En plena naturaleza, en un lugar privilegiado de la Sierra de Córdoba, a solo 7 kilómetros del centro de la ciudad, emerge un singular e imponente edificio que cuenta con 61 años de existencia y que, a no ser por la dejadez y abandono de una parte del complejo y por los actos vandálicos y robos que en él se suceden, hoy continuaría siendo el enclave privilegiado que siempre fue. Se trata del edificio de La Aduana, que alberga el colegio público del mismo nombre desde el curso 1971-72, aunque éste solo ocupa un tercio del complejo, de 21.000 metros cuadrados. Un centro educativo público por el que han pasado cientos de alumnos y profesores en los que ha dejado huella, por su especial singularidad, y que la actual comunidad educativa sigue tratando de defender porque «creemos que es un lugar que merece la pena, rodeado de naturaleza, no hace calor ni frío, tiene unas aulas magníficas, de gran altura y connotaciones importantes para que los niños se desarrollen con otras perspectivas». Así lo piensa el presidente del AMPA La Sierra del CEIP La Aduana, Pedro Francisco Yuste, que lamenta que se hayan visto obligados a recoger cerca de 700 firmas, que han presentado a la Delegación de Educación, para denunciar que «en nuestro centro se llevan cometiendo desde hace años actos de vandalismo fuera de horario escolar, los cuales están deteriorando de forma significativa el edificio. Entre los muchos destrozos ocasionados se han producido roturas de cristales que han conllevado el cierre temporal de áreas de enseñanza, como la del patio de infantil por estar lleno de cristales, con el peligro real que ello implica para los niños. E incluso se ha producido un incendio menor justo encima del área de educación infantil, ocasionando los respectivos cargos económicos para la Administración». Los padres señalan en su escrito que «hasta el momento las medidas adoptadas desde la Consejería de Educación o fuerzas de seguridad del Estado, o no han existido, o no han sido efectivas para disuadir a los vándalos de repetir el allanamiento del edificio, así, como actos destructivos en el mismo». Por ello reclaman que se cree un puesto de trabajo adicional de guarda de seguridad o similar, dedicado a la vigilancia del CEIP La Aduana, que cubra «la franja horaria en la cual no hay actividad escolar ni del profesorado, momentos en los que se suceden los actos de vandalismo. Además de la colocación de un cartel disuasorio y cámaras de seguridad».

Este periódico ya publicó el 9 de septiembre que años y años de expolios y asaltos al que fuera un edificio singular de la arquitectura racionalista de los años 50, que supuso un hito en eficiencia arquitectónica, han convertido el inmueble ya no solo en un lugar abandonado y deteriorado sino en un peligro tanto para la comunidad educativa como para los jóvenes y menores que a menudo entran, sobre todo los fines de semana, en busca de aventuras misteriosas. Exploraciones, las llaman, y luego las cuelgan en Youtube, donde dicen escuchar a los fantasmas de habitantes del pasado.

Ventanas rotas y pintadas en la parte abandonada del complejo. Foto: MANUEL MURILLO

A preguntas de este periódico, la Delegación de Educación informó de que, en cuanto a la seguridad del recinto, «se ha requerido esta semana mediante una carta dirigida al área de Seguridad del Ayuntamiento y a la Subdelegación del Gobierno el reforzamiento de la vigilancia por parte de los diferentes cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado». Por otro lado, la delegada informó de que también ha mandado sendas misivas al colegio y al AMPA del centro para informarles de que «la contratación de un vigilante de seguridad no es posible porque en los centros educativos no existe esa figura en la relación de puestos de trabajo, pero sí que se va a estudiar la colocación de una alarma o de algún medio de videovigilancia que disuadan los asaltos que se vienen sucediendo en las instalaciones del CEIP La Aduana».

