los patronatos podían elegir el profesorado. Y don Agustín eligió a Rafael Gant, que era extraordinario, Antonio Portero, Julio Anguita... y vinieron también maestras seglares. Anguita estuvo aquí siete u ocho años, cuando llegó no pertenecía aún al Partido Comunista aunque era un hombre muy inclinado a favorecer a los humildes. Y cuando se legalizó el PCE y él decidió públicamente pertenecer al partido antes de hacerlo le dijo a don Agustín que se iba porque no quería crearle problemas con el obispo. Pero nunca rompió el contacto con nosotros, nos sigue uniendo un gran afecto.

Cuentan las hermanas que los primeros pasos de las Hijas de la Caridad en aquel barrio que todavía no lo era estuvieron llenos de dificultades, y sobre todo de barro, el que pisaban cada vez que llovía para ir y venir de la casita donde fueron alojadas. "Tan mal lo pasaron las pobres chapoteando por aquellos caminos sin asfaltar --cuenta sor María Luisa Berrón con su gracejo espontáneo-- que le dijeron a don Agustín que al chalecito ya no volvían y que les buscara acomodo en la nave como fuera. Y acabaron durmiendo en la despensa y en una habitacioncilla sin cristales".

--¿Duró mucho esa situación?

--M.L.B: No mucho, porque yo vine ya directamente a esta casa, que había sido la del sacristán. Esta habitación era su cocina. Hay que decir también que las hermanas de otras casas de Córdoba se volcaron con la nuestra. Sabían del esfuerzo de don Agustín por ayudar a un barrio que no tenía de nada, por humanizarlo y promocionar a su juventud, y unas traían un bote de Nescafé, otras una tripa de chorizo y así. Venían las del Hospital Militar, del Psiquiátrico, de la Cruz Roja, del Colegio de la Milagrosa... de todos los centros llevados por Hijas de la Caridad.

--M.L.P: ... que por cierto desde el punto de vista jurídico y canónico no somos monjas sino mujeres que vivimos la consagración a Dios en una Sociedad de Vida Apostólica --apunta la hermana, tan conocedora de la comunidad que lleva años dirigiendo ejercicios espirituales y formando a otras religiosas--. No tenemos votos perpetuos, sino anuales y privados que renovamos cada 25 de marzo; somos exentas respecto al obispo, lo que no impide que acatemos sus decretos.

--Sin embargo, durante mucho tiempo ninguna monja pareció más monja que una Hija de la Caridad, con aquella toca de enormes alas blancas que formaba parte de su hábito.

--M.L.P: Sí, la corneta. Yo me la puse. Fuimos creadas en Francia en el siglo XVII sin hábito, íbamos vestidas como las aldeanas. San Vicente no se cansaba de decir "que no sois monjas, que no sois monjas...", temiendo que nos pasara como a las salesas, que habían sido creadas para visitar a los pobres pero las metieron en clausura pensando que la mujer no podía andar por la calle. Pero con el tiempo nos vistieron de monjas, hasta que desde el Vaticano II las cosas empezaron a cambiar. De todas formas, aunque vistamos sin hábito, se nos nota muchísimo que somos religiosas. Nos pasa cada cosa...

--M.L.B: Pero que nadie piense que pedimos vestirnos de seglar para disimular nuestra condición --aclara--. No es una forma de escondernos sino de adaptarnos a los tiempos para acercarnos más a la sociedad.

Durante muchos años, hasta que el ocio de la juventud tiró por otros derroteros, las hermanas no solo fueron educadoras de las niñas y jóvenes del barrio, sino sus amigas y confidentes. A su casa acudían a hacer las tareas por las tardes y a jugar, y en numerosas ocasiones las acompañaban de excursión y campamentos. "Nos dejaban una casita portátil por Santo Domingo --recuerda María Luisa Parias--, y mantuvimos durante muchos años las colonias de verano".

--También han sido voluntarias de la prisión. ¿Cómo recuerdan esa experiencia?

--M.L.B: Empezó por que supimos que un joven del barrio estaba en la cárcel. Nosotras éramos lo único que este chico tenía en el mundo, y le habló de nosotras a un educador. Este nos animó a ir y nos dijo: "Hermanas, si queréis pobres aquí están los más pobres". A partir de ahí comenzamos a ir a atenderlos en lo que podíamos. Hasta que se llevaron la prisión a Alcolea porque, sin vehículo propio, nos quedaba muy lejos. Y al ser de alta seguridad ya no había la facilidad de entrar y salir de antes.

--M.L.B: La parroquia tenía también un pisito que pusimos al servicio de algunos internos que disfrutaban del tercer grado y no tenían dónde ir. Los recogíamos en la prisión, les preparábamos la comida, la ropa (muchas veces se llevaban las sábanas y las mantas pero, bueno, eso era lo de menos). Intentábamos darles el afecto que mitigara su soledad.

Cambian los tiempos, otras necesidades ocupan el sitio de las ya cubiertas. Y ahí siguen las Hijas de la Caridad, adaptándose "a las nuevas pobrezas" y fundidas con su barrio.

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