Córdoba, tan callada y desdeñosa a menudo, sabe dar el do de pecho cuando se siente llamada a colaborar con una causa justa. Así que cuando Agustín Molina, quien desde entonces pasaría a la memoria local con el entrañable apodo de el padre ladrillo , lanzó un SOS para sacar de la miseria a todo un barrio, la ciudad respondió con creces.

--¿En qué consistía exactamente la ´operación ladrillo´? ¿Es verdad que el nombre le viene de que en función del dinero que se aportaba se compraban simbólicamente equis ladrillos?

--M.L.B: No, no, lo que yo vi es que la zona de la Sierra se empezó a poblar de chalés que eran propiedad de constructores y arquitectos. Y don Agustín tenía como norma que cuando llegaba una familia a la parroquia lo primero era visitarla para ofrecerse por si necesitaban ayuda de tipo religioso. Solían invitarlo a comer y él, hombre cordial y de conversación amena, siempre aceptaba. Y en esa comida ya hablaba de sus proyectos...

--... Y entonces llegaba el ´sablazo´, ¿no era así?

--M.L.P: Lo escuchaban y le respondían: "Mañana le mando un camión de ladrillos y un poco de cemento que me ha sobrado", por ejemplo. O material de derribo; esta misma casa está hecha con material de derribo. Pero hizo muchas más cosas, organizó caravanas con carros y motos que iban por Córdoba con pancartas. Creo que fue el fotógrafo Ladis quien le puso a aquello operación ladrillo . El lo mismo se llevaba bien con pobres que ricos, sin mirar las ideologías. Supo rodearse de un buen equipo de colaboradores que lo apoyó al cien por cien. También se organizaron cenas, conciertos y hasta corridas de toros con El Cordobés y otros toreros. El mismo don Agustín bajó al ruedo de la vieja plaza de Los Tejares.

--Y ustedes, las Hijas de la Caridad, ¿qué papel desempeñaban en todo aquello?

--M.L.B: En el 61 llegamos como una comunidad, porque don Agustín la pidió. Pero no se puede olvidar la labor desarrollada desde antes por otras personas, como Marisol Cruz-Conde, Maruja de la Peña y otras señoras. Formaban una asociación que llamaban ´las luisas´, por Luisa de Marillac, la fundadora de las Hijas de la Caridad, que luego pasaron a ser el Voluntariado Vicenciano, y venían a ayudar a don Agustín. Pero él vio que esto tomaba una dimensión cada vez mayor y solicitó la venida de una comunidad religiosa.

--¿Pero por qué la suya y no otra?

--M.L.P: Es que las Hijas de la Caridad ya venían aquí antes de que llegara don Agustín, desde lo que entonces era el Hospital Municipal, junto a la calle Goya. Venía sor Rosa a poner inyecciones y hacer curas a los enfermos. Y cuando él decide poner en marcha la guardería las llama a través de nuestra superiora provincial, con idea de que, aparte del voluntariado, hubiera alguien permanentemente en la guardería.

--MLB: Vinieron en principio sor Pilar Domenech y sor Concepción Quirós. Y como no había médico y la gente tenía que bajar al centro a ponerse una inyección, don Agustín hizo una habitación pequeña para montar un dispensario que llevaba sor Pilar. Un dispensario que ha estado en funcionamiento hasta que se hizo en el Naranjo el primer ambulatorio, dependiente del de Santa Rosa, ya en los ochenta.