oficialidad.

-Sí, con el cura tenía relaciones normales. Hablábamos de política y de las cosas de la vida. Él me daba algunas revistas de la religión y yo le daba Mundo Obrero. Había intercambio de argumentos. Era don Agustín, el conocido Padre Ladrillo, que hizo un colegio a base de pedir donativos a la gente.

-¿Qué es eso de la caída de 1960 a la que se refiere en su libro ‘Vivir con memoria’?

-Las detenciones, que en nuestro argot le llamamos caída. En el 1960 hay una redada muy grande aquí en Córdoba, de militantes del PCE y de gente que estaba relacionada, que leía Mundo Obrero. Detuvieron a mucha gente y yo escapé. Yo tenía una bicicleta de carrera, me monté en ella sin saber a dónde ir, me puse en carretera dirección Madrid y llegué a Madrid en tres días.

En Madrid, Ernesto Caballero contacta con una familia socialista en el Pozo del Tío Raimundo que lo pone en contacto con la organización del PCE. La dirección lo sacó a Francia y a los dos meses vuelve a la provincia, de manera clandestina, se sitúa en Puente Genil hasta el 62, y de esta fecha hasta el 69, vive en Málaga y Jaén organizando el PCE (aunque su novia pensaba que estaba en París), lo detienen, pasa tres años en la cárcel, y vuelve definitivamente a Córdoba en el 69.

-Hablando de su primera juventud. Cuando llega a Córdoba, ¿cómo era el barrio Naranjo?

-Aquí ya estaba mi madre, que se había venido con mi hermano. Entonces los coches paraban en La Victoria, era el mes de mayo y estaba la feria en funcionamiento. El cobrador del coche le dio un papel con las señas de donde vivía mi familia a uno de esos chavales espabilados que hay, o había, por las estaciones o por los lugares de confluencia de la gente, para que me acercara al barrio Naranjo, que es donde vivía mi familia. Y se puso en marcha...

-¿Andando?

-Nos pusimos en marcha andando. Yo traía todo mi equipaje en una talega, él me la cogió, yo no quería, se la echó al hombro y ¡venga!, sígueme. El chaval se puso a hablar. Recuerdo aquella Córdoba de palmeras altísimas que yo no había visto nunca, ahí en La Victoria, los cacharros de la Feria, que estaban en funcionamiento, ese ruido, la cantidad de gente moviéndose... Todo eso era muy nuevo para mí. Y luego, el subir la avenida arriba hasta llegar a los Jardines de los Patos, donde en la esquina había un puesto de fielato, con mucho movimiento, que estuvo funcionando durante bastante tiempo. Todas esas cosas me llamaron la atención. Y luego, pasar por delante de la estación del Ferrocarril, con el paerón ese alto que había, que separaba la ciudad con Renfe, hasta llegar a otro fielato que había justo a la bajada del Viaducto, a la derecha, otro control de las mercancías que se movían por el ferrocarril, y pasar el puente, que a mí me parecía grandísimo. A la bajada del puente estaba la huerta de Santa Rosa, con un paerón grande, y a la orilla del paerónuna vereda que seguía adelante, sin ningún tipo de viviendas, lo que había eran olivos, hasta cruzar la vía del ferrocarril --había una casilla-- que iba al Muriano, que ya todo eso está quitado. Yo ya empecé a mosquearme porque pensé que aquel chaval lo que quería era abandonarme en medio del campo y llevarse mi talega. Hubo un momento en que me tuve que enfrentar a él y decirle, bueno, tú ¿dónde me llevas? Tuvimos que subir el cerro de la Asomadilla, con una vereda muy quebrada...

-Donde ahora hay un parque...

-Ahora hay un parque y está todo eso muy arreglado, desconocido... y enfrente, en otro cerro, estaba el barrio Naranjo. A mí se me cayeron, como se suele decir, los palos del sombrajo, porque era un barrio de gente muy humilde, que no tenía medios ninguno de vida, las casas eran muy frágiles, hechas de adobe y paja, con tejados, muchas de ellas, de cartón piedra, con unas piedras que ponían en lo alto para que no los volara el aire. La mayoría de las viviendas eran chabolas. Todavía había gente viviendo en las cuevas de las canteras de la margen izquierda del Arroyo las Piedras, que pasa por ahí. Era un barrio donde no había ni luz, ni agua, ni alcantarillado, ni ningún tipo de infraestructura.

-¿Qué año era eso?

-Era 1949 y así estuvo el barrio hasta 1960, que se empezó a cambiarlo. Era un barrio con gente cuya inmensa mayoría estaba en el paro y se buscaba la vida como podía. Nosotros lo pasamos también muy mal porque con mi edad y la de mi hermano, dos años mayor, nadie nos quería para trabajar.

Pero el hambre agiliza la imaginación y Ernesto Caballero se metió a cosario para poder subsistir. "Iba a la Campiña con un canasto con algunas menudencias de cosas que a la gente se le pudieran vender y luego compraba huevos y los vendía aquí." Para ese "negocio" se movía en

tren. "En las primeras estaciones me echaba abajo, me ponía a andar y luego volvía otra vez en el tren para acá. Procuraba llegar a esos caseríos a la hora o del desayuno o de la comida y la gente era muy generosa, pues le daban a uno de comer y algún dinerillo, que podía ganar". Hacer picón e ir a por leña --"porque la gente solía guisar en cocina con carbón o leña"-- y recoger en las huertas peras, naranjas "y lo que pudiéramos sin que nos vieran los dueños; y la aceituna, que era más peligroso, y los higos chumbos y todas esas cosas" completaban las faenas de la subsistencia. "Era una situación difícil, hasta que, ya con 16 años, me pidieron que me fuera de peón con un oficial de albañil. Acepté, y a partir de ahí las cosas mejoraron".

Ahora la cal de Morón y no los patios de Córdoba son patrimonio inmaterial de la humanidad. Precisamente fue en el calerín --donde se hacía la cal-- de Luis Jordán donde Ernesto Caballero empezó a trabajar de albañil. "En Córdoba hubo un tiempo en que había muchos calerines, y es una pena que algunos no se hubieran salvado. Cuando yo llegué al barrio Naranjo había tres: uno en Mirabueno, otro éste y otro que estaba dentro del propio barrio, en la calle Luis de la Oliva, donde hay un bar al lado que lleva el nombre de Calerín. Todavía existe ese bar. Y luego me fui con un maestro albañil, Pepe Rodríguez, a hacerle un chalet a Ruiz Malla, en La Galiana ".

-¿Cuándo pensó que se iba a tirar por la política?

-A mí me hicieron reflexionar sobre política la madre María Josefa, una monja del convento de Cristo Rey, de Villanueva de Córdoba, y mi madre. Yo quedo con 4 años cuando mi padre se va a la sierra y a mi madre la meten en la cárcel. Nos quedamos solos los hermanos y nos recogen distintas familias. En el convento de monjas de Cristo Rey metieron a mis tres hermanas internas y a mí y a mi hermano nos apuntaron para ir al colegio durante el día y a comer a mediodía. La madre María Josefa, que era bastante afín al régimen ganador, a los que habían ganado la guerra, solía decirnos cosas a los chiquillos bastante negativas de los rojos, y que los falangistas y la gente del Movimiento eran bastante buenos. Pero yo sabía que, según decían, mi padre era rojo y yo siempre me quedaba perplejo e iba y le contaba a mi madre lo que nos contaba la madre María Josefa. Y entonces mi madre me daba su versión. Yo, desde esa edad, ya estaba obligado a hacer reflexiones políticas de los dos mensajes. Cuando llego al barrio Naranjo enseguida conecto con una célula del PCE. Siendo un crío, me solía juntar con ellos, fundamentalmente en el bar la Primera del Naranjo, que todavía existe, de Pedro Miño. Algunos de ellos me solían animar para que me incorporara al PCE pero yo no me consideraba preparado porque había ido muy poco a la escuela. Después de venir de la mili me siguieron planteando el tema, yo lo seguí rechazando hasta que me vino a visitar un miembro, que supe luego que era del Comité Central del PCE, y este tuvo la habilidad de convencerme para que diera el paso y me incorporara.

A Ernesto Caballero le encargan que organice Córdoba. "Me puse manos a la obra con bastante entusiasmo y logramos hacer, desde 1958, que me incorporo al PCE, hasta el 60, que se produce esa redada, una gran organización. Yo creo que ni en la legalidad hemos tenido tantos afiliados como tuvimos aquel tiempo en el partido". Reuniones, provocar debates en los tajos, hacer pintadas, colocar carteles, tirar octavillas, lo que fue la leyenda del PCE, "fue creciendo y la inquina de la policía también, hasta la estampida, lo que le costó a algunos camaradas estar bastantes años en la cárcel".

-Cuentan que los peroles eran reuniones...

-Ahora te reúnes donde te da la gana pero entonces estaba prohibido reunirse más de tres personas. Entonces utilizábamos los peroles, las salidas al campo, al Arroyo Pedroche, la Palomera...

-La célula del perol.

-Las reuniones no se hacían estando todos sino que había unos que guisaban, otros que buscaban leña... íbamos a las cercanías del río, a la Palomera, a la parte de la Sierra... y luego, algunas más reducidas se hacían en los pisos, con muchas cautelas. Hicimos bastantes reuniones --que cuidábamos más porque eran órganos de dirección-- en la casa de Tere Alvarez, que nunca ha sido militante del PCE pero siempre ha estado muy comunicada con nosotros.

Llegan las elecciones municipales en el 1979 y Caballero, después de hablar con Alarcón Constant, intuye, con las claves que le da el alcalde recientemente fallecido, que el PCE puede ganar. Anguita desplaza en el pimer puesto a Rafael Sarazá.

-¿Dejó el Comité Provincial del PCE manos libres en el Ayuntamiento?

-Yo creo que el tiempo mejor de la comunicación del PCE con los concejales del Ayuntamiento de Córdoba fue el que estuvo Julio Anguita de alcalde.

-¿Le consultan ahora la gente de IU?

-No, algunos, pero... El ser humano es muy especial.