--¿Aquello fue lo que se conoció como ´operación ladrillo´?

--M.L.B: La primera, porque hubo dos. La primera fue hacia 1950 o 1952 y estuvo destinada a mejorar la calidad de vida de aquellas personas que vivían en condiciones extremas. Luego, como aquí no había comercio y lo poquito que había era muy caro, don Agustín montó una cooperativa de alimentos. Según fue viendo necesidades se fue actuando.

--¿Cómo era don Agustín, recordado como ´el padre ladrillo´?

--M.L.B: Era un hombre muy vital. Procedía de una familia de Priego de Córdoba muy humilde, pero tenía una sensibilidad extraordinaria ante las necesidades ajenas. A principios de los cincuenta lo nombraron coadjutor de Santa Marina y responsable de este barrio, y no vivía para él, desde que llegó puso lo poco que tenía al servicio de los demás. Y lo mismo sus padres, que se vinieron a vivir con él.

--M.L.P: Su padre era muy dicharachero, muy querido por la gente. La madre era una señora amabilísima que atendía a todo el mundo con enorme respeto por humilde que fuera. Y hay anécdotas, bueno... En los tiempos de la leche en polvo que daban los americanos, el padre usaba una lavadora vieja para batir la leche y repartirla. La puerta de esa casa siempre estuvo abierta, y era "la centralita telefónica", por allí todo el vecindario pasaba para recibir o hacer llamadas. Un día llega una señora y la madre de don Agustín le dice "¡Huy!, qué guapa estás, Fulanita, y el vestido qué bonito, yo tengo uno igualito...". Y resultó que era el suyo, que se lo había dado su hijo para socorrerla. Y así todo.

--Y por lo que tengo entendido, casi desde el principio se atendió también la educación.

--M.L.B: Sí, ya en esa primera operación ladrillo don Agustín vio la necesidad de dedicar tiempo y recursos económicos a la educación, porque aquí solo existía una escuela de niños, que estaba en lo que hoy es la plaza del mercado. Ahí había un algarrobo grandísimo y junto a él un chalet donde un maestro cuyo nombre no recuerdo creó una unitaria. Lo que sí recuerdo es ver a los chicos jugando al fútbol bajo el algarrobo en los recreos. Pero lo primero era poner en marcha una guardería, ya que aquí las madres, porque los maridos estaban parados o en prisión, tenían que sacar adelante a la familia. Se iban a trabajar a las casas y los niños se quedaban en la calle. Hay fotos de niños al lado de un arroyillo solos y rodeados de peligros de toda clase.

Así, con los ladrillos que sobraban de los que le habían dado para levantar las casas, el buen párroco fue construyendo una gran nave "con un aseo y unas bañeritas para que las madres asearan a sus hijos --dice sor María Luisa Berrón, siempre tan expresiva--. Unas bañeras que han estado hasta que en el año 2000 inauguramos la nueva Escuela Infantil Santa Victoria, fruto de un proyecto arquitectónico nada menos que de don Gerardo Olivares. Y para construir la guardería se puso en marcha la segunda operación".

--Y esa sí que le pilló a usted ya en el barrio, ¿no?

--M.L.B: Sí, se hizo la operación y además la parroquia pidió un préstamo. Con todo se fue ampliando la guardería y se hizo un colegio de Primaria. Porque las hermanas ya habían creado aquí la primera escuela unitaria para niñas, que con el tiempo formó el patronato San Vicente de Paúl y más tarde se fusionó con el Patronato San Alberto Magno, que era de niños, quedando integradas en el colegio Santos Acisclo y Victoria. Se trataba de matar dos pájaros de un tiro: instruir a las niñas y, por qué no decirlo, obtener algo de dinero que ayudara económicamente a la guardería. Yo fui testigo de la inauguración de este colegio en 1969, junto a don Agustín y al obispo Fernández-Conde.

--Con el tiempo llegó usted a dirigirlo, y a tener entre sus compañeros a Julio Anguita y a la que entonces era su mujer, Antoñita Parrado, ¿no?

--M.L.B: No, ella no trabajó aquí, aunque era entusiasta de esta obra. Ahora es nuestra inspectora. Entonces los presidentes de