José Magdaleno Alba, de 49 años, sufrió un ictus el pasado 1 de junio. En ese momento, este vecino de Cerro Muriano no sabía lo que le había ocurrido, aunque pasado ya este «mal sueño», como él lo llama, reconoce que tenía todas las papeletas (colesterol alto, hipertensión y sobrepeso) para que le pudiera ocurrir y lamenta no haber puesto remedio.

«Fui a Urgencias del hospital Reina Sofía porque me encontraba muy flojo. Intentaba coger algo con el brazo izquierdo pero no podía y, además, me temblaba mucho. En el hospital me hicieron muchas pruebas y, ante los resultados, me tuvieron que dejar ingresado. La noche del día siguiente me repitió el ictus, mucho más fuerte, y se me quedó paralizado el lado izquierdo del cuerpo, pero las consecuencias fueron menos graves de lo que podía esperarse al estar bajo supervisión en el hospital», explica José. Entre un 30% y un 40% de los pacientes que han padecido un ictus va a presentar un problema de discapacidad que se manifiesta con parálisis, problemas de equilibrio, trastornos del habla y déficits cognitivos.

Para paliar las secuelas que pueden ocasionar los ictus, principalmente en la movilidad, en el Reina Sofía se presta rehabilitación específica a estos pacientes. José acude a esta rehabilitación tres días en semana y los otros dos días recibe asistencia privada, pero a un precio asequible, en la Asociación Cordobesa de Daño Cerebral (Acodace).

«En rehabilitación hago ejercicios para ejercitar los músculos del brazo. Camino por las pasarelas, subo escaleras, aprendo a moverme como cuando era niño», apunta. «No creo que pueda volver a trabajar. El ictus me ha afectado la movilidad del brazo y del pie izquierdo. No tengo fuerza ninguna en la mano. No puedo conducir y yo estaba siempre en mi vehículo porque me dedicaba a vender recambios para coches. Estoy pendiente de pasar por el tribunal médico para ver qué incapacidad me reconoce», relata.

«Afortunadamente, el ictus no me afectó al habla y no necesito rehabilitación logopédica, aunque la lengua me la noto a veces dormida. Por otro lado, estoy también bajo supervisión de mi médico y de un endocrino para tratar de bajar de peso. Antes de que me diera el ictus pesaba 150 kilos y ya había perdido 40. Ahora tengo que seguir bajando peso. El problema es que no puedo andar kilómetros como antes porque me canso con solo 100 metros. Por ahora necesito ayuda para todo, para vestirme, asearme... Cuando sufres un ictus te afecta a ti y a toda tu familia. Por eso, espero poder mejorar para ser menos dependiente», añade.