Del movimiento moderno

El edificio fue construido en el año 1956, promovido como noviciado San Francisco de Borja por Francisco Cuenca Horcas, superior provincial de Andalucía de la Compañía de Jesús. Su arquitecto, Carlos Sáenz de Santamaría, lo proyectó como un inmueble imponente, con una estructura, construcción y organización de las mejores de los años 50, usando materiales de gran calidad en cada una de sus dependencias. El pasado 4 de octubre, el Colegio de Arquitectos de Córdoba colocó en el inmueble la sexta placa con la que la Fundación Docomomo (Documentación y Conservación del Movimiento Moderno), con sede en Barcelona, distingue en la ciudad un edificio singular de la arquitectura de mediados del siglo XX. Según Miguel Valcárcel, miembro de la directiva del Colegio de Arquitectos, el movimiento moderno se caracteriza por espacios diáfanos, apertura de grandes huecos, ausencia de ornamentación y una arquitectura muy racionalista, respondiendo más a la función que a la forma. El magnífico edificio no pudo ser sostenido por los jesuitas y en 1970, con la aprobación de la Ley General de Educación, viendo que la ciudad y la provincia tenían un gran déficit de puestos escolares, el Ministerio de Educación compró el inmueble y su entorno para crear un centro escolar que fue piloto en la puesta en marcha y seguimiento de esta ley.

Colegio desde 1971

Manuel Arenas Martos, que fue viceconsejero de Educación y parlamentario andaluz, entró como profesor en el colegio La Aduana en el curso 1974-1975, junto a otros cuatro maestros y tres maestras. Recuerda que se decía que La Aduana le costó 100 millones de pesetas al Ministerio de Educación, pero fue «una operación política porque había un problema de escolarización muy aguda, había colegios que daban clases por la mañana a unos alumnos y por las tardes a otros y las ratios eran muy altas, de hasta 40 alumnos por clase». De ahí que allí llegara una plantilla de profesores muy diversa, por concurso público de traslados, que fue sustituyendo a una primera plantilla inicial dirigida por José Zarco, que tenía incluso vivienda allí con su familia. El colegio, entre 1971 y 1990 llegó a contar con más de 1.200 alumnos, con cuatro líneas completas de 1º a 8º de EGB y unas instalaciones magníficas, que pocos colegios públicos de la ciudad tenían, aparte de un entorno al aire libre que los niños recorrían en sus juegos y exploraciones. En la parte trasera derecha del edificio, hoy abandonada, estaba el noviciado, las habitaciones de los jesuitas, y allí se instaló una escuela-hogar que acogió a unos 300 alumnos, la mayoría procedentes del campo. Estos chicos, junto a los del colegio, comían todos allí diariamente y Arenas recuerda que él era el director del comedor «porque era el único especialista en comedores escolares».

Alumnos en el comedor del colegio La Aduana en los años 70.

Años más tarde, la residencia escolar se trasladó a los colegios provinciales de la Diputación, en el parque Figueroa, hoy única en la capital. Y Educación dejó aquel espacio para albergar material escolar. El colegio empezó a resultar costoso para el Ministerio y, a partir del 82, también para la Junta de Andalucía y, como cuenta Manuel Arenas, al inspector Manuel Luque le dieron la drástica misión de reducir alumnos que no fueran de la zona, y se quedó de cuatro líneas en solo dos, y con solo 360 alumnos externos y los 300 de la escuela-hogar».

La Universidad puso sus ojos también en el complejo y, durante el mandato como rector de Amador Jover, se instaló allí el ICE (Instituto de Ciencias de la Educación) como centro piloto durante varios años.

Hoy, este magnífico edificio le cuesta a la Consejería de Educación 14.000 euros en gastos de mantenimiento y 331.500 euros en actividades complementarias (aula matinal, transporte, actividades extraescolares). El gasto de luz y agua lo asume el Ayuntamiento como en cualquier otro centro. Una característica especial son los 11 autobuses que suben todos los días al colegio, en el que hoy estudian 600 alumnos de Infantil y Primaria